...y la gente nos miraba (I), por Paco Vílchez

Hay veces que uno se siente un afortunado, y no necesariamente hay que hacer grades conquistas para ello. La gente del Coloquio, mi gente, me brindan la posibilidad de inaugurar una nueva sección de El Ladrío, se trata de contar sensaciones vividas a lo largo de viajes realizados. Yo para comenzar he decidido compartir con vosotros un trocito de mi viaje de veinteañero por Europa con mochila al hombro, un colega y una interrail que nos abría a un mundo desconocido para nosotros hasta entonces.

Sin duda, viajar no es sólo ver pasar ante nuestros ojos lugares, gentes o culturas. Además de eso, viajar es madurar como personas, es tocar con los sentidos otros lugares y gentes, viajar supone una bocanada de aire que nos abre los ojos para poder ver más allá de lo diario, de lo cotidiano, de lo que lamentablemente sólo conocemos.

Cuando alguien se acercaba buscando el tren para Florencia, mi compadre les orientaba diciendo: “¡Firenze, éste, éste es el de Firenze!”. Así y ante estas consignas, pocos se preocupaban de asegurarse de que verdaderamente ese era el tren para Florencia y subían sin dudarlo. No fueron pocos los que siguieron las instrucciones, sobre todo los turistas despistados con sus mochilas y bártulos. Algunos minutos antes de partir el tren, observamos que los paneles de dirección y horarios de nuestra vía, que hasta ese momento permanecían apagados, se encendieron marcando nuestro tren dirección a Nápoles. No fuimos los únicos en darnos cuenta de este hecho; “el Pepe” salió pitando para la puerta del vagón y, cuando yo me disponía a hacerlo, una mujer gruesa, muy gruesa, ¡coño, gorda como un tonel!, venía en dirección contraria a la mía impidiéndome el paso. A menos de un metro le pedí que me dejara pasar, a lo que aquella mujer me contestó con un extraño: ¡CIAO! Nuevamente le pedí que me dejara pasar y, sin moverse del sitio, me volvió a soltar ¡CIAO, CIAO!

El tren se había puesto en marcha lentamente, y mi compañero me gritaba: ¡venga, venga que se va! El revuelo en el tren ya estaba montado y mucha gente venía hacia la salida del vagón donde aún nos encontrábamos. En ese momento mi compadre gritó: ¡qué CIAO ni CIAO! Y apoyando su pie en la espalda de la mujer y empujando fuertemente la tendió boca abajo en el suelo del vagón. 
¡Salta ahora, salta, me cago en la hostia, que se va el tren y nos linchan! Como pude, salté, y poco después lo hicimos los dos al andén con el tren ya en marcha. A mí me temblaban las piernas, mientras que mi compadre gritaba descojonándose a los que nos increpaban desde las ventanillas. ¡A Nápoles con Maradona, cabrones! Nos llovieron escupitajos, insultos, incluso alguien nos tiró una lata de Coca Cola que pasó a pocos centímetros de mi cabeza.

Comentarios

Mz ha dicho que…
Las anecdotas de Paco siempre enganchan y te dejan con ganas de mas.