A lomos del De Lorean, por José Alfonso Rueda


¿Se podría cambiar el pasado? ¿Qué paradojas e implicaciones acarrearía esa posibilidad? ¿Podemos alterar nuestras acciones o el universo es determinista? Complejas e interesantes cuestiones físicas y filosóficas que no han pasado desapercibidas para el cine y que han llevado a la aparición en las últimas décadas de un subgénero de películas, el de viajes en el tiempo.

Esa mezcla de fantasía, de aventura ante algo desconocido, de conjetura científica y metafísica, de pensar qué hubiera pasado si que tienen estos filmes siempre me ha fascinado.

Los primeros títulos que en mi niñez pude contemplar en aquellas sesiones de tarde televisivas y que hicieron volar mi imaginación ante las posibilidades que abrían los saltos temporales fueron dos clásicos.

Por un lado, “El tiempo en sus manos”, la adaptación de 1960 a la gran pantalla de la obra “La máquina del tiempo”, del pionero de la ciencia ficción H. G. Wells, ambientada en la Inglaterra victoriana y protagonizada por un Rod Taylor que va viajando unas cuantas décadas adelante para abrirnos boca hasta llegar a un apocalipsis nuclear producido pocos años después del rodaje. A partir de ahí, vuelta de tuerca a la rueda del tiempo, milenios de por medio y futuro lejano con Morlocks incluidos.

Primitivos efectos especiales, aventuras románticas sin muchas implicaciones científicas ni pretensiones metafísicas. Entretenimiento y diversión con aire de inicio de era pop. Lo mejor de la película, para mí, el episodio que la serie Big Bang le dedica, sin faltar réplica de la máquina del tiempo y menciones a los morlocks. Todo un guiño a este clásico.

El otro título sesentero, a mayor gloria de Charlton Heston, torso al aire, es la mítica “El planeta de los simios”, la primera, la de 1968 dirigida por Franklin J. Schafner. Aparentemente, una aventura espacial, un remoto planeta en el que la vida ha evolucionado de manera distinta y ha hecho de los primates los seres inteligentes. Hasta que el giro final de la cinta (atención, spoiler) nos muestra la icónica imagen de la Estatua de la Libertad asomando entre la arena de la playa y comprendemos que los protagonistas han realizado un viaje en el tiempo. Fin y a reflexionar, que aquí ya hay algo de chicha para ello.

Ahora bien, si hay un antes y un después en el cine de saltos temporales, una fecha que marca el inicio de una nueva era, esa es el 26 de octubre de 1985. El día en que Marty McFly viaja al pasado en el DeLórean. “Regreso al futuro” es la película definitiva de los viajes en el tiempo. Y no solo la primera sino la saga completa con sus tres entregas.

Una comedia ochentera ligera, juvenil, divertida, para todos los públicos; icono de la moda, la música y la cultura de aquella década del siglo pasado. Un excelente ejemplo del cine de esa época, perfectamente dirigido por Robert Zemeckis e interpretado por Michael J. Fox y Christopher Lloyd como el inolvidable Doc. Y sin embargo, no sé si de manera voluntaria o involuntaria, la cinta que acercó al gran público las paradojas temporales e hizo visibles las posibles implicaciones que un viaje en el tiempo puede tener en la propia existencia, pasada, presente y futura del propio viajero y la influencia de sus actos sobre “su” mundo cuando volviera a él.

Pocos años antes, en 1980, menos conocida y sin profundizar tanto en las consecuencias de esas acciones realizadas en el pasado por viajeros del futuro, “El final de la cuenta atrás” ya nos planteaba la situación. El portaaviones USS Nimitz de la Armada estadounidense, comandado nada más y nada menos que por Kirk Douglas, es engullido durante una navegación por las costas de Hawaii por una extraña tormenta que lo transporta hasta el 7 de diciembre de 1941, el día en que los aviones japoneses bombardearon la base de Pearl Harbor. Una vez que la tripulación del buque es capaz de darse cuenta y aceptar el hecho es cuando se enfrentan a la gran dicotomía: cumplir con el juramento de defender a su país, aunque sea en otra época y con la ayuda de un navío de propulsión nuclear cargado de aeronaves supersónicas, y cambiar inevitablemente el curso de la historia, o mantenerse a la expectativa y no intervenir para no influir en esos sucesos y modificar el futuro. No hace falta desvelar el desenlace para intuir que el transcurso de la Segunda Guerra Mundial no cambia. Eso sí, el final de la película nos deja una escena que nos lleva a pensar sobre el determinismo y los bucles temporales; si las cosas ocurren porque sí o bien porque están destinadas a ocurrir así.

Dentro de esa misma línea de reflexión determinista, también en los ochenta y noventa del siglo XX, nos encontramos dos, mejor dicho tres, míticos títulos: “Terminator”, “Terminator 2: el juicio final” y “Doce monos”. ¿Se puede cambiar el presente modificando el pasado? En estos casos, futuros apocalípticos que incluyen un nuevo matiz en este tipo de películas: la eliminación preventiva de algo o alguien en el pasado para evitar ese indeseable presente-futuro.

Tanto moverse hacia adelante y atrás en el tiempo y buscar gentes en otras épocas implica un riesgo: encontrarse a uno mismo o saber del propio futuro más de lo necesario. ¿Qué puede llegar a ocurrir si eso pasa? Doc advierte abundantemente de los peligros que ello conlleva a Marty en todas las entregas de “Regreso al futuro”. En la española “Los cronocrímenes” también se nos plantea la situación. “El efecto mariposa” (2004), con Ashton Kutcher, nos lo ejemplifica. El caso más extremo, incluso, se nos plantea en “Looper”, donde el protagonista, un asesino temporal a sueldo, recibe el encargo de eliminarse a sí mismo.

Aunque no son exactamente viajes en el tiempo, los bucles temporales también aparecen en el cine, y el film que mejor lo trata es el mítico “Atrapado en el tiempo”, ese maravilloso e interminable Día de la Marmota protagonizado en 1993 por Bill Murray y Andy McDowell. Más reciente dentro de este género, mucho menos divertida y entretenida aunque interesante, podemos encontrar “Al filo del mañana” (2014), en la que un inicialmente poco marcial Tom Cruise se ve obligado a luchar y morir una y otra vez contra unos casi invencibles extraterrestres. En ambos casos, la repetición indefinida del mismo día por parte del protagonista lo lleva a ir aprendiendo y mejorando sus habilidades con la esperanza de poder romper en algún momento ese ciclo infinito y enfrentarse a lo desconocido, a un nuevo amanecer.

Es indudable que cada vez los espectadores nos sentimos más fascinados por estas especulaciones sobre las implicaciones, consecuencias o paradojas que los viajes y bucles temporales supondrían, y que son más las películas que nos encontramos sobre este tema, más densas y profundas. Y no solo cine, también el mundo de las series está reflejando esta afición con numerosas producciones de las que recomiendo encarecidamente “Dark” o “El ministerio del tiempo”.

Para concluir con este repaso, totalmente personal, al cine de saltos temporales, como si de un bucle se tratara, vuelvo al comienzo, al momento inicial, al 26 de octubre de 1985, para recordar que no dejen de ver, una y otra vez, año tras año, siempre con ojos y corazón ochentero, esa genialidad que es “Regreso al futuro” y, como tarea para mañana, el análisis que de ella hacen en uno de sus episodios los amigos de Big Bang. 

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