Todo el mundo piensa que la vida de un martillo es muy fácil. Solo es salir de la caja, golpea algo con violencia y vuelve a la caja. Nadie se para a pensar lo mucho que tenemos dentro y todo lo que sufrimos cuando la vida no deja de maltratarnos con sus prisas y desconocimiento. Que nadie crea que no comprendemos para qué hemos venido a este mundo y cuál es nuestra misión en la vida. Pocas de las de nuestro ecosistema tienen esto más claro que los “cabeza de acero”. Pero como os cuento, el devenir del tiempo tiene unos caminos de los más intrincados y confusos.
Debería ser cristalino, hay algo que golpear para que cumpla con su misión en este mundo, pues ahí estamos nosotros. No dejando atrás ni un gramo de la fuerza que se nos pide. No escatimamos nada, ni nos quejamos ni pedimos delicadeza. No como esos nuevos clavos orientales, que a la mínima se doblan siendo incapaces de taladrar ni un mísero pino. Cómo echo de menos a los auténticos galvanizados que venían allende del Rin. Con esos no había problema, sabían perfectamente de qué iba la vaina. Golpe que recibían, dos dedos que se introducían en la victima. Sin lamentos, sin pensar cómo habría sido de bonita la vida de esa madera.
Pero no, son legiones los que abren la caja para buscar cualquier herramienta y, sin saber por qué, nos escogen a nosotros para todo. Y lo peor es que no han aprendido aún que somos incompatibles con los cristaloides o cerámicos. Ellos son débiles y delicados por naturaleza. Pero allí nos llevan, a ver si dándoles un toquecito encajan. Un toquecito, no hay mayor insulto para nosotros. Eso no les pasa a nuestras hermanas mayores las mazas. Su mundo es maravilloso. Máxima fuerza, destrucción asegurada, tope de energía desplegada, todo se muere de miedo ante su presencia.
Aunque dentro de mí habita un sueño que no suelo contar a casi nadie en estas cuatro paredes. Corre una leyenda entre nosotros, que hubo un tiempo casi perdido en el cual fuimos imprescindibles para extraer una belleza desgarradora de la piedra más basta. La vida conseguía, a través de nuestros certeros y meticulosos golpes, sacar de la roca su alma más escondida. Y dejar a la vista de todos su verdadera imagen. La vida transmitía parte de su poder a algo tan inerte como el mármol y nosotros éramos su principal aliado.
Y para rematar la faena tengo a alguno que no para de susurrarme al oído que nuestra existencia toca a su fin. Que hay maquinas con un corazón neumático que hacen nuestro trabajo sin que la vida se esfuerce. Seria desolador que fuera cierto. En este tiempo he logrado entender que las cosas que más queremos son aquellas que necesitan tiempo y dedicación, como decía la canción. Quizás solo sea una prueba más de que los cambios que están afectando a la vida van por caminos equivocados. La comodidad no puede sustituir a todo lo demás. Perderían cientos de momentos imprescindibles para poder apreciar todo lo que les rodea. No se tiene aprecio por lo que no ha costado esfuerzo.
Y sí, creo que somos una parte fundamental de la felicidad de la existencia. Si no, como se podría explicar que algo tan simple como un cacho de hierro insertado en un palo, la ha acompañado desde hace miles de años. Copiando la idea de aquella película que decía que la infelicidad era parte insustituible de la vida. Nosotros, como representación de la fuerza más bruta, hemos llegado hasta aquí con pocos cambios, millones de golpes recibidos y ganas de recibir las siguientes miríadas de impactos.
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