Tánger espera sin prisas, por Paco Vílchez

La lancha se abre paso ante un mar bravucón, el estrecho está revuelto y eso crea en mí un nerviosismo  lleno de malos augurios. La cola del control de pasaportes de la lancha, así llaman al ferry al otro lado, parece no avanzar, los dos policías marroquíes comprueban cada documento a ritmo pausado, sin prisas, respondiendo a una de las máximas del reino alauita, “tranquilo amigo, tranquilo”. La amalgama de turistas de diferentes razas y vestimentas parece desesperar aguardando su turno, pero es inútil. Una vez aquí el ritmo lo marcan ellos. Pocos minutos después y al fin, Tin dja, Tingis, Tangier, Tánger…
La niña mala del harem espera paciente para ofrecer al viajero todas sus bellezas y todos sus vicios. Así, tal cual, sin prejuicios. Siempre fue así a pesar de los asedios, de las conquistas por ser lugar privilegiado y quizás por ello levantó el morbo de unos y las reprimendas de otros, pero todos por igual quisieron probar de sus encantos. Rodeada de leyendas se ha ido haciendo mayor, pero sin perder ni un ápice de seducción ha conseguido compartir cama con espías, literatos, bohemios artistas, traficantes, directores de cine, políticos de estado, incluso el más humilde viajero ha disfrutado de sus carnes de niña mala.
Todos y cada uno de ellos han creído conquistarla sin darse cuenta que eran meros entretenimientos de la eterna joven que marca su ritmo haciendo claudicar a sus amantes. Saberse deseada la convierte en orgullosa, en caprichosa. Orgullosa de los minaretes de sus mezquitas que tocan el cielo a la par que cinco veces al día llaman a la oración, de sus playas de arena fina donde los atardeceres se tornan de un anaranjado especial, de poseer una de las medinas más grandes de todo el reino, de su iglesia cristiana o de su sinagoga judía, del mítico Café Paris o el Hafa, donde con un té en la mano los lugareños son capaces de parar el tiempo. Sin prisas, y a veces con los ojos hinchados por la grifa, el hachís, o el kif, la droga prohibida que les da aliento para sobrevivir.
Pero, a veces, la niña mala se vuelve caprichosa y hace de sus avenidas, de sus plazas o simplemente de cualquiera de sus calles un caos difícil de entender para el viajero que observa con asombro la olvidada virtud de saldar un atasco con disculpas y paciencia, allí y en plena marabunta sus elegantes policías de abrigos y guantes blancos tratan de controlar un tráfico incontrolable. Donde los taxistas se convierten a bordo de sus petit taxis azulados en verdaderos malabaristas que, a la par que vehiculan entre el caos, entretienen al viajero amablemente con historias de antaño.
Pero es en la Medina donde el capricho y el orgullo se tornan en misterio, es en ella donde aguarda el zoco grande, el pequeño, la kasbah con su espectacular mirador y donde el Atlántico y el Mediterráneo se hacen uno, en ella aguarda el hamman de los hombres, el de las mujeres, la Mezquita grande y la pequeña, los no menos míticos cafés Tingi y el Central. Callejuelas retorcidas mirando al cielo donde su Dios observa callado las desdichas de sus gentes. “Alah proveerá” es el consuelo de los que observan al viajero, a veces con una sonrisa y a veces con mirada recelosa. Sus rostros cansados, agotados,  por un pasado y un destino escrito se iluminan con la alegría de los niños que juguetean por los callejones donde el agua corre mezclándose con la basura y, todo ello, entre arcos árabes, postigos de madera y refinadas rejas de hierro de belleza extrema. Todo cabe en la silueta de la vieja adolescente que, con su encanto, ha conseguido que el nuevo dueño del harem, su nuevo señor, su nuevo Dios en la tierra, Mohammed VI, se haya enamorado de ella. Dicen que tal es su amor, que no ha remendado en gastos; dicen que millones de dirham están llegando para lavar la cara de la niña mala y convertirla en honrosa señora… Pero Tan dja, Tingis, Tangier, Tánger tiene la última palabra…

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