Cuestionario montillano a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán


Desde El Ladrío, y a través de una entrevista ficticia, irreal y fingida, queremos dar a conocer a los muchos montillanos ilustres, de origen y de adopción, que la historia de nuestra ciudad ha dado.

En esta edición, el elegido es Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, uno de los militares y estrategas más destacados de su época y de todos los tiempos, al servicio de los Reyes Católicos y de las Coronas de Castilla y Aragón.

- ¿Qué ha significado Montilla para usted?

- Montilla no es solo mi lugar de nacimiento, donde crecí y pasé los primeros años de mi vida. Se trata también del sitio donde se encuentran mis raíces y las de mi familia. Entre los muros de su castillo, por sus calles y sus campos es donde se formaron mis primeros recuerdos, donde fui adquiriendo mi carácter, aprendiendo las primeras lecciones de honor y de responsabilidad y también de instrucción militar y política. El hombre en que me convertí tiene ahí su origen, sin lugar a dudas.

Además de eso, para mí, Montilla significa evocar a mi madre, Elvira de Herrera y Enríquez. Cuando mi padre, Pedro Fernández de Córdoba, V Señor de Aguilar, murió, yo apenas tenía dos años, y ella fue quien debió hacerse cargo de la familia y del señorío. Mi hermano Alonso heredó el título, pero solo tenía ocho años. Fue nuestra madre quien nos crió, formó e inculcó valores a ambos y a nuestra hermana Leonor y quien engrandeció el legado de nuestro padre.

A ella le encantaba Montilla, apenas se trasladó fuera. Prefirió vivir ahí, en su castillo, en lugar de mudarse a otros lugares como Córdoba. Y ese amor a mi tierra, en gran parte, se lo debo a ella.

- ¿Cómo se sintió tras el derribo del Castillo de Montilla ordenado por Fernando el Católico?

- No puedo negar que fue un duro golpe para mí, y en varios aspectos.

Por un lado, sentimentalmente, significó la pérdida del lugar donde nací y crecí, donde me empecé a formar como soldado y donde jugaba de niño con mi hermano Alonso. Como comentaba antes, el recuerdo de mi madre estaba ligado a ese castillo. No dejaba de ser derribar un trozo de mi infancia.

Por otro lado, desde el punto de vista familiar, supuso la destrucción de un símbolo. A fin de cuentas, era el lugar de residencia de los Señores de Aguilar desde hacía un siglo y no dejó de ser la destrucción de ese legado y esa historia que generaciones de Fernández de Córdoba habíamos contribuido a engrandecer.

No debemos olvidar que fue una época convulsa en Castilla, donde la nobleza sufrió represalias por su apoyo a uno u otro bando en las contiendas entre los aspirantes a la corona. No fuimos los únicos que vimos cómo su castillo o palacio era destruido o sus posesiones y títulos eliminados a consecuencia de ello.

A pesar de mi insistencia y consejos, mi sobrino Pedro Fernández de Córdoba, el primer Marqués de Priego, prefirió oponerse a los mandatos de Fernando de Aragón y encarcelar al enviado del rey a Córdoba. Eso fue el colofón a una serie de desafortunadas decisiones, como su apoyo a la causa de Felipe de Habsburgo o su matrimonio con Catalina Pacheco, hija y hermana de los Marqueses de Villena, tan afines a Juana la Beltraneja y a Felipe de Habsburgo. Normal, visto desde esa perspectiva, que el rey Fernando ordenara la destrucción de nuestro castillo y el destierro de mi sobrino. Y suerte tuvo de no ser ejecutado.

Sin embargo, a pesar de esa aparente lógica política que tuvo el derribo, personalmente no pude dejar de sentirlo como una ingratitud por parte de un rey al que tanto servicio había prestado con fidelidad y a quien tanto había dado con mis campañas en Granada y, sobre todo, en Italia.

- ¿Cuál es su opinión sobre el trato que recibió de él tras sus victorias en Italia y sus servicios a la corona?

- Como ya he comentado, un cierto sentimiento de ingratitud.

Creo poder afirmar que siempre he sido un servidor fiel y leal a la corona, en general, y a los Reyes Católicos, en particular.

A pesar de ser natural de Montilla y súbdito castellano, he defendido los intereses de la Corona de Aragón en Italia como el que más y he contribuido a acrecentar el prestigio y las posesiones de su rey en esas tierras, no solo con victorias militares sino también gobernando Nápoles en nombre de Don Fernando.

Sin embargo, y gracias a ello, me acabé encontrando en medio de las intrigas políticas y estratégicas de la época, las rivalidades entre las distintas facciones italianas y, cómo no, las luchas nobiliarias en Castilla. Además de renombre y reconocimiento, mis éxitos y méritos me granjearon innumerables enemigos, movidos por los intereses y la envidia. Y todo eso acabó afectando a la confianza de Fernando de Aragón hacia mi persona, a pesar de haberlo servido siempre con lealtad.

No le guardo rencor ni me quejo por mi honor. El deber cumplido y el servicio a la corona han sido siempre mis guías y lo que realmente me ha importado. Y, en ese aspecto, estoy plenamente satisfecho de mí mismo y de la confianza que los Reyes Católicos depositaron en mí.

- Y respecto a Isabel la Católica, ¿qué recuerdo tiene de ella?

- La mejor reina que ha tenido Castilla y España, sin lugar a dudas. Incluso antes de ser coronada se intuía su sentido de estado, sus principios, su religiosidad, su amor a su reino y que estaba llamada a ser trascendental para la historia de nuestros reinos.

Yo la conocí cuando éramos casi unos niños y entré al servicio de su hermano Alfonso, con quien además me unió una gran amistad. Eran tiempos difíciles para ambos, utilizados por la nobleza en sus luchas internas y contra su hermanastro el rey Enrique IV. El pobre infante no pudo sobrevivir a aquellas intrigas, pero Isabel sí que demostró sus cualidades para el gobierno y el liderazgo, imponiéndose a todas las intrigas y a los intrigantes hasta convertirse en monarca y transformar el reino.

Siempre me tuvo a su lado con lealtad y fidelidad en aquellas contiendas y guerras civiles, a pesar de que las obligaciones y rencillas familiares me retuvieron durante un tiempo por tierras montillanas y cordobesas. Y no dejó de confiar en mí cuando decidió iniciar la conquista del Reino de Granada.

Por ella sentí admiración, afecto, respeto, lealtad y diría también que amistad, o lo más cercano a ello que pueda tener lugar entre una reina y uno de sus fieles servidores. Su muerte supuso una gran pérdida para Castilla y para mí.

- ¿Qué impresiones guarda de la conquista de Granada? ¿Y de las campañas de Italia?

- Me formaron y educaron como soldado y ese fue mi oficio. En ambos casos, como en el resto de los que tuve que combatir, traté de desempeñarme lo mejor posible. A la misma vez, han sido las dos contiendas más importantes en las que he participado, aunque con diferencias significadas.

Desde el punto de vista personal, la conquista de Granada transcurrió por territorios que conocía desde mi infancia, aledaños a las posesiones de mi familia. En ella participó mucha gente cercana como mi hermano y otros muchos nobles andaluces y castellanos, incluso nazaríes como mi amigo el rey Boabdil. La misma reina Isabel de Castilla, mi soberana, me encomendó luchar en esa guerra.

En el plano histórico y estratégico, dio continuidad y fin a siglos de luchas cristianas y musulmanas por el control de los territorios que conforman la Península Ibérica, lo que luego se ha llamado Reconquista. Fue el final de una era y el comienzo de otra. Y también en lo militar. Fue la última guerra medieval y la primera moderna.

En Italia, sin embargo, aunque combatí para mi señor Don Fernando, también lo hacía para la Corona de Aragón, no directamente para Castilla y para mi reina Doña Isabel. Allí, mi familia y mis amigos eran mis soldados y mis comandantes.

Esa campaña era el inicio de un nuevo período, el de una corona unificada, el de una España imperial que quería extender su dominio y sus intereses por toda Europa y por el mundo. Una guerra en la que se combatía por intereses estratégicos, no religiosos, y por ser la potencia dominante en el continente. Con tropas profesionales, no ya las mesnadas de los señores a quienes debían vasallaje. Y eso se notó en lo militar, en la preparación de esos soldados y en su desempeño. Fue la primera guerra moderna.

En lo personal, además, me dio las victorias de las que más orgulloso me siento, me permitió demostrar mi destreza como comandante y estratega, me dio renombre y reconocimiento.

- Algunos lo consideran el inventor de la infantería moderna. ¿Qué opina de esta afirmación?

- Me parece una afirmación muy temeraria.

Yo no inventé nada. Me limité a tener en cuenta la evolución que las tácticas militares, la tecnología y las nuevas armas habían desarrollado.

La infantería, como la concebimos hoy, surgió de la necesidad de adaptarnos a los nuevos tiempos y de cambiar los enfoques que habían sido utilizados durante siglos. Lo que hice fue llevarla a un nuevo nivel de organización y efectividad.

La clave fue comprender que, en las batallas, no solo los caballeros y la caballería pesada eran decisivos, sino que las tropas de infantería, bien entrenadas y disciplinadas, podían jugar un papel crucial en la victoria. Apliqué nuevas estrategias de formación y de uso de armas como las picas y los arcabuces, que permitieron a los soldados de a pie ser mucho más letales y efectivos en el combate. De alguna forma, las reformas que introduje marcaron el camino para la infantería moderna, pero siempre fue el resultado de un proceso colectivo de evolución y no una invención personal.

- Después de todo lo que ha vivido, ¿qué consejo daría a quienes sirven a la corona?

- Servir con honor, lealtad y valor, pero también mantener la integridad personal y el respeto por los demás. Asimismo, les diría que no busquen la recompensa inmediata o el reconocimiento. El verdadero mérito se encuentra en el servicio desinteresado, en la construcción de un futuro próspero para el reino. La lealtad y el deber deben ser las estrellas que guíen cada decisión. Y por último, que nunca olviden que la gloria es efímera, y lo que realmente perdura es la paz que uno contribuye a edificar.

- ¿Qué siente al saber que el Ayuntamiento de Montilla ha inaugurado una sala expositiva dedicada a su figura en el lugar donde se ubicaba el castillo de su familia?

- Ese homenaje me llena de un profundo orgullo y emoción. Aunque los muros del castillo ya no se alzan, el recuerdo de nuestra familia y nuestros esfuerzos por el bien del reino y de Montilla se mantiene vivo. Es un acto de reconocimiento hacia mi legado y un recordatorio de que, aunque la historia se vea moldeada por el paso del tiempo, siempre habrá quienes la recuerden y la celebren.

Como vuestra asociación, El coloquio de los perros, cuando en 2015, con motivo del quinto centenario de mi fallecimiento, dedicó la temática del concurso de relato corto y fotografía a mi persona y a mi época.

- Para finalizar, ¿cómo le gustaría ser recordado?

- Como un hombre de principios, de guerra, pero también de paz. Alguien que, sin buscar la gloria personal, dedicó su vida a servir a la Corona, que ayudó a forjar la España unificada que conocemos hoy a través de su lealtad, sacrificio y valentía.

Y, por supuesto, como un montillano orgulloso de haber llevado el nombre de su tierra por todo el mundo.



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