Carnaval: libertad y rebeldía, por Alicia Galisteo Alcaide


Cuando se pasea por Cádiz en Carnavales se escucha y se siente la voz de un pueblo volcado en su fiesta mayor; a falta de feria para los gaditanos y gaditanas, buenos son casi un mes y medio de Carnavales entre el COAC (Concurso de Agrupaciones de Carnaval) y, más tarde, las semanas de Carnaval, hasta terminar con el Carnaval de los Jartibles, también llamado Carnaval chiquito.

Cuando te adentras por el barrio de La Viña puedes leer en azulejos los pasodobles escritos con amor a Cádiz y a sus gentes, ese rinconcito donde las penas ríen y cantan y donde la vida pasa por la garganta. De este modo, cuando decides sentarte en cualquier taberna o bar, puedes saborear la historia de esta fiesta que precede a la Cuaresma.

Y es que el Carnaval, como lo conocemos actualmente, nació con nuestra democracia, ya que durante la dictadura y en fechas que no coincidían con el mes de febrero se solían celebrar las “Fiestas típicas gaditanas”, y que fue a causa de la explosión de las minas de San Severiano en 1947 cuando para animar al pueblo gaditano se permitió que se unieran antiguos integrantes de los coros para que cantasen algunos tanguillos en verano. Con la llegada de la democracia se hizo un pasacalles donde, como si se estuviese en plena Revolución Francesa, se mandaban a las “Fiestas típicas gaditanas” a la guillotina. Tras este paréntesis, solo en el año 2021 por la pandemia esta fiesta se tuvo que cancelar, y en 2022 se celebró durante los meses de mayo y junio.

Poco a poco el concurso de coplas y sus diferentes modalidades (chirigota, comparsa, coro y cuarteto) fueron cogiendo popularidad gracias a los medios de comunicación; en los años ochenta, el concurso se seguía por la radio, con la llegada de Canal Sur en 1990 se empezó a retransmitir la final, esa final que tiene despierta hasta que sale el sol y resúmenes de las fases del concurso.

Poco a poco, se fueron consagrando autores tanto de chirigotas como de comparsas que, con sus pasodobles y cuplés, han cantado a Cádiz, a las injusticias, a los que nadie les canta y a lo que nadie quiere escuchar; y esa precisamente es la esencia del Carnaval, cantarle a todo y a todos, pero cantarle con arte, con poesía y con pensamiento crítico. Autores como Juan Carlos Aragón, Antonio Martínez Ares, el Yuyu, el Love, el Selu, Tino Tovar o Jesús Bienvenido han engrandecido una de las mejores fiestas que tiene Andalucía, e, incluso, me atrevería a decir que cantan lo que el pueblo siente, pero no sabe decirlo o cantarlo, creando la belleza o la ironía que hacen de sus letras himnos para diferentes generaciones.

Del Carnaval salió el himno oficioso del Cádiz C.F., preciosos cantes a Andalucía como ese 4 de diciembre de Los Majaras del Puerto de Santa María, cuya réplica le dieron Los Piratas de Martínez Ares, y que este año en la final se le volvió a cantar por parte de la comparsa que resultó ganadora, Las Ratas, o temas a los que se le cantaron cuando nadie se atrevía, como a la eutanasia o al poder económico de la Iglesia Católica.

Hoy en día, cuando se pasea por Cádiz en Carnavales, puedes ver los romanceros y las callejeras, agrupaciones que no están en el Concurso y cuya poca vergüenza y gracia características son dignas de ser escuchadas (porque aquí en Cádiz se escucha).

Y algo que quiero recalcar es cómo los niños y niñas se implican en el Carnaval, cómo se aprenden las letras que cantan sus familiares, y cuando veo estas imágenes sigo con la esperanza que el Carnaval sea el vehículo adecuado para crear ese pensamiento crítico en los más pequeños.

Y recordar siempre que en el concurso del COAC no ganas si eres de Sevilla ¡Aunque sean buenos!

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