Sintonía, por Miguel Cruz Gálvez


El calor de aquella tarde de verano empezaba a dar una tregua. En aquella enorme explanada, el ocaso brindaba una bella luz que inspiraba serenidad e invitaba al sentimiento. Jon entró en el coche con el cuerpo agotado del ejercicio pero con la mente enchufada y gozosa.

Justo antes de arrancar, y aún volviendo a la calma después de la agitación, se sentía más elevado y ligero, con un punto de optimismo. Las ganas de vivir le invadían, y en su cabeza se reprodujo un ritmo que a esa hora de la tarde-noche le iba como anillo al dedo. El son tenía un punto de fuerza y energía a la par que de profundidad, con mucho estéreo.

Leyla vino a su cabeza, y se reprodujo la conversación de hacía un par de días:

–Es de Nelly Furtado, ¿verdad?– decía ella. –Sí, –le seguía Jon en la plática– es un tema distinto a lo que había escuchado de ella hasta ahora, es muy chill; Say it Right, creo que se llama.

Así, totalmente entregado a ese atardecer, con un armonioso movimiento dio al contacto, que encendió el vehículo e hizo saltar su emisora favorita. Increíblemente, como caído del cielo, sonaba aquel single de Nelly Furtado, provocando en él una agradable sorpresa que por momentos le elevaba y le hacía sentir genial.

Comienza su marcha, baja la ventanilla, sube el volumen, pisa suavemente el acelerador, saca el brazo por la ventana como en aquel anuncio y saborea la sintonía entre sus pensamientos y la realidad; el mundo es el cielo por un momento.

Igual que Leyla y él habían coincidido hacía un par de días, ahora también se había unido la emisora de radio, que le conectaba con tantos otros que estaban al quite en esa hora de la incipiente noche de verano. Tantos y tantos que saboreaban la misma música y a la misma vez.

No sé si será una cuestión excesiva el pensar que de eso depende nuestra felicidad: de sentir que formamos parte de algo más grande y que cuando nos acompasamos con el resto sentimos una elevación, un vibrar, una plenitud que se debe parecer mucho a lo que se asume como felicidad.

No sé si para ese acople hay que estar juntos o estrechamente juntos, quizás ni siquiera eso, y sea sólo cuestión de estar en sintonía, aún a una media distancia o incluso en lejanía.

Seguramente sí, la clave de situarse en lo álgido de la vida es una cuestión de sintonía, porque es en plena sintonía cuando suele visitarnos la euforia, en grandes y en pequeños momentos. Sucede cuando juntos cantamos un gol y somos campeones del mundo, cuando coreamos junto a miles frente a aquella rutilante estrella musical, cuando rezamos sentido y a la vez o cuando simplemente nos reímos hasta llorar porque “Condemor” nos cuenta un chiste a toda la audiencia.

Y, ¿qué es sino sintonía todo lo que rodea esa fuerza que nos une de dos en dos? Dos cuerpos que quieren ser uno, un bailar acompasados, un fundirse en otro entregándose al deleite del cuerpo con cuerpo, ajustar nuestras manos o simplemente, caminar juntos y a la vez.

¿Y qué es si no la amistad? Nunca será otra cosa sino padecer y disfrutar todo y nada a la vez.

¿Recuerdas? Aquel día pedimos lo mismo para comer, justo después de haber llorado juntos y te miré y pensabas lo mismo. Por suerte, al poco tiempo, volvimos a hacer el tonto juntos y eso me hizo estar feliz, porque estaba contigo, y en sintonía.

Sintonía, quizás sea solo eso, hoy nos falta sintonía. Desde ya, me entregaré al mundo para tratar de que entre en sintonía, pero empezaré por mí, por hacerlo conmigo mismo, que falta me hace, ya mañana será otro día.

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