Mr. Banghedan, por Miguel Cruz Gálvez


Hay a quien el mundo le queda pequeño y hay a quien le sucede todo lo contrario. Realmente a casi todos en algún momento, el mundo, o sencillamente nuestro mundo, nos queda demasiado grande. Y a Sara, eso le pasaba demasiado últimamente.

Aquel era uno de esos sábados anodinos, una jornada gris de las que se presentan con más o menos frecuencia y generalmente sin saber cómo. Quizás por agotamiento, por desidia o por tantas circunstancias que, a cierta altura de la vida y de buenas a primeras, te sitúan, inesperadamente, pasando una mala racha. Y la verdad que ella no sabía bien a qué agarrarse en aquel momento.

Suerte tuvo de no andar sola en su camino, y así Jon tiró de ella aquella tarde, para reflotarla y poner los pies en la calle al caer el sol, adentrándose en la Gran Vía con el sencillo objetivo de hacer lo que “tocaba” hacer en horario vespertino aquel frío fin de semana de noviembre.

El paseo los adentró entre una multitud de luces, sonidos y personas que los envolvían en una nebulosa y los llevaba en volandas, anestesiados y casi sin hablar. Su mirada andaba ya perdida a lo lejos, avistando Plaza de España, cuando salió a su paso, de forma inesperada, una esperpéntica figura vestida con frac y turbante de Maharajá.

- ¡Buenas noches, señores! - saludó Mr. Bánghedan. - ¡Pasen dentro! En tercera fila tienen un par de butacas con magnífica visión. ¡Adelante!

- No, si nosotros solo dábamos un paseo, no tenemos pensado ir al teatro hoy. -excusaba él.

- Precisamente, caballero, este espectáculo está hecho para los que lo necesitan y no lo saben, para los que sin un plan definido se encuentran con el futuro en sus narices.

- Jaja, ¿qué clase de argumentos son esos para entrar a ver una obra de teatro? - inquirió Sara con mezcla de risa e incomodidad.

- Ni más ni menos que los argumentos que nadie debería rechazar - respondió Mr Bánghedan.

- Disculpe, señor, está llamando mi atención - interpelaba Jon -. Concretamente, ¿qué se va a ver ahí dentro?

- Pues, un muerto - indicó Mr Bánghedan con toda naturalidad.

- ¡¿Cómo?! - exclamó a la par la pareja con los ojos como platos.

- Jajaja, no se alarmen, señores, no huele ni nada. Además, lo verán sólo un pispás, lo justo y necesario.

- ¿Lo justo y necesario? ¿Para qué es necesario ver un muerto? - preguntó Jon subiéndose indignado los cuellos del abrigo.

- Señor, tal y como le dije, para encontrar el futuro en sus manos - explicaba Bánghedan de forma condescendiente.

- Nuestro futuro, un muerto…¡Pues vaya futuro! ¿No le parece? - se mostraba ella también indignada.

- Precisamente, señores, ese es su “cierto futuro”. En cualquier caso, ¡ale!, desfilen y aprovechen su presente ahora que el futuro ya lo tienen claro. ¡Buenas noches, monsieur! ¡Madame!… - con una reverencia Bánghedan les indicaba el camino por el amplio acerado de la avenida.


Espoleada en su ánimo, la pareja se alejó Gran Vía abajo. Pero el caminar y el silencio que ambos mantenían hicieron a Sara sosegar el ánimo y sumergirse en una nueva sensación. Quizás Mr. Banghedan, pensó Sara, estaba en lo cierto y quizás aquel encuentro fue un pequeño regalo de la vida, que casi siempre te brinda lo que necesitas…Quizás esta vez lo tenga en cuenta.


Se suele decir que solo aprendemos a base de palos o de sustos, valga aquí la comparativa. Y habitualmente, si no apreciamos peligro, es bastante probable que permanezcamos en el inmovilismo, acarreando así negativas consecuencias para nuestro destino. 

El mayor peligro, sin lugar a dudas, es ignorar el paso del tiempo, la pérdida de oportunidades, y así maltratar las aspiraciones que todo ser humano, sin excepción, tiene para sí. 

En ese sentido va el propósito de este incómodo relato, la realidad presentada de forma ligeramente cruel, pero hecha con todo el amor del mundo. Para que tú, que a veces estás en uno de esos momentos anodinos, seas consciente de nuestro “cierto futuro” y entiendas que, por ese motivo, no debes perder ni un sólo segundo.

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