Cipión y Berganza: apoyo a Ucrania

El Coloquio de los perros es la Novela Ejemplar cervantina en la que aparecen Montilla y la Camachas, y da nombre a nuestra asociación. Sus protagonistas, dos canes, Cipión y Berganza, también pretenden serlo de nuestra revista. En cada número, a través de sus reflexiones y posturas en páginas centrales, uno a favor y otro en contra, iremos tratando temas de interés para nuestra sociedad. En esta ocasión, ladrando sobre el apoyo a Ucrania.


Cipión: ¡Apoyo a Ucrania!
Mi querido Berganza, el pasado 24 de febrero se cumplió un año del comienzo de la invasión rusa a Ucrania. Imagina estar un día jugando correteando por la calle y al día siguiente tener que vivir en el metro o en algún otro búnker al resguardo de una lluvia de bombas.
Esto es lo que le pasó a la población ucraniana cuando el presidente ruso Vladimir Vladimirovich Putin anunció una “operación militar especial” en el territorio de Donetsk y Lugansk; misiles comenzaron a impactar en varios lugares de Ucrania, incluida la capital, Kiev. Un año después, la invasión de Ucrania ha reconfigurado el mundo de un modo que casi nadie habría previsto. A continuación -amigo Berganza- voy a narrar algunas de las consecuencias que se han producido.
Víctimas: la cifra de personas que han muerto en la invasión es difícil de estimar y los balances varían según el organismo que ofrezca los datos. Entre la población civil, la ONU ha podido verificar 18.955 víctimas civiles en Ucrania: 7.199 muertos y 11.756 heridos. En diciembre de 2022 el presidente ucraniano Volodímir Oleksándrovich Zelenski aseguró que entre 10.000 y 13.000 de sus soldados habían muerto en los combates y cifró en 146.820 soldados las bajas rusas. La beligerancia de las últimas semanas en la pugna por la ciudad de Bajmut aumentará estas cifras de manera dramática.
Éxodo: según la ONU más de 8 millones de ucranianos han huido en calidad de refugiados a otras partes de Europa y otros 5 millones quedaron desplazados dentro de Ucrania.
Alimentación: debido a la importancia de Ucrania y Rusia como exportadores de productos alimentarios, la invasión ha contribuido a que el precio de los granos alcanzara niveles máximos históricos; esto ha provocado una amenaza de padecer hambre sobre millones de personas en algunas partes de África y Oriente Medio.
Energía: la invasión ha desencadenado la peor crisis energética global desde 1970; en Europa, la factura de gas casi se ha duplicado y el costo de la luz ha aumentado cerca del 70%; en paralelo, Rusia sigue seguido siendo un exportador preponderante y en el último año ha vendido más gas y petróleo a China y la India.
Inflación: cuando económicamente hablando nos estábamos recuperando de la pandemia por Covid-19, la crisis energética y la desaceleración del crecimiento fruto de la invasión han contribuido a un aumento de la inflación; el aumento de precios está mermando los sueldos y ahorros; en mis correteos por las calles no paro de escuchar lamentos por la subida que está experimentando el euríbor y su impacto en hipotecas con interés variable. 
Nada justifica esta barbarie -querido Berganza- pero es que además de las consecuencias ya explicadas, las excusas vertidas por el presidente ruso para motivar la invasión son una sarta de mentiras. Por estos motivos yo considero que la comunidad internacional debe unirse aún más y endurecer las medidas contra Putin para que estos agravios no queden impunes. Las sanciones se tienen que endurecer hasta el punto de que sea la propia población rusa la que termine derrocando a su propio presidente a consecuencia de la opresión y carestía que dichas sanciones provocarían. La OTAN debería reconocer a Ucrania como miembro de pleno derecho para poder así tener acceso a una defensa legítima de su territorio con la ayuda del resto de miembros y poder así enfrentarse al invasor en condiciones de igualdad.
Soy consciente, amigo Berganza, que esto podría dar lugar a la III Guerra Mundial y al hecho de que Putin decidiera cumplir su reiterada amenaza del uso de armas nucleares, pero hay circunstancias en las que el fin bien podría justificar los medios.
Esto lanzaría un mensaje universal a posibles actores tentados con similares intenciones sobre agresiones ilegítimas e invasiones caprichosas y de que ni nada ni nadie está por encima del interés general y el orden preestablecido democráticamente.
Por tanto, mi buen amigo Berganza, afílate los colmillos que nos vamos a la guerra.
Berganza: ¿Apoyo a Ucrania?
Querido Cipión, los hombres gustan de intentar explicar sus guerras con adjetivos variopintos: santas, civiles, justas, mundiales, biológicas, convencionales, frías, psicológicas… En el caso de la guerra de Ucrania, la definición más sensata sería guerra de agresión, donde un estado soberano invade y anexiona el territorio de otro. No obstante, con Rusia nada se explica de manera fácil. El primer ministro británico Lloyd George, inmerso en las negociaciones del Tratado de Versalles tras la Primera Guerra Mundial, reconocía que Rusia era una jungla en la cual nadie podía distinguir lo que tenía a pocos metros de distancia. Los conocimientos de geopolítica del mandatario del primer imperio de esa época eran tan escasos que pensaba que la ciudad de Jarkov en Ucrania era un general ruso. Y con esos mimbres, está claro que la configuración de las fronteras de las nuevas naciones surgidas de la caída de los viejos imperios no podía salir bien. Esas tensiones no resueltas son el motor hoy para que los dirigentes azucen a radicales políticos y a los belicistas. Cuando los gobernantes se quedan sin ideas recurren al nacionalismo más furibundo y siempre habrá quienes les sigan.
Vladimir Putin lo sabe bien. Su mezcla de nacionalismo radical, nostalgia del poder soviético y represión política funciona para llevar al pueblo ruso hacia una guerra que nadie quería. Mientras él viva, no aceptará que la OTAN esté tan cerca de lo que el nacionalismo ruso considera su espacio. Putin y su nacionalismo nostálgico aspiran a revivir la visión soviética del telón de acero: crear una serie de estados pantalla que separen a Rusia de lo que en el imaginario nacionalista ruso significa “Occidente”. Y mucho menos, consentirá que la flota del Mar Negro y el puerto de Sebastopol queden rodeados por territorio occidental, como sería el caso si Ucrania fuese admitida en la UE y la OTAN. Además, la mera apertura a Europa de Ucrania es ya una traición para Putin, que siempre ha estado cómodo con una Ucrania dependiente de Rusia.
Como los tiranos de las tragedias, Putin ha llamado a la devastación y soltado a los perros de la guerra. Y así planteado el conflicto, la guerra se desarrolla como un juego sin vencedor posible. Por una parte, Occidente no puede intervenir directamente, por muchas armas que se entreguen a Ucrania. Y, por la otra, Rusia sabe parar sus provocaciones justo en el límite para que no sean consideradas como actos de guerra. Claro que, en el futuro, Putin tendrá que limitar sus reivindicaciones a franjas de territorio estrechas y olvidar la toma de Kiev o la parte occidental de Ucrania. El único futuro es una negociación y, desgraciadamente, una pérdida de territorio de Ucrania. Una restricción de la soberanía como la que impusieron los soviéticos a Finlandia durante décadas. A cambio de una independencia ucraniana más o menos operativa, Rusia negará el acceso a OTAN y UE de Ucrania, mantendrá las bases rusas para controlar las partes rusófonas, Crimea y el Mar Negro, etc. Antes o después, un escenario parecido a ese se negociará.
Y, entonces, amigo Cipión, ¿para qué continuar esta guerra sin solución?, ¿a qué seguir enviando armas y ejércitos a una muerte absurda?, ¿qué sentido tiene malgastar el dinero en tanques cuando se podría invertir en la reconstrucción de Ucrania?
Alimentar la esperanza de los ucranianos es solo alargar el camino hacia un final triste. Da igual los adjetivos para calificar esta guerra. Es una guerra como todas: morirá gente inocente, la devastación se expandirá, el sufrimiento se multiplicará. Los ucranianos son los peones en el juego de unas potencias que luchan por mantener lo que queda de su hegemonía. Es mejor que esas potencias dejen de agravar el conflicto con armas y centrar sus esfuerzos en forzar una negociación para terminar con tanta destrucción inútil.






















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