La extraña pareja, por Miguel Cruz Gálvez


La primera vez que bailó delante de público fue por un empujón en una celebración nupcial. Un familiar lo mandó a la fuerza al centro del corro que se había formado. Una vez allí, expuesto a la mirada del gentío y en contra de su voluntad, no pudo, o no supo, defenderse de otra forma que haciendo lo que sabía. El hecho casual de que un cazatalentos estuviera presente en aquella espectacular demostración hizo el resto, para pasar a la Historia como, probablemente, el mejor bailarín de todos los tiempos.

Bajo cualquier razonamiento inexperto podría ampararse la lógica de que mantener el riesgo bajo mínimos y todo bajo control garantiza un próspero porvenir y una segura felicidad. Sin embargo, cualquier individuo experimentado nos diría al respecto: “cuídate de no creer eso duramente mucho tiempo y de no ponerlo en práctica, pues nunca sabe uno del todo lo que le conviene y poca cosa buena te va a traer el andar siempre en campo seguro”.

La paradoja es que, para conseguir cualquier éxito o progreso en nuestra vida, hay que abrir la mente y asumir ciertos riesgos, porque lo bueno y lo malo habitan lugares comunes y para posicionarse de continuo en lo bueno, hay que torear evitando astadas casi a cada instante. Es esta la extraña pareja que forman el riesgo y el desarrollo personal, el cual necesitamos y que es, en definitiva, el que nos proporciona cierta armonía y equilibrio vital.

Como al bailarín, a todos nos llega el día en que quedamos expuestos al juicio ajeno. Ante alguno o ante muchos, frente al amor de nuestra vida o frente a algún cruel enemigo. Ante la opción de cumplir algún ferviente deseo o ante cualquier desagradable incidente que nos expone al bochorno. Momentos cruciales que nos forjan como personas, para bien o para mal. En los que crecemos o menguamos, nos fortalecemos o nos debilitamos. Así de definitiva es la vida, que a cada momento nos pone a prueba, aunque no hagamos nada… aunque no seamos conscientes de ello.

Incluso al que lee esto a cubierto, en su sofá, que no se expone nunca a nada y casi no conoce a la extraña pareja; que sin saltar al ruedo no corre riesgo y no cree ambicionar nada, la vida pone o pondrá a prueba su camino, haciéndole ver caer las hojas del calendario sin brindarle lo que necesita, apocando su estado y haciéndole ver que no lucha y que una vida anodina, no es una vida.

Seguramente todo humano, cada cual en distinto grado, posee un innato pudor a exponer sus carencias, sus vergüenzas. Pero reconocido eso, no todos actúan igual: unos aprovechan para dar un paso adelante y crecer, y otros para agarrarse al miedo y no actuar.

Arengo así a la tropa a dar el paso adelante, a no excederse en el pensar y tener claro que la inacción no es una opción. Hacer para crecer, para fortalecerse y estar pleno y feliz.

Arengo al arrojo porque, después de todo, poco hay grave e irreversible, salvo que algún día llega el final, y terminas dándote cuenta de que todo hijo de vecino tenía tus mismas vergüenzas y sufrías sin necesidad. Y te pedirás cuentas por no haber saltado al ruedo y convivir con la extraña pareja.

Suerte tuve de quedar pronto expuesto con mis vergüenzas, comprobando que no hubo apocalipsis, pánico general o graves consecuencias. Y aproveché la ocasión para aprender el toreo de lo malo y lo bueno, y quedarme sólo con lo que me interesa. Pero estando donde hay que estar, donde se vive una vida plena.

Comentarios