Decía Rem Koolhaas que “un edificio tiene dos vidas, la que imagina su creador y la vida que tiene”. Es indudable que algunos espacios han evolucionado notablemente en el tiempo, modificando sus intenciones. En cualquier caso, no cabe duda de que Ángel Marchena no podía imaginar cuánto cambiaría la vida de los primeros moradores de su obra maestra en Montilla: “148 viviendas, ermita y casa para el santero”.
La primera urbanización de edificios residenciales destinados a vivienda que se proyectó en Montilla más allá (o acá, según el punto de vista) de los desaparecidos Arcos de la Puerta de Aguilar fue el grupo “Gran Capitán”, formado por casi centenar y medio de casitas modestas, de sobria fachada y cuidada ordenación; junto a la ermita de las Mercedes y la vivienda de su titular, que durante muchos años fue el popular párroco Don Antonio Gómez. Sin duda, uno de los grandes valedores del Barrio.
Ya en 1943, recién colegiado su redactor, se presentó un primer anteproyecto para estas viviendas. Firmaba el arquitecto cacereño Ángel Marchena Rodríguez, cordobés de adopción. Entre sus obras más importantes habría que destacar, por conocida, la sede de la Delegación de Hacienda en la Avenida del Gran Capitán de la capital cordobesa.
En 1944, con el proyecto final redactado junto a Carlos Fernández de Castro (entonces jefe provincial en Jaén de la Dirección General de Regiones Devastadas), la Obra Sindical del Hogar licitaba la construcción de estas viviendas, acogidos al régimen de vivienda protegida del Instituto Nacional de la Vivienda, sobre una superficie de terreno cercana a los 37.000 metros cuadrados que el propio Ayuntamiento había adquirido y cedido para el proyecto. Se adjudicó al constructor e ingeniero industrial Benito Fábrega Valls, por un importe algo inferior a los 3 millones de pesetas y un plazo inicial de construcción de 18 meses.
El 15 de octubre del 49, con el retraso sospechado, se dieron por concluidas las obras, aunque ya en julio del 48 se entrega un primer lote de 32 viviendas. La demora en el proceso de construcción provocó el encargo al arquitecto José Romero Rivera del informe/proyecto “Primera Revisión de Precios” durante ejecución de las obras, para justificar el incremento en los costes de la obra.
Pese a las sensatas intenciones de la idea inicial, las viviendas adolecieron desde primera hora de una serie de problemas, como la mala ejecución de la cimentación, que provocaba un exceso de humedad en las viviendas; el dudoso acierto en la elección de materiales, que llevaba a roturas estructurales y fallos en revestimientos e instalaciones de los edificios; o la inacabada conexión de la red de alcantarillado con el colector general, llegando al punto de entregar las primeras viviendas con desagüe a una fosa séptica provisional.
Víctor Escribano Ucelay, arquitecto municipal de la capital cordobesa, fue el encargado de dirigir algunas reparaciones generales en las edificaciones, tras las mencionadas deficiencias y modificaciones necesarias sobre el planteamiento inicial de Marchena. Escribano, de quien hablaremos en otro Ladrío, puso su firma en otros icónicos edificios del Barrio, como los de San Francisco Solano y varias fases del Patronato Felipe Rinaldi.
Así, en noviembre de 1954, y reiterado en abril de 1955, el BOE recogía la subasta para realización de “obras de construcción de reparación general del grupo Gran Capitán, de 148 viviendas y ermita”. Manuel Maiz Cruz fue el encargado de ejecutar estas reparaciones por algo menos de 2 millones de pesetas. El contratista local Marcelo Raya Córdoba se encargó, por su parte, de acometer las conexiones de la red de alcantarillado.
En las mismas fechas que se construían estas casas nuevas, el Paseo de las Mercedes, entonces de Canis Matute, iba remozándose y ampliando sus dimensiones, hasta convertirse en el principal pulmón de la ciudad. Del pozo situado en su interior se obtuvo en 1948 el suministro de agua para el Grupo “Gran Capitán”. El fenómeno de especulación originado con la adquisición de terrenos por parte del Ayuntamiento para la conversión de suelo rústico en trama urbana es digno de un estudio ex profeso. Baste aquí reseñarlo como uno de los aspectos más significativos en los orígenes de esta expansión.
En cualquier caso, con su sencillez y modesta arquitectura, las “casitas” del Barrio aportaron a la ciudad un toque de orden y planificación urbanística. Calles en retícula, anchas y de aceras impolutas, alineaciones simétricas y viviendas con espacios adaptados a la realidad del momento: pozo para abastecimiento de agua, corral para pequeños animales y estancias más que decentes. Sin saberlo, Ángel Marchena estaba poniendo la primera piedra de la modernidad en Montilla. La Barriada del Gran Capitán, Las Casas Nuevas, nacía con este proyecto, que a la postre daría nombre a todo el Barrio.
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