Ayer llovió tanto que pensé que el diluvio universal había decidido hacer un remake sin consultarnos. Miré por la ventana y vi cómo el agua se tragaba las calles con la misma facilidad con la que un algoritmo de inteligencia artificial absorbe nuestros datos personales. Un rato después, cuando ya tenía los pies secos dentro de casa, se me ocurrió preguntarle a ChatGPT si sabía cuándo escamparía. "No tengo acceso a información en tiempo real", me respondió, como si fuera el seguro evitando reconocer una gotera. La inteligencia artificial es lista, pero aún no ha aprendido a hacer promesas falsas con convicción humana.
No obstante, la IA se ha instalado en nuestra vida con la naturalidad de un vecino molesto. Antes la actualidad se analizaba en las barras de los bares; ahora basta con preguntarle a un bot qué opina sobre la reelección de Trump o los aranceles que subió hace cinco minutos y que nadie en su equipo recuerda haber firmado. Entre el algoritmo y el americano, la cosa está reñida en cuanto a memoria selectiva.
Es inquietante cómo la IA se cuela en todas partes sin pedir permiso. Justo hoy, mientras intentaba comprar un paraguas en una tienda online (cof, Amazon, cof), apareció un anuncio de flotadores. ¿Coincidencia? No lo creo. ¿Venganza de ChatGPT por haberle preguntado sobre el tiempo? Tal vez. Se dice que las inteligencias artificiales no tienen emociones, pero yo noto cierto resquemor cuando le insinué que aún no había aprendido a predecir el futuro mejor que un abuelo y sus articulaciones.
Mientras tanto, las lluvias continúan y la inteligencia artificial sigue acumulando usuarios. Cada vez que le pido ayuda para hacer algo, siento que me mira con esa condescendencia de quien ya sabe que nos va a sustituir. De modo que aquí estamos, hablando con máquinas, confiando en que sean más sensatas que nuestros líderes y preocupándonos por si, además de escribir, terminan por aprender a abrir paraguas mejor que nosotros. El futuro es incierto, pero al menos una cosa está clara: si nos ahogamos entre algoritmos y lluvias torrenciales, al menos ChatGPT podrá escribir una crónica decente sobre nuestra desaparición.
Comentarios