Desde El Ladrío, y a través de una entrevista ficticia, irreal y fingida, queremos dar a conocer a los muchos montillanos y montillanas ilustres, de origen y de adopción, que la historia de nuestra ciudad ha dado.
En esta edición, la elegida es Leonor Rodríguez, la Camacha, famosa bruja procesada y penitenciada por el Santo Oficio en el siglo XVI, y a la que Cervantes inmortalizó en “El coloquio de los perros”.
Nuestro agradecimiento a Mª Luisa Rodas Muñoz por su colaboración en este cuestionario, poniéndose en el papel de Leonor Rodríguez.
- ¿Qué ha significado Montilla para usted?
- Montilla ha sido mi hogar y el hogar de mi familia, pero también mi perdición. El lugar donde sufrí un matrimonio desgraciado y la incomprensión y crítica de mis paisanos, que no supieron entender el infierno que estaba pasando, a pesar de que consideraban “endemoniado” a mi marido. Nunca entendieron la gravedad de la enfermedad que Antón padecía y que yo era la única capaz de mantenerlo calmado. También es el lugar donde sufrí la desconfianza y las envidias que provocaban mi desenvoltura, por desempeñar un oficio muy poco femenino, el de posadera, en un mundo dominado por los hombres. La Montilla de ese momento era poco dada al progreso y la comprensión hacia mujeres que, como yo misma, sacaran los “pies del tiesto” y demostrasen la rebeldía ante las injusticias que nos sobrevenían.
- ¿Realmente se considera una bruja? ¿Cómo se ve a sí misma?
- ¿Bruja yo? Que me citen un solo encantamiento o hechizo maligno que yo haya hecho. Uno solo, que sea real, más allá de las leyendas y rumores achacados a mi persona. Como le decía antes, me acusaron de manejar las artes hechiceriles a raíz de la enfermedad de mi esposo, sin ser capaces de ver más allá. El resto fue…, la comidilla de los pueblos, el decir por decir e inventar lo que no se sabía… En mi caso, se tuvieron en cuenta una serie de causas para, al unirlas, montar un proceso por hechicería, que no por brujería. Esto es importante, porque la hechicería se consideraba cuando había “cierto género de encantación con que se liga a la persona hechizada, de modo que se le pervierte el juicio y se le hace querer lo que, estando libre, aborrecería”. Se consideraba que las brujas, además, celebran aquelarres y practican daños a sus víctimas, como ejecutoras de las órdenes demoníacas.”
- ¿Cuáles fueron las causas para armar su proceso?
- Podría decirse que fueron varias las razones por las que se me acusó, aparte de la ya mencionada, de achacarme los males de mi esposo, Antón Bonilla, como que yo lo había endemoniado. Siendo yo aún muy joven, murió mi tío, el cura Crespo, sin testar. Yo no iba a resignarme a perder la herencia que de su parte me correspondía, así que me fui a Granada, a pelearla ante la Real Chancillería. Cierto es que, por causa de la enfermedad de mi esposo y estando allí, aproveché para hacer contacto con ciertas mujeres, moriscas, que conocían los remedios para aplacar los ataques de ira de mi marido, así como otros muchos remedios y curaciones. Algo que no dudé en poner en práctica también al volver a Montilla. Si se une mi trabajo como posadera, el éxito de mis negocios y que en el mesón procuré servir bien a mis clientes en sus necesidades, aunque estas fuesen el interceder entre algunas parejas para su unión… algo ilícita… Estas fueron algunas de las muchas causas que se me achacaron, aunque las habladurías de los pueblos las acrecentaron luego con mil historias más.
- ¿Qué opinión tiene de quienes la delataron y de quienes la juzgaron?
- ¡Hipócritas! Todos ellos fueron unos hipócritas, además de querer aprovecharse de los bienes que yo había conseguido reunir con mi herencia familiar y mi trabajo. Para empezar, los delatores que indicaron que, en fiesta de guardar, en mi mesón se jugaba a los naipes en vez de estar en misa, ¿cómo pudieron asegurarlo?, ¿no estaban ellos mismos en la misa? ¿O acaso no estaban en el mesón contemplando lo que pasaba dentro? Por otro lado, los frailes jesuitas, cuyo temor era que sus novicios se sintieran tentados por La Camacha. Y claro, los Familiares del Santo Oficio, ya se sabe. Las delaciones se pagaban bien, en parte con bienes de la denunciada, así que ya se puede imaginar cómo se organizaron para, entre todos, ponerme en las fauces del Tribunal. Y de este mismo, ¿qué puedo decir? Las confesiones se arrancan mediante tormento y mi caso no fue menos. Yo fui sometida a tormento, como cada reo que había en las cárceles de la Inquisición. Y cuando se trata de preservar tu integridad física, se confiesa todo lo que te preguntan. Las garantías “procesales” tardaron mucho en ser una realidad en este país nuestro…
- ¿Cree que la trataron así por ser una mujer no convencional para su época? Si pudiera dirigirse a las mujeres de hoy, ¿qué les diría?
- En mi caso, estoy convencida de que si, fue por ser mujer y sacar los pies del tiesto. En mi época, las mujeres debían ser obedientes y dedicarse a las tareas y oficios propios. Regentar un mesón o emprender negocios como los que yo llevaba adelante no era nada propio de mujeres y eso molestó bastante. También, como ya os he contado antes, el ser capaz de batallar por el reconocimiento de los derechos que se me debían. Esto lo traigo a las mujeres de hoy. ¿Que qué les diría? Que continúen batallando por esos derechos que les corresponden, que sean rebeldes y no se dejen perder ni un solo paso de los alcanzados. En mis paseos por esta época, he podido ver que, aunque ya no esté controlada por los tribunales eclesiásticos de manera oficial, sigue estando muy presente cierta forma de ‘inquisición’. Se sigue juzgando a las mujeres por multitud de cosas, por ser dueñas de su propio cuerpo y de sus propias ideas. Estoy viendo una reacción inquisitorial respecto a este movimiento, por lo que animo a que no se dé ni un paso atrás en lo conseguido.
- ¿Qué ha significado para usted que Cervantes la inmortalizara en “El coloquio de los perros”?
- Tengo que decir que es todo un honor. Que don Miguel se interesase por mi historia y la reflejase en su obra es todo un honor. He de reconocer que si ustedes tienen conocimiento de mi historia, si se ha estudiado y se sigue pensando en mi persona como alguien importante para la historia, me atrevería a decir que no solo de Montilla, se debe, sin duda, a la obra de Cervantes. Pienso, al tener conocimiento de su obra y su legado, que el autor tiene la cualidad de hacer parecer reales a personajes totalmente imaginarios y hacer pensar que son pura imaginación las personas más reales. Podría decirse que es ese mi caso, aunque él mismo me imaginase con compañeras que nunca tuve. No sé quiénes son esas Montiela y Cañizares, que conmigo nunca estuvieron ni mucho menos fueron mis discípulas, aunque sí es cierto que en mi mismo proceso hubo otras mujeres de Montilla también juzgadas por el Tribunal. Pero no me molesta, de ningún modo, si pensamos en que resulta necesaria y hasta atractiva esa licencia literaria.
- ¿Qué siente al saber que el Ayuntamiento de Montilla le va a dedicar su nombre a una calle?
- Pues creo que es un paso más, y necesario, en el reconocimiento a mi figura, si de mi aportación a la Historia local hablamos. Es cierto que, afortunadamente, mi nombre no ha caído del todo en el olvido, gracias a la obra de don Miguel de Cervantes, aunque siempre se me ha nombrado en Montilla como un personaje literario más que como persona real. En Montilla, desde hace tanto que muchos ni recordarán, está el restaurante de ‘Las Camachas’, se nombra como lugar de hechicerías, y hasta ha sido protagonista en el cine, la Casa de ‘las Camachas’, está la Avenida de ‘las Camachas’…, y luego, claro, lo relacionado con la novela de El Coloquio de los Perros, en sí misma, como vuestra propia asociación. Pienso que todo ello ha hecho que se piense en mí, más como un personaje literario, imaginario… Por eso, y permítanme que no peque de modestia en este sentido, es necesario que se recupere a La Camacha por lo que fue realmente, por quién fue como mujer y se estudie de este modo mi legado histórico. Creo que es necesario también que se sepa quiénes fueron realmente “las Camachas”, la esposa, hija y nieta, yo misma, de Antón Camacho. Todo ello, de cara al presente y, sobre todo, a las generaciones futuras, creo que se verá incrementado si se recuerda en forma de calle que en Montilla vivió Leonor Rodríguez, la Camacha.
- Para finalizar, ¿cómo le gustaría ser recordada?
- Ya soy una leyenda para nuestro pueblo, pero sí es cierto que me gustaría que, ya que todo el mundo sabe de mí, que supiera la verdad. Aunque me halaga esa “Camacha cervantina” que “congelaba las nubes y ocultaba la faz del sol, que por enero cultivaba rosas…”, y todas esas atribuciones maravillosas que me puso don Miguel, me gustaría que nuestros paisanos y, sobre todo, nuestras paisanas, sepan de verdad quién fui. Una mujer extraordinaria que se enfrentó a un sistema de poder establecido, defendiendo mi criterio de mujer y mi modo de vida, en un mundo de hombres.
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