Poética del vino cantado, por Manuel Bellido

Javier Ojeda rinde homenaje al Montilla Moriles en el Teatro Garnelo. 

El vino, como potente estímulo creativo, está en el origen de múltiples expresiones artísticas, también en la música, la más alegre y vital de ellas. Con descorche de botellas y alegría se recibe al recién nacido, y de vino tampoco se carece en los duelos y desconsuelos. Es la manera gozosa de dar esquinazo a la parca y aplicar (sin complejos) el refrán que nos advierte: “el que va a un entierro y no bebe vino, el suyo le viene de camino”. Valgan himnos fúnebres, pero sólo si son regados a conveniencia. Todo hay que entonarlo, y mucho más el ánimo decaído.
El vino es una bebida que inspira la creatividad y, en justa correspondencia por los beneficios que otorga, vates y compositores, plumillas y dibujantes les han devuelto el cumplido con acabadas e ingeniosas piezas. Con las palabras y los sonidos más perfilados.
Las bellas artes al completo reflejan la privilegiada posición que la humanidad confiere al vino. Aparece en poesía, en relatos, en cuadros y esculturas. Está presente en partituras y melodías. Se deja ver en el cine y en la fotografía, forma parte de los viajes y expediciones. Y moldea el carácter de quien lo prueba, endulzando su comportamiento o agriándolo hasta la perturbación, llegado el caso.
Decían los clásicos, que lo tenían por esencial en la dieta de los héroes, que el vino hace cantar, bailar y suelta la lengua. Está asociado al gozo y la sensualidad. Y es indispensable si se trata de disfrutar de los placeres de la vida.
Esa prolongada tradición que atraviesa siglos, se incorpora – cómo no-  a la música actual. Y parece encontrar su perfecto compinche en Danza Invisible y en particular en su cantante Javier Ojeda, al que gusta ensalzar la alegría de vivir, que es como decir la alegría de beber, en sus canciones.
Y precisamente es de Javier, acostumbrado a cantar a la carnalidad de la existencia y a apostar por el lado radiante y jubiloso de la vida, de quien ha partido la idea de hacer un concierto con Las Canciones del Vino.
Para ello ha rastreado con celo de investigador en repertorios de artistas de toda índole y condición. Y el resultado de su exhaustiva búsqueda, aparte de reportarle una buena dosis de felicidad por los hallazgos, es una selección ecléctica, que está por encima de modas y géneros. Un goteo sin prejuicios ni concesiones que deja buen sabor de boca.
Las Canciones del Vino de Javier Ojeda obedecen a la más variopinta procedencia. Hay boleros ardientes, reggae ebrios, rumbas de taberna, corridos borrachuzos y funkys espirituosos. Hay baladas achispadas por el champán, rocanroles etílicos, sedosos chupitos de mostrador, burbujeantes canzone napoletana y aguardentosas rancheras de cantina.
Es un listado de sensaciones para gargantas resistentes y paladares exigentes. Es un catálogo de fina destilería musical, de bodega sonora interoceánica que obtendría la consideración y el beneplácito de los dioses. 18 sorbos con corazón de barra de bar. Una cata exquisita de tragos a ritmo de blues y chachachá, de mambo y cuplé, de copla y vodevil.
Javier Ojeda, que es buen degustador y sabe separar el elegante catavino del vulgar garrafón, rinde así homenaje a sus dos tierras: Por nacimiento es malagueño, cuna de vinos moscateles con sólido renombre aquí y en el extranjero. Y por ascendencia, sus raíces familiares, se hunden en los pagos de Moriles, entre viñedos y lagares.
Además lazos de amistad lo unen desde hace años a Montilla, donde se ha entroncado con sus tradiciones y es el primero en consumir y preferir sus apreciados vinos.
Esas razones sentimentales y gustativas lo han impulsado a concebir y estrenar un espectáculo musical original y diferente. Un concierto sin igual a mayor gloria del producto que más y mejor identifica a Córdoba, a la denominación de origen Montilla Moriles. Una bebida con la que se atrae y complace al visitante, que despeja recelos y sella complicidades.
Además de este modo el vino, que siempre ha simbolizado el entendimiento y la superación de las discrepancias, viene a reforzar la fraternidad entre dos provincias vecinas - Málaga y Córdoba - que tienen mucho en común y que en ese fértil intercambio, han basado su amistad y su mutua simpatía.
Las canciones del vino, venenciadas a placer, se dispusieron como una inigualable cata de ritmos en el Teatro Garnelo. Fue una redonda catarsis báquica biensonante. Javier Ojeda encontró su perfecto complemento en los componentes del Trío del Saco, que armaron un potente fondo sonoro, y en las fotografías de José Cortés, Wosky. Curtido en mil batallas (ha sido reportero de guerra) su cámara convirtió el escenario en una bodega, captando con precisión la geometría del vino: el círculo perfecto de la redondez del catavino, de la boca de la tinaja, la circunferencia del tonel. La exacta dimensión del sorbo. Y todo ocurrió el domingo 8 de diciembre, día de la Purísima Vinificación.

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