Puertas abiertas, por Felipe Logroño


En el vasto y desolado paisaje de la urbanidad, donde los buenos modales y la cortesía son reliquias olvidadas, se erige majestuosa la torre de la falta de cortesía, cuyo estandarte ondea con orgullo: la puerta sin cerrar. Como un faro de desidia, esta puerta se yergue desafiante, desafiando toda noción de consideración y decencia.

En el teatro grotesco de la vida cotidiana, las puertas olvidadas son actores secundarios de un drama desaliñado, un ballet de descortesías ejecutado con la gracia de un elefante en una cristalería. La negligencia hacia estos guardianes del umbral revela una pobreza de modales que rivaliza con la desfachatez de un bufón en una corte real. ¿Acaso cerrar una puerta se ha convertido en un acto tan arduo como domar un dragón de fuego?

En el mundo de aquellos que no cierran puertas, cada habitación es un escenario de intriga y suspense, donde el viento juega caprichosamente con las cortinas y los fantasmas del mal gusto se pasean libremente. Es como si el respeto por la privacidad y la tranquilidad hubieran sido arrojados por la ventana, junto con cualquier atisbo de buen juicio.

Observar cómo las puertas se quedan suspendidas en el limbo de la apatía es como contemplar un cuadro surrealista donde la lógica ha sido sustituida por la absurdidad. ¿Qué falta de sentido común lleva a las personas a dejar las puertas balanceándose como péndulos desquiciados en una brisa impertinente? Es como si la cortesía se hubiera evaporado del léxico humano, dejando en su lugar un vacío tan palpable como la corriente de aire que penetra por la rendija de una puerta no cerrada.

La puerta abierta, esa brecha en la muralla de la civilidad, es más que un simple paso descuidado; es una afrenta directa a la sensibilidad de quienes valoran la discreción y el orden. Es como si el portador de tal negligencia estuviera diciendo: "¡Adelante, mundo! ¡Invade mi espacio personal y perturba mi paz interior!"

Las puertas entreabiertas se convierten así en portales hacia un reino de caos y desorden, donde el respeto por el espacio ajeno se desvanece más rápido que una sombra al mediodía. Es como si cada puerta abandonada fuera un recordatorio mordaz de nuestra propia insensatez, una bofetada verbal en un baile de palabras desconsideradas. ¿Acaso el arte de cerrar una puerta se ha vuelto tan esquivo como una quimera en la noche?

En este circo de las malas costumbres, las puertas olvidadas son las estrellas de un espectáculo grotesco, donde la falta de cortesía es aclamada como una virtud. Es como si cada puerta no cerrada fuera un desafío lanzado al orden y la armonía, un grito de guerra en una batalla perdida contra la decencia. ¿Acaso el simple acto de cerrar una puerta se ha vuelto tan escurridizo como un sueño en la mañana?

¿Acaso el acto de cerrar una puerta se ha vuelto demasiado arduo para nuestras manos mimadas y consentidas? ¿O es que la comodidad de los demás ha sido relegada al olvido en pos de la conveniencia egoísta? Quizás, en este drama de la descortesía moderna, la puerta abierta sirve como un símbolo de nuestra propia apertura hacia el caos y la discordia.

En la sinfonía disonante de la vida moderna, las puertas desatendidas son notas discordantes que rompen la melodía del civismo y la urbanidad. Es como si cada puerta entreabierta fuera una grieta en el tejido social, una brecha por la que se filtran el desdén y la indiferencia. ¿Acaso el cerrar una puerta se ha vuelto tan esquivo como una rima en un poema sin sentido? En este absurdo universo de puertas abiertas y modales perdidos, quizás sea hora de recordar que la cortesía no es un lujo, sino una necesidad básica en el laberinto caótico de la convivencia humana.

En conclusión, cerrar una puerta debería ser considerado un acto de cortesía elemental, una muestra mínima de respeto por los demás y por uno mismo. De lo contrario, corremos el riesgo de convertirnos en marionetas de la falta de modales, danzando al son de un melodrama sin fin en el escenario de la incivilidad moderna. ¡Cierren esas puertas, por el amor de la civilización!

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