La amarga estrella de mi chicuelo, por Rafael Reyes


A La Pachá, antaño fantasmal y solemne, hoy poblada de ruinas y olvidos

Sobre un triste colchón de paja yace el niño chico del cortijero, perdida su hueca mirada en una araña que laboriosa se afana entre las vigas y las cañas del techo. Por los postigos entornados la luna platea rincones a los que no alcanza el candil de aceite con su reflejo. Ulula el viento su descontento, entrecortado por una lechuza desde el chopo viejo. Se lo llevaron unas malas fiebres que le cogieron apego. Ni el médico ni el cura llegaron a tiempo. Tres días de impotencia y agonía eternos, tres largas noches de vanos ruegos.

Reniega la madre exhausta junto a la lecho y plañe su seco duelo. Que al camposanto no me lo lleven, que siempre a mi vera lo quiero. Entiérrenmelo al filo de la era, entre la higuera y el fresno. Que sus sombras me lo refresquen en la siesta, que le caliente las mañanas el sol de invierno. Que me lo mezan los olivos, que se arrope de amapolas, lavanda y brezo. Que repita los cantos de sus juegos la boca del pozo negro. Que silben con su inocencia las largas cañas del huerto. Que a todo el que venga le hablen, ya vencidos y cenicientos, estos muros recios de mi duelo. Que por los siglos se recuerde la amarga estrella de mi chicuelo.

Comentarios