Amsterdam, la bella dama del norte. Por Paco Vílchez


En el imaginario colectivo siempre ocupó un lugar morboso y prioritario para aquellos que se sentían un poco díscolos y necesitados de libertades anheladas. Algo así como la diosa de la droga y el sexo, a la que cualquiera pudiera llegar sin apenas corsés moralistas, y siempre dispuesta a ofrecer todo a cambio de casi nada.

Parida, según cuenta la leyenda, por dos perdidos pescadores frisones, que encontraron acomodo en las orillas del Amstel, fue creciendo amamantada por los claroscuros de la Edad Media. Nada que ver con las guerras continuas que la sacudieron. Jirones de adolescencia con peligrosos compañeros de viaje hasta ir madurando. Españoles, primero, ingleses, franceses y alemanes, después, creyeron ser los conquistadores perfectos, buscando sin piedad llegar hasta sus entrañas y arrancarle de cuajo todos sus encantos.

Pero la bella dama de los canales supo resistir una y otra vez las arremetidas continuas y, mostrando exquisita virtud, fue moldeando el pensamiento liberal más deseado por aquellos que fijaban su mirada en otros horizontes.

Inteligente, bella, capaz de manejar finanzas y hacerse grande a través de los océanos, Amsterdam se tiñó de los infinitos colores del tulipán para enamorar cada vez más al amante que, lleno de buenas intenciones, rebuscaba incansablemente en su interior.

Ahora, ya completamente adulta, rebosa juventud en cada uno de sus canales, que como vasos sanguíneos riegan de savia nueva cada calle, cada avenida, cada casa señorial, o iglesia, cada plaza…

Y todo con un punto de partida, la Plaza Dam, epicentro de la ciudad, donde surgió todo. Sin duda el verdadero corazón de la de la misma. A partir de ahí todo empieza a fluir por sus canales principales. Herengracht, Prinsengrascht y Keizersgrastch, los tres canales que amigablemente asociados toman forma de herradura para arropar las maravillas de la dama del norte. La Estación Central, Plaza Dam, Monumento a los caídos en la Segunda Guerra Mundial, Casa de Ana Frank, Casa Museo de Rembrandt, Palacio Real, Universidad de Amsterdam, Ouede Kerk (o iglesia vieja), el Barrio Rojo, Westerkerk (o iglesia del Oeste), el mercado de las flores, Barrio chico, Nieuwmarkrt, el Jordam…

Pero como mujer deseada, no todos los encantos aguardan en su interior, también fuera del mismo hay belleza extrema. Por ello al otro lado del trio de canales, una explosión de lugares maravillosos toman protagonismo. Rijksmuseum, Van Gogh Museum, Stedelijk Museum, todos ellos a escasos metros entre sí en una preciosa plaza que invita al descanso. Más plazas como Spui o Leidseplein… Y si el corazón supone ser la Plaza Dam, los pulmones que alimentan a la ciudad tienen nombre propio, Vondelpark, y Oosterpark.

Pero lo mejor, sin duda, es dejar a un lado los clichés establecidos y olvidarse por unos momentos del reclamo turístico que supone visitar la ciudad. Olvido, para con una venda imaginaria en los ojos dejarse llevar por las sensaciones de manejarse en lo desconocido. Como esos primeros amores de adolescencia donde apenas sabemos dónde encontrar el placer, hasta poco a poco ir madurando.

Por ello, mirar a la dama de los canales con otros ojos supone un ejercicio repleto de satisfacción. Mirar sus otras curvas y disfrutar de ellas, salirse de lo establecido para llegar por ejemplo hasta Gaasperpark, Entrepotdok, o barrios como Oost, Oud West, o De Pijp. Ello nos aportará sensaciones desconocidas al contemplar arquitecturas diferentes, iglesias reconvertidas en centros culturales, antiguos almacenes en viviendas, fábricas en gimnasios, u orillas de canales en embarcaderos de barcos casa.

A mí no me ha ido mal. Algunas fueron las veces que intenté seducirla, con el maravilloso resultado de quedar prendado por sus encantos. Sin duda cada intento quedó en la nada, pasando desapercibidos para la bella dama del norte. Pero eso, al fin y al cabo, importa poco, y es que así se alimentan las grandes pasiones.

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