Limpia, fija y da esplendor, o no, por Juan Antonio Prieto Velasco

Corren tiempos revueltos para la lengua (y los lingüistas). En Valencia y Baleares se afanan por incorporar a su sistema educativo lo que ha venido en denominarse “tratamiento integrado de lenguas” o plan de trilingüismo, que ha provocado una huelga indefinida de docentes; en otras comunidades con lenguas cooficiales se libra una batalla por la preeminencia de una de ellas en las instituciones, los comercios, la escuela, etc. El creacionismo lingüístico que ha dado no pocos quebraderos de cabeza a los parlamentos regionales y a las Cortes Españolas; la manipulación interesada que los políticos hacen de la lengua; los usos y abusos perversos del lenguaje por parte de los hablantes (léanse las innumerables sandeces, barbaridades y atentados lingüísticos que proliferan por doquier).
Pese al conflicto lingüístico que sacude España desde hace decenios, a diferencia de nuestros vecinos galos, donde la uniformidad de los usos lingüísticos y el respeto por la lengua es patente y manifiesto, una efeméride parece estar pasando desapercibida para los hablantes de la lengua de Cervantes, Pío Baroja, Torrente Ballester o Buero Vallejo: el tricentenario de la Real Academia Española de la Lengua.
Allá por los ilustrados años del XVIII, en 1713, por iniciativa del marqués de Villena se funda la Real Academia Española (RAE) con el propósito de fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza, como queda recogido en su lema “Limpia, fija y da esplendor”. Hoy día, según sus estatutos, “tiene como misión principal velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”.
Con este fin se vienen publicando diccionarios, gramáticas y ortografías, que más que adaptarse a los cambios de la lengua han venido dictando normas sobre su correcto uso. Claro está que el concepto de corrección es muy discutible y, por ello, se alzan numerosas voces críticas que acusan a la RAE de tratar de impedir que la gente se exprese como le venga en gana. No obstante, el papel jugado por la Academia en sus tres siglos de historia ha contribuido a que la lengua española no se convierta, como apuntaba Javier Marías, en un mejunje del que cada cual saca lo que se le antoja, tendencia peligrosa hacia un deterioro imparable y una rápida disgregación del español.
La lengua es patrimonio de sus hablantes, quienes tienen el deber de preservarla sin oponerse a los cambios a los que la propia evolución de los tiempos los tiene sometida, pero sin incurrir en un tozudeces o en el uso obtuso de la lengua que hemos construido entre todos.

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