Hacia la plena inclusión de las personas con discapacidad, por Juan Antonio Prieto Velasco


Hasta hace no demasiado las personas con discapacidad eran consideradas enfermas, deficientes, subnormales o minusválidas en el mejor de los casos. Afortunadamente hoy sabemos que la discapacidad per se no es una enfermedad, que no hace a quienes tienen una menos válidos que los demás y que sencillamente sus capacidades son otras, diferentes a las que se entienden como la norma. No en vano en España el 10 % de la población tiene algún tipo de discapacidad.

Pero las palabras no son del todo arbitrarias y sus implicaciones semánticas tienen una importancia mayor de la que cabría esperar: no solo denotan un significado en alusión a su referente, sino que aquel lleva aparejadas unas connotaciones tanto o más importantes según el contexto y la intención del emisor. El lenguaje es fiel reflejo de la concepción que la sociedad tiene de ese 10 % de ciudadanos españoles con discapacidad según el Instituto Nacional de Estadística. Para el INE, la discapacidad implica una limitación importante para realizar las actividades de la vida diaria que haya durado o se prevea que vaya a durar más de 1 año y tenga su origen en una deficiencia. Este término, aun siendo el preferido por la Organización de las Naciones Unidas, pone el foco en los aspectos negativos derivados de la diferenciación que tradicionalmente se ha hecho entre las personas con y sin discapacidad. Para evitarlo hay quienes prefieren el término diversidad funcional, que viene a destacar las capacidades diferentes de estas personas desde una perspectiva más positiva.

Como vemos, esta variación denominativa no parece ayudar demasiado a lo esencial del problema: clarificar dónde están los obstáculos para estas personas y cómo es posible evitarlos o superarlos. Cabe preguntarse si en una sociedad basada en la igualdad de oportunidades y la no discriminación es la discapacidad la que impide a quienes la tienen participar en plenitud de esa sociedad de la que forman parte o es la propia sociedad la que impone barreras de toda índole, desde las arquitectónicas a las comunicativas, evitando su plena inclusión.

En relación con estas últimas, no parece que las personas con discapacidad sensorial o intelectual tengan ningún problema que les impida ir al cine, comprar online entradas para el teatro, visitar un museo, ir a un partido de fútbol o disfrutar de la lectura de un buen libro. Más bien son las películas, los sitios web, los museos, los estadios de fútbol o los textos mismos los que imponen barreras a las personas con discapacidad auditiva, visual o intelectual. De esas barreras y de la intención de eliminarlas nacen modalidades de traducción accesible como la subtitulación para personas con discapacidad auditiva, la audiodescripción para personas con discapacidad visual o la lectura fácil para personas con dificultades de comprensión lectora. Al fin y al cabo, se trata de proporcionar una alternativa textual que permita a estas personas acceder al contenido que transmiten los textos.

En este sentido, los traductores son algo más que mediadores lingüísticos, pues gracias a la traducción accesible contribuyen a la inclusión social de las personas con discapacidad, facilitándoles el acceso a la información y al conocimiento. Cada vez son más las personas que, desde el ejercicio de su profesión, promueven la inclusión e investigan las vías para lograrla en todas las dimensiones. Así, por ejemplo, el equipo de investigación que dirijo en el marco del proyecto IncluMed (Universidad Pablo de Olavide) trabaja por encontrar la manera en que las personas con dificultades de comprensión puedan entender textos especializados que describen conceptos complejos sobre un mundo que tampoco terminan de comprender. Su objetivo principal es fomentar la alfabetización en salud a través de cómics de temática médica traducidos a lectura fácil en pro de la divulgación inclusiva de la ciencia, la democratización del conocimiento y la humanización de la medicina.

Comentarios