Terror a la española, por Cristian López


Palomitas y a disfrutar. Posiblemente el género de terror sea el que más veces me ha hecho regocijarme delante de una pantalla. Puede sonar perturbador, pero es que es precisamente eso lo que uno busca (al menos así es en mi caso) cuando se acude al cine a pasar miedo. Sumergirse en un universo completamente extraño durante un tiempo determinado. Sentirse frágil, vulnerable. Que la ficción te atrape -como mínimo, durante la narración- en busca de sensaciones que no sueles experimentar en tu día a día. Además, creo firmemente que el terror es hoy en día el género que con mayor convicción defiende su pureza y el que menos (de momento) ha acabado sucumbiendo al impacto del mainstream, posiblemente porque, a su vez, es el más infravalorado en su forma y fondo. Y dentro de este menosprecio general, la industria española, como suele ser habitual también en otros ámbitos, sigue siendo víctima de críticas infundadas e irracionales sobre falta de talento y de buenas obras.

Es innegable que España cuenta con un impresionante legado de historias terroríficas. Desde Jess Franco y sus coetáneos, la industria nacional se situó al frente de un género que dominó a nivel mundial durante décadas y, pese a tener ciertos altibajos, nunca ha dejado de producir buenas filmaciones. Son de sobra conocidos directores como Jaume Balagueró, Paco Plaza o Alejandro Amenábar, que no en pocas ocasiones nos han puesto el vello de punta con sus obras. Pero hay otros muchos, quizá menos presentes en el imaginario común del público joven (y no tan joven), que resultan igual de atractivos para los verdaderos amantes del terror. Es por ello que, aprovechando la cercanía del 31 de octubre, dejo a continuación cinco propuestas realmente pertubadoras con su toque a la española. 

La cueva (Alfredo Montero, 2014)

Un concepto tan manido como el de un grupo de amigos que comienzan a pasarlo mal en un bosque puede reconstruirse hacia senderos mucho más provocadores. Montero realiza un verdadero alarde de amor al cine a través de un ejercicio de supervivencia. Vísceras, canibalismo y mucha sangre son los ingredientes que hacen que La Cueva sea un producto que verdaderamente deja mancha. De la libertad al agobio máximo. Algo así como si en una coctelera mezcláramos El proyecto de la bruja Blair, REC y el lado más sórdido de Los Goonies.

Bosque de sombras (Koldo Serra, 2006)

De nuevo una historia de violencia en la libertad de un bosque. Pero aquí, Serra nos sumerge en un paisaje genérico del norte de España a finales de los 70. Una vez más, lo que parece un idílico fin de semana para los protagonistas, poco a poco va a ir tomando un carácter turbio hasta convertirse en una auténtica pesadilla. Y lo más reseñable es que el drama va atrapándote progresivamente y con total naturalidad. Una propuesta, además, que bebe mucho de la imprescindible Perros de paja. La vida rural en su estado más salvaje y con un reparto encabezado por Aitana Sánchez-Gijón y Gary Oldman.

Secuestrados (Miguel Ángel Vivas, 2010)

El susto está en su premisa, al tiempo que su desarrollo se mantiene en todo momento como un impecable y eficaz ejercicio que sabe roer los nervios del espectador de principio a fin. Una ‘Home Invasion’ como mandan los cánones. No deja impasible a nadie. Vivas toma un pulso frenético en el que no siente en ningún momento miedo a tensar la cuerda al máximo posible y mostrar la violencia sin tapujos. Excelsa la actuación de Manuela Vellés.

Bajo la rosa (Josué Ramos, 2017)

Seguramente es la más desconocida de todas, y al mismo tiempo, la más pertubadora. Un cóctel realmente escalofriante que va cocinándose a fuego lento. El secuestro de una niña y una carta de alguien que dice tenerla y que solo quiere una cosa: ir a hablar con los padres. Josué Ramos demuestra que no hacen falta muchos recursos para hacer una obra inmensa. Una suerte de Funny Games en la que la violencia pasa a un terreno más psicológico. Terror, por triste que parezca, mucho más cotidiano de lo que debiera ser.

¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976)

Posiblemente, la de Ibáñez Serrador sea una de las mejores películas de terror de la historia del cine a nivel mundial, y al mismo tiempo una de las más infravaloradas. Chicho, del que todos los citados beberían años después, y basándose (todo hay que decirlo) en la novela de Juan José Plans, hizo Los chicos del maíz antes incluso de que King publicara su relato en la revista Penthouse (ya ni hablar de la cinta de Fritz Kiersch). Tomando una evidente inspiración en la Rosemary's Baby de Polanski, propone unas vacaciones terroríficas a plena luz del día. Una obra que sigue muy vigente y que sería impensable de realizar en la actualidad.



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