Cipión y Berganza: el COVID, ¿único tema o hay más asuntos?

El Coloquio de los perros es la Novela Ejemplar cervantina en la que aparecen Montilla y la Camachas, y da nombre a nuestra asociación. Sus protagonistas, dos canes, Cipión y Berganza, también pretenden serlo de nuestra revista. En cada número, a través de sus reflexiones y posturas en páginas centrales, uno a favor y otro en contra, iremos tratando temas de interés para nuestra sociedad. En esta ocasión, ladrando sobre si, en estos tiempos, el COVID es el único tema realmente importante o si hay más asuntos de interés aparte del mismo.

Cipión: COVID19, el tema
Amigo Berganza, ciertamente Trump es un personaje inclasificable y es innegable el interés que suscita saber si va a seguir en la Casa Blanca o cómo va a abandonarla tras su derrota. Pero, dentro de cuatro años, la primera potencia del mundo tendrá unas nuevas elecciones y volverá a paralizarse el planeta en torno a su resultado.
Entiendo también tu emoción por saber si, por fin, en 2021 tendremos presupuestos, que a este paso será un evento con la misma periodicidad que las elecciones presidenciales estadounidenses. No comparto tanto la importancia informativa que das a la presunta nueva ley educativa. Para lo que va a durar y con las que llevamos, no deja de ser una más que seguirá sin cambiar nada.
Sé que eres un devoto del “parte” y que te gusta fagocitar noticias a diario; de mañana, tarde y noche, como si de comidas se tratara. Pero, querido cánido, los humanos viven una pandemia mundial de unas dimensiones que no se conocen desde hace un siglo, cuando la gripe española. La magnitud del acontecimiento, no ya como suceso informativo sino como hecho histórico y peligroso para nuestra sociedad y para nuestros amos de dos patas como especie, es considerable y de suficiente importancia como para eclipsar cualquier otro tipo de eventos más habituales o de rutinas comunes de nuestro día a día.
Es lógico que sea el principal tema de conversación; a veces, casi el único. Y también el foco de atención. Las vidas de los humanos en estos momentos peligran y su quehacer diario gira en torno a evitar contagiar o ser contagiados, por un lado, y a minimizar las consecuencias en la salud, la economía y la sociedad, por otro. ¿De qué otra cosa se debe hablar? ¿Del burofax de Messi? Porque en número de horas de atención mediática cualquiera diría que, tras la pandemia y la derrota de Trump, es el hecho más destacado de 2020.
¿No te parece ridículo dedicar ríos de tinta, de saliva, de sesudos comentarios e incluso preocupaciones a algo tan nimio, tan trivial, cuando vivimos una pandemia mundial? Es como si en la Siena medieval, durante la peste negra, hubieran prestado más atención a la rivalidad entre distritos por ver quién ganaría su carrera de caballos del Palio que a los efectos de la enfermedad.
No me vengas, pues, Berganza, con disquisiciones relativizadoras, que tú nunca fuiste Einstein ni supiste de qué hablaba. A la situación que vivimos hay que darle la importancia que tiene, sin maquillarla o tratar de enmascararla; aquí no vale lo del punto de vista desde el que se mire o la situación del observador. La táctica del avestruz ni siquiera les sirve a esas aves, mucho menos a humanos o chuchos como tú y yo. Dar la espalda a la realidad y sus problemas pensando que así son menores puede que tranquilice un rato, pero no los resuelve ni los hace desaparecer.
Y la cuestión es que este 2020 viene marcado por una pandemia mundial que afecta a toda la humanidad, no solo a personas concretas, y, como consecuencia del desarrollo de la sociedad humana, repercute en todo el planeta, incluso en dos perretes como nosotros. La gravedad de la situación, a nivel general y también individual, es como para que el coronavirus se convierta en el tema central de nuestras conversaciones, de nuestras preocupaciones, de nuestras rutinas y comportamientos y, en definitiva, de nuestras vidas. Sin paliativos.
Mientras tanto, tú puedes seguir preocupándote por el impacto sobre el medio ambiente y el empleo de la cría del berberecho salvaje o en granja acuícola, que sé que eres todo un activista de ese tema. Otros hay que no dejan pasar una mañana, al levantarse, antes de desayunar, sin informarse de cómo van las obras del Bernabéu. Que su importancia tienen y sus jornales proporcionan, no te digo que no; pero que esa sea su primera preocupación en esta vida cuando miles de personas se contagian y mueren a diario, la economía se desangra y nos modifican hábitos y libertades, pues no lo veo.
Berganza: Vida más allá del COVID19
Siempre subsumiendo, ahogado en grandes temas, fijándote en el dedo que apunta pero no en la luna a la que señala, esa a la que aullamos, Cipión de mi cánida vida. Y es que no eres capaz de superar tu regomello; es más, creo que te encanta ladrar, perrete gruñón. La pandemia es como el humo que se expande en un incendio, lo llena todo, nos puede ahogar, pero solo hay que abrir la puerta para escapar, no subirse a la azotea para gritar “¡¡¡socorroooo!!!” 
He pensado qué sería mejor. ¿Adelantarme a tus argumentos o dejar que mueran solos? Y lo tengo claro: be water, my dog.
Toda esta angustia informativa es lógica. El humano necesita una constante reafirmación de sus presuntos dolores. Pero es que son molinos y no gigantes, mi Señor D. Cipión. Siempre han estado ahí y como dejaron de girar pensamos que eran unos almibarados watusi. Nuestros dueños habían olvidado lo frágiles que son y las tertulias, ahora a golpe de webcam, se han convertido en una absoluta prolongación de sus neuras. El cansinismo pandémico es un magnífico bálsamo de Fierabrás, un opiáceo para esta débil turba.
Que si vengo, que no voy, que si estoy, que me pierdo…Todo esto no es más que un trampantojo para no tratar lo verdadero. Nadie quiere hablar del sentido común, de ser buen perrillo o zagal, de sanar nuestra envidia patológica, de que no hace mucho tiempo no había 17 maneras enfrentadas de hacer las cosas en esta bendita tierra, de que pandemias habrá más, pero perra vida solo hay una.
Hablar siempre de lo mismo es un remedio para las almas atormentadas. Tuve un dueño de la tierra del boquerón que así era. Seguío es la palabra que lo definía. Buena persona, eso sí, los mejores manjares me daba y dulces caricias me otorgaba, pero un día tuve que huir de puro hastío. Su carril no tenía fin y cambié ambrosías por libertad.
Como me convertí en perro libre, entendí que hay que dejar de pandemizar a todas horas. Porque de la importancia pasamos a la obsesión, de la obsesión a la desesperanza, y de la desesperanza a la derrota. Y es que después de estos cuatro siglos de grácil contemplación de los homínidos doblemente sapiens, de si algo estoy seguro es de que estos que nos tocan ahora, Cipionillo de mis entretelas, son flojitos, flojitos. Algodones han cubierto sus tersas pieles desde el paritorio y este tiempo les va a venir muy largo. Hablar de otros temas es una obligación, no para escondernos de lo que ocurre, sino para descubrir que el bicho y todos los males son contingentes, pero solo vivir es necesario. Y para vivir, mascarilla al canto, a la calle de los argumentos hay que salir. Y ya, ya sé, que cuando despertemos mañana, el dinosaurio todavía estará aquí, pero prefiero pertrecharme de alegrías y ligerezas para el camino que de pesadas piedras.
Jarto me hallo de la pre-ocupación, esa que hace girar el carrusel informativo, la misma que malvive como anticipo constante de la tragedia. No es inconsciencia cuando digo que la pandemia pasará. Deja ya de ocuparte de la tragedia final antes de que ocurra aunque sepamos que el milenarismo ha llegado. Porque si esto es el fin, un perruno parnaso nos espera, aquel que da cobijo a los que desabrida existencia han tenido. Y si no lo es, prefiero tener ocupada mi trufa en un buen jamón, mis ojos en una preciosa galga, mis patas en un gozoso rascado perimetral, y mis instintos en perrúnidos sueños, que de sueños también vive el can.
Así que, como otro manchego ilustre, este actual, decía: “¡¡¡mugroso, sarnoso, harto sopas, zumayo, pregonao, vaya un zamarro, nalgas tunas, pecho tordo, cabeza alberca!!!…” deja ser tan cansino histórico, perro urgente.
Intuyo que lo último que te queda es atufarme por eso que me achacas de “postrer tono mesiánico de mi discurso”, pero sabes de sobra, truhán, que del mesías lo único que anhelo son las figurillas de mazapán y mi diabetes incipiente me impide saborearlas. Que los perros y el azúcar no nos llevamos bien, pero tú y yo estamos condenados a entendernos.







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