Vino y jóvenes, por La Camacha


Ah, jóvenes del siglo XXI, criaturas de gustos tan efímeros como sus relaciones en las redes sociales. ¿Aficionados al vino? ¡Qué ocurrencia! La juventud de hoy en día parece más inclinada a embriagarse con brebajes coloridos de nombres extravagantes y efectos efervescentes que con el noble y sutil elixir de Baco. Permíteme destripar esta situación, cual Quijote enfrentando molinos de viento, para comprender por qué nuestros jóvenes desprecian el vino, qué consecuencias funestas puede acarrear para las venerables bodegas y cómo podríamos, en nuestra infinita sabiduría, remediarlo.

¿Por qué, oh mortales efervescentes, no se sienten atraídos por el vino? Una razón primordial, sin duda, es el cúmulo de estereotipos que rodea a esta bebida, presentada como una reliquia de la alta sociedad o un placer reservado a paladares adiestrados. ¡Qué desfachatez! La juventud anhela la inclusividad, el acceso fácil y el deleite instantáneo, no los protocolos etílicos de un club de caballeros. Además, ¿quién tiene tiempo para esperar a que el vino respire y se abra en la copa cuando puedes beber algo que se sirve en un vaso de plástico y ya está listo para sacudir tus papilas gustativas?

Otra causa de este desdén vinícola es la omnipresente cultura de la inmediatez. En un mundo donde la gratificación se obtiene con un simple clic, ¿cómo podemos esperar que la juventud dedique tiempo a comprender los matices y sutilezas de un buen vino? Prefieren los cócteles de preparación rápida, los shooters de colores estridentes que prometen embriaguez instantánea y desinhibición sin esfuerzo. ¿Quién necesita apreciar la complejidad de un buen Borgoña cuando puedes ingerir una mezcla de alcohol y azúcar que te hace sentir como si estuvieras en una fiesta en Cancún?

Las consecuencias de esta indiferencia juvenil hacia el vino son tan desalentadoras como el desenlace de una tragedia shakesperiana. Las respetables bodegas, santuarios de tradición y maestría enológica, se ven amenazadas por la falta de relevo generacional. Si los jóvenes no cultivan un gusto por el vino, ¿quién sostendrá las viñas en el futuro? ¿Qué será de los valientes enólogos que trabajan incansablemente para perfeccionar su arte si no hay una demanda adecuada para sus productos? La desaparición del vino en el paladar de los jóvenes podría significar la decadencia de una industria centenaria y el desvanecimiento de un legado cultural tan rico como el mejor reserva de Rioja.

Ah, pero no todo está perdido, noble lector. Aunque la situación parezca tan sombría como las profundidades de una bodega abandonada, aún hay esperanza. ¿Cómo podríamos, en nuestra sabiduría colectiva, revertir este desdén hacia el vino? Una estrategia podría ser desterrar los elitismos asociados con esta bebida y hacerla más accesible para las masas. ¿Por qué no organizar catas de vino en festivales de música, en lugar de limitarlas a clubes de enófilos selectos? ¿Por qué no promocionar el vino como una bebida versátil y divertida, en lugar de un símbolo de status? Además, podríamos aprovechar las redes sociales para educar y entusiasmar a los jóvenes sobre las virtudes del vino, utilizando un lenguaje que resuene con su generación y conecte con sus intereses.

En conclusión, la aversión de la juventud hacia el vino es un dilema tan antiguo como las uvas mismas, pero no necesariamente insuperable. Si adoptamos un enfoque audaz y creativo, podríamos revitalizar el interés por esta bebida milenaria y asegurar su lugar en el paladar de las generaciones venideras. Así que levantemos nuestras copas, queridos amigos, y brindemos por un futuro en el que el vino sea apreciado por jóvenes y viejos por igual. ¡Salud! Yo, Leonor Rodríguez, La Camacha, bruja cervantina y montillana, así lo he dicho.

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