Poner el pie en Amsterdam tras bajarnos del tren que nos
llevaba desde Bruselas supuso toda una explosión de sensaciones. Allí, a los
pies de la Central Station confluían las líneas de tranvía, metro y autobuses.
Y confluía una amalgama de culturas y razas, negros, asiático, guapas rubias
autóctonas, y bicicletas, muchas bicicletas. Decidimos darnos una vuelta antes
de tomar el metro que nos llevaría hasta el camping de Gasperplas, a las
afueras de la ciudad.
Nuestras mochilas eran la señal indiscutible de que éramos
dos turistas más que andaban algo perdidos, pero con ganas de empaparse de todo
detalle que se pusiera al alcance. Enfilamos una gran avenida dejando a
nuestras espaldas la Central Station, tardamos poco en darnos cuenta de que
aquello no tenía nada que ver con nuestro pequeño pueblo en la campiña
cordobesa. La gente iba y venía con agitación y nosotros nos mirábamos
asombrados. Decidimos girar en una pequeña calle, y de pronto… estábamos
delante de un escaparate donde los artículos que se exponían no tenían nada que
ver con los ovillitos de lana, o las escopetas de plonillo, o los paraguas
cadete del escaparate de Villaplana, en frente de la iglesia de los Jesuitas.
“Pollas y coños” de plástico, cristas o metal, vibradores, cremas, condones de
sabores y colores, o bragas y sujetadores de cuero con un látigo a juego eran
el panorama. “El Pepe” no paraba de reírse y yo miraba a mi alrededor
asombrado. Entonces mi colega me miró y dijo, ¡pero esto qué es!, ¿aquí están
todos locos o qué?.
Tras superar el primer impacto que nos proporcionó la
ciudad, decidimos buscar la oficia de información turística, buscamos las
iniciales VVV, y allí estaba. Entramos en la oficina y mientras mi colega hacía
cola, yo me retiré a una esquina de la habitación guardando nuestras mochilas.
Por fin “el Pepe” estaba delante de la señorita que no tenía ni idea de
español, le preguntó a mi amigo que si hablaba inglés, o alemán u holandés, y
ante la negativa de éste mostró poco interés por orientarle. En este momento y
algo agobiado, mi compadre se giró hacia la larga cola y gritando volvió a
soltar otra de las suyas. “!Me cago en la puta!, ¿es que no hay nadie aquí que
hable como yo? Del final de la cola salió una tímida voz que dijo: “Yo, yo
hablo como tú”. Se trataba de una chica que curiosamente era de Córdoba y que
nos orientó para poder coger correctamente el metro hasta el camping.
En el trayecto hacia nuestro el camping no tuvimos rato para
aburrirnos, pocos minutos después de montarnos en el metro, observamos cómo un
abuelete que iba sentado al lado de nosotros sacó del bolsillo de su
"pescadora" un paquete con tabaco de liar, cogió un puñado de tabaco,
lo depositó en su mano, y con la otra mano volvió a sacar del bolsillo una
bolsita con yerba, tomó un pellizco de marihuana y lo mezcló con el tabaco,
luego siguió el proceso liando el tabaco y la hierba y se encendió un porro
como la manga de una pelliza.
“El Pepe” no se pudo resistir y dándome golpes en el brazo
no paraba de decirme en voz alta: ¡ostia, mira el viejo, que se va a fumar un
porro! El abuelete parecía ajeno a las exclamaciones de mi compadre y se fumó
el cigarrito durante el trayecto.
Poco después estábamos en el camping, entonces tocaba el
proceso de montar, pero antes fuimos al súper y para ir haciendo boca compramos
una caja de Heineken, ante el asombro del dependiente del supermercado de aquel
camping…
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