Dulce filosofía, por Felipe Logroño


Se dice, se cuenta, que fue Benjamin Eisenstadt quien dio el paso adelante de encerrar el azúcar en un sobrecillo monodosis para facilitar la degustación del café mañanero, cuando aún andamos más cerca del mundo de Morfeo que de la áspera realidad. Claramente, uno de esos pequeños inventos que han mejorado nuestra vida.

Durante largo tiempo no eran más que pequeñas bolsitas de papel en las que estaba impreso un rápido y sencillo anagrama, en el que se nos anunciaba la empresa azucarera que se desvivía por cobrarnos un pequeño instante dulce.

Y de ahí a llenar ese hueco con frases no hubo nada más que un simple salto. A buen seguro que el descubridor de semejante lienzo por cubrir no era consciente de que iba a devenir en una rápida oportunidad de negocio.

Hoy tenemos frases de los escritores, pensadores y científicos más famosos. Tantas, que llenarían la biblioteca de Alejandría. Aunque la mayoría no son de ellos, pero les quedan bien. Hay cientos de ellas: motivadoras, románticas, literarias, científicas e, incluso, con propuestas cortas para solucionar nuestra vida. Hasta he conocido algún principio de idea genial que se lanzaba a inspíranos con la escatología como base fundamental. Tan inmensa es la cantidad que ya son legión los que piden que por favor les dejen tomar tranquilos el café sin que Paulo Coelho se meta en sus vidas.

Es fácil imaginar una escena en la que una joven llena de dudas sobre su devenir vital mira con indiferencia ese pequeño paquetito que el camarero ha dejado depositado al lado de su bebida caliente. Y al dedicarle un escaso segundo, ve en esas pocas palabras el camino que andaba buscando. Entonces engulle el líquido incandescente y, con la laringe en carne viva, sale corriendo con una sonrisa en su alma en pos de ese cruce de caminos que ya conoce. Maravilloso.

En mi humildísima opinión, las mejores son las que te dan una bofetada de dura realidad. Ese mensaje que te descubre que los unicornios no existen y las nubes huelen a contaminación. Esas que realzan la amargura de la bebida extraída de la semilla del cafeto, poniendo tu cuerpo y espíritu en tensión sin que la cafeína haya tenido tiempo de llegar a tu riego sanguíneo. Y de todas ellas esta: “si consigue mantener la calma cuando todo el mundo ha perdido la cabeza, es que no se entera del problema”. No hay héroes con la sangre helada, no hay salvadores de la humanidad con un brillo especial en la mirada. Solo gente más corta de entendederas que tú. Es todo un torpedo a la línea de flotación de nuestra sociedad. Un directo a la mandíbula a todos los seres de luz que confían en que siempre habrá alguien que les resolverá los problemas que vayan creando. Un martillazo a ese cristal que te hace ver la vida de verde esperanza. Un trompazo con el libro más gordo de filosofía.

Seguro que todos tenemos una predilecta, aunque, en resumidas cuentas, sólo son una reflexión que se disolverá como su azúcar en el amargo brebaje.

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