Felices y binario, por Antonio J. Criado


A lo largo de la Historia los regímenes totalitarios (y totalizadores) han declarado la guerra a la diversidad y complejidad humana. El motivo principal ha sido siempre el establecimiento de estructuras políticas, económicas y culturales hegemónicas y, sobre todo, incontestables. Para lograr tamaño objetivo, los imperios, barra, estados, barra, religiones, barra, ideologías, barra, razas han esgrimido todo tipo de argumentos y han desarrollado desde mitologías hasta movimientos filosóficos. Han derramado tinta para luego derramar sangre. Pogromos, genocidios, autos de fe, sacas, cazas de brujas… Existen diversos términos y expresiones para referirse a los métodos –más o menos violentos, más o menos sangrientos— de acotar y restringir, permítanme los eufemismos, la complejidad y diversidad que, en mi opinión, es inherente a la condición humana.

Pero la estrategia ha cambiado, al menos en los países primermundistas donde la violencia se ejerce en divisas y se ejecuta en silencio. Las sociedades occidentales, mórbidas y autocomplacientes, han sido conquistadas mediante lo que se conoce como “soft power”, estrategia que consiste en seducir a los pueblos exponiéndolos de manera sutil pero constante a una serie de valores e ideas predeterminados. A través del cine, las series, los iconos musicales y, ahora, las redes sociales se traslada un enfoque de la realidad y una manera de entender el mundo. Así es como se está constituyendo la nueva moralidad; nueva moralidad que, como todas las moralidades, tiene el claro objetivo de homogeneizar nuestro pensamiento.

Un momento. No me malinterpreten. Este artículo de opinión no trata sobre teorías de la conspiración. No hablo de maléficos multimillonarios que programan pandemias, ni siquiera sobre microchips inyectados a través de la vacuna de la gripe para controlarnos a todos. Quede claro, en cualquier caso, que no estoy de acuerdo en nada con Miguel Bosé.

Yo hablo de una dinámica propia del sistema neoliberal que ha conseguido inocularnos una serie de conceptos entre los que destaca el ideal de libertad contemporánea, es decir, el ideal de una libertad que consiste en elegir lo que consumimos y cómo queremos ser consumidos. Vivimos en una sociedad en la que si no generas dinero estás, por defecto, gastando dinero, ya que cuando no estás ganando, estás consumiendo. No hay un término medio; aunque sí tristísimas excepciones, como la de los autónomos, que son capaces de perder dinero incluso trabajando. Nuestra libertad de elección a la hora de consumir está limitada por la capacidad adquisitiva, lo que, para nuestra sociedad consumista, significa que somos lo que tenemos o podemos tener.

Y es que, en la Era de la Información, las redes sociales y los algoritmos, lo que podemos tener es casi tan importante como lo que tenemos; lo que podemos querer es tan importante como lo que queremos o incluso lo que hemos querido. Hoy en día, todos los tiempos verbales del deseo son posibles a la vez, ya que la tecnología avanza en la dirección de convertirnos a todos en datos cuantificables para reducir la complejidad y diversidad humana a una secuencia inacabable de ceros y unos. Así, cada vez que un tema nos interesa, cada vez que un artículo nos llama la atención, cada vez que visualizamos un vídeo o compartimos una publicación, el Todopoderoso algoritmo nos presenta una serie de productos para apelar a nuestras necesidades, ya sean racionales o irracionales. Poco a poco, la interacción virtual permite que la red acote nuestra realidad hasta ceñirla única y exclusivamente a aquello que nos gusta o nos interesa. Es así como se instaura la sociedad de la inmediatez, totalmente ajena a la reflexión y la crítica; la sociedad de lo repetitivo porque, si algo funciona, las leyes del mercado exigen su explotación; la sociedad de la irrelevancia donde los pensamientos complejos fracasan ante las ideas fáciles, que siempre son más vistosas y digeribles, por lo que atraen a más gente (lo que, como hemos dicho, le encanta al Todopoderoso Algoritmo); la sociedad, en definitiva, que renuncia, click a click, a sus señas de identidad: la sociedad que cosifica la diversidad y complejidad humana reduciéndola a una serie de parámetros de consumo.

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