Alice in Borderland, por Cristian López


¿Jugamos a sobrevivir?

La supervivencia en situaciones extremas ha sido una cuestión que siempre ha causado un interés inexplicable en el ser humano. Potenciado desde el cine, donde esa tensión se palpa acomodado en una butaca y con un gran cubo de palomitas, la satisfacción está servida. Y si hay algún género que ha sabido recoger esa idea y trabajarla a su enésima potencia, ese es la ciencia ficción. En efecto, hay un punto voyeur que, en determinados casos, nos hace incluso ser cómplices del sufrimiento de otros. Todo ello dentro de la ficción, claro está.

La premisa de Alice in Borderland, producción japonesa de Netflix, resulta atractiva desde su primer instante. Hay pocos lugares donde hayan entendido tan bien el terror como en Asia, y si a ello le sumas la situación sanitaria actual, la tensión puede palparse en el ambiente prácticamente desde el primer minuto de metraje. Shinsuke Sato hilvana una historia (basada, eso sí, en el manga de Haro Aso) que es puro anime en su origen, aunque bebe de tantos lugares distintos que al final la dimensión del argumento no entiende de barreras geográficas, pese a que hay una muy bien definida.

La serie se ha embarcado en su primera temporada, compuesta de ocho episodios, y narra en un principio las vidas dispares de tres amigos, que todos en su esencia están unidos por una característica común, es decir, son tres personas que viven lejos de lo que puede considerarse un estilo de vida normal, y quizá por ello es por lo que quedan atrapados en una extraña versión de Tokio donde deberán competir en peligrosos juegos para sobrevivir. Para el espectador más occidentalizado, esto es Saw edulcorado con pequeñas dosis de 3%, Cube o Escape Room e incluso algo de Black Mirror. El listón se pone alto, pero es que la argumentación no defrauda en ningún momento. Ya sea en su estética, en su guion o en la construcción de los propios personajes.

Arisu es el protagonista principal y su arquetipo encaja perfectamente en lo que en oriente se conoce como Hikikomori, término referido a algo así como aislamiento social agudo. Es un fenómeno atribuido a personas, más hombres que mujeres, que mediante comportamientos extremos han decidido alejarse de la sociedad. Y en el caso del personaje interpretado por Kento Yamazaki, es un chico que vive obsesionado con los videojuegos y que figura como la oveja negra de su familia. Básicamente, una versión japonesa del viaje del héroe.

Sin entrar en spoilers, los tres jóvenes se sumergen en una serie de catastróficas desdichas cuando toda la ciudad desaparece de un plumazo. Solo unos pocos habitantes siguen allí y junto a éstos deberán participar en juegos de fuerza, destreza o ingenio en los que se apostarán el pescuezo, ya que casi siempre éstos acaban abocando hacia la vida o la muerte.

Pequeños sorbitos de entretenimiento salvaje en los que el terror pasa a escena por la propia situación y por los actos que deberán asumir los personajes. Y es que el guion, escrito a varias manos, no pierde el tiempo en cuestiones intrascendentes como puedan ser la explicación del origen de todo, al menos de momento, razón que también contribuye a que la trama no te da opción a apartar la vista de la pantalla hasta que suben los créditos. Como se ha dicho, un producto sorprendente en medio de un infinito océano de producciones que, pese a remitirse a multitudes de géneros y elementos narrativos de sobra conocidos, es en su ejecución donde obtiene la habilidad necesaria para prestarse a un maratón.

El camino lo eliges tú como espectador. Si quieres asumir el argumento como un puro ejercicio salvaje de entrenamiento, adelante. Es perfecta. Si quieres ir más allá, la pandemia sanitaria te acompaña desde el primer instante, a través de esos planos de una Tokio solitaria como muy pocas veces se han visto. Ahora parecen más reales que nunca. Casualidad o no su semejanza con la época actual, es innegable que Alice in Borderland remite a la hecatombe como parte intrínseca de una de las grandes obsesiones sociales del Japón post-Hiroshima.

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