El mundo ha cambiado, por Felipe Logroño


“El mundo ha cambiado, lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire. Mucho de lo que una vez fue se ha perdido, porque ahora no hay nadie que lo recuerde.”

Así comenzaba una de las grandes trilogías que nos ha dado el séptimo arte, y viene  ni que al pelo con lo que empezó a acontecer el primer martes de noviembre de 2024. Ese día ganó las elecciones a Presidente de los EE.UU. Donald Trump. Cabalgando sobre la promesa de cambiar el mundo para conseguir devolver un supuesto esplendor perdido a su país. A partir de ese momento han llovido las más variopintas explicaciones para no creernos lo que está pasando. Algo lógico porque todas sus medidas, hasta la jornada de hoy, están rayando lo absurdo.

No hace falta enumerarlas, los medios de comunicación nos están bombardeando con ellas hasta el paroxismo. Otro síntoma más de la espiral de incredulidad.

Una de las consecuencias más desalentadoras es que Europa, y España en especial, están perdiendo un tiempo precioso en frotarse los ojos y en buscar explicaciones o soluciones milagrosas, en vez de poner los medios necesarios para, de una vez, hacernos mayores y competir de igual a igual en un mundo que se ha tornado muy peligroso de la noche a la mañana.

Desde 1945 había un pacto tácito entre Europa y los USA. A grandes rasgos, tú nos defiendes y nosotros compramos tu forma de vida. Tanto figurada como mercantilmente. Mientras los enemigos cumplían su papel de enemigos políticos y militares, al otro lado de la mesa todo fue bien. Pero cuando uno de ellos cambió su estrategia y comenzó a jugar con nuestras reglas, todo empezó a irse al garete. China ha crecido, ha madurado y se ha convertido en un auténtico peligro para nuestros idolatrados yankees. Desde ese momento los políticos norteamericanos pidieron ayuda a los europeos. No podían soportan todas las facturas. Desde este lado del Atlántico debíamos contribuir más a sostener el chiringuito. No lo hicimos.

Ellos empezaron a mirar al Pacifico y el lobo lo aprovechó. Vladimir olió que el rebaño se quedaba indefenso y decidió que había llegado el momento de recuperar la gloria perdida de los zares, tanto Romanov como soviéticos. Y trayendo hasta aquí el comienzo de estas líneas, la situación ha cambiado radicalmente. No solo nuestro mastín guardián ya no nos cuida, si no que se ha pasado a la manada de los canis lupus. Y los europeos, en especial los españoles, no dejamos de mirar al dedo.

Tenemos que asumir de una vez que la era Trump no va a ser pasajera. Él, sí; el movimiento que ha comenzado, no. Y sus sucesores tienen mucha peor pinta que él. Tenemos que concienciarnos de que somos el último reducto de una sociedad que cree en los mejores valores que el hombre ha sabido darse. Tenemos que convencernos de que proteger esto nos va a costar mucho dinero y, posiblemente, la vida de los nuestros. De nuestros hijos.

Los europeos, y en especial los españoles, estamos gastando un tiempo precioso para mejorar la esperanza de vida de nuestros hijos. En este nuevo mundo con normas viejas, solo hay seguridad si hay certeza de que la vamos a defender. Los lobos no atacarán si tienen miedo a la escopeta del rebaño. Hay que aceptar que debemos gastar más en la defensa de lo nuestro. De nuestra libertad. Tenemos que dejar a un lado la mantequilla para tener más cañones si queremos tener dientes en un futuro.

No es solo rearme militar; es asegurarnos de que, cuando llegue el momento, los nuestros tendrán lo mejor y en cantidad suficiente. Un ejército tarda en prepararse para una guerra años; una guerra se declara de un día para otro. 

Vegecio ha vuelto una vez más: “Si realmente deseas la paz, prepárate para la guerra”.

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