Setenta días, por Alba Delgado Núñez


Se colocó los auriculares en las orejas y pulsó el play. Las primeras notas de “Supersubmarina” atesoraban su espacio auditivo y más allá. Hacía más de setenta días que la emoción no corría por sus venas de esa manera. Y es que el mundo parecía girar de nuevo. Puso la mano en el pomo de la puerta y abrió el camino hacia su encuentro. Se acomodó la mascarilla y bajó dando saltitos por las escaleras de los nueve pisos que separaban su casa del suelo. Rebosaba tantas ganas de abrazarlo, que el camino le pareció infinito.

"Llego al sitio y no me aguanto

sé que tendré el cielo entre mis manos"

Dicen que existe una cosa que se llama serendipia. Que viene a ser, más o menos, la causalidad de encontrar algo jodidamente maravilloso cuando, en realidad, buscabas otra cosa o, tal vez, cuando no buscabas nada. Quizá de eso se trate el destino. Tal vez nos pasamos la vida tratando de encontrar un sentido a las preguntas inadecuadas, mirando en direcciones opuestas, tramando la ruta más difícil de un laberinto cuando, en realidad, entre el punto A y B hay tan solo una línea recta cuya distancia es tan corta que no parece de verdad.

Y, cuando menos te lo esperas, ocurre.

Por ejemplo, una noche cualquiera a primeros de octubre. Cuando ya te has dado por vencida, cuando decides no buscarlo más, cuando te has roto tantas veces que lo único en que piensas ahora es en reconstruirte. En ser esa persona que te gustaría tener en tu vida. Y aparece, como una kriptonita, esa debilidad que hace que sientas que el hogar no es una casa, sino aquel con quien sabes que no tienes nada que ocultar. Esa persona que miras de reojo y te sonroja hasta la punta de las orejas. Esa que transforma cualquier momento en especial, aunque sea comiendo una hamburguesa a escondidas en el banco de un parque. Y lo recordarás toda la vida con una sonrisa entre los labios y el alma al trote. Aquel que no lleva la contabilidad de los besos que os estáis dando. Que te dice ven y lo dejas todo... Esa persona por la que das GRACIAS una y otra vez en un suspiro.

"Aparento estar tranquilo y en el fondo

sé que estoy temblando, temblando.

Y voy despacio dando tiempo

a que se acorte entre nosotros el espacio."

Pero ya sabemos que la vida tiene siempre preparados sus propios designios. Para bien o para mal. Unos meses después de aquello, un virus arrasó con todo lo que llamábamos libertad y la vida quedó en pausa por tiempo indefinido. Llegaron los días etéreos, acotados, como fotocopias de mala calidad.

Ahora que teníamos censurados los abrazos, nos dimos cuenta de lo que los echábamos en falta. Sin embargo, antes de la pandemia, quedábamos con alguien para tomar una cerveza en un bar y prestábamos más atención a las redes sociales que a los ojos de quien teníamos en frente. Pero eso parecía un acto de valentía, quedar para tomar un café y desnudarse el alma era más prohibitivo que desnudarse el cuerpo y follar con un desconocido. Ahora el valor se demostraba quedándose en casa. Porque bien se sabe ya que Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo... y es entonces cuando nos dimos cuenta que no éramos nadie sin los otros.

"Esta sensación será mejor calmarla

con un poco de aire

porque en esta asignatura

llevo ya más de un su-su-su-su-su...

un su-su-su-su-su-suspenso."

Habían pasado más de setenta días desde la última vez que estuvieron juntos. Recordaba perfectamente el momento en que, sentados en el sofá, escuchaban al presidente de gobierno declarar el estado de alarma. Ella agarraba su mano fuertemente, temerosa, sin saber la que se les vendría encima. Sin pensar que, desde aquel momento, el llanto de la población sería incesante. Que los infectados se hallarían por más de miles y los fallecidos se apilarían en morgues improvisadas. Y que otros, lejos de la realidad, protestarían por cosas superfluas que no venían a cuento.

Basaban sus encuentros en videollamadas de vez en cuando, ruborizándose como aquellos amores de los quince años. Y ese tiempo sólo era la mitad. Pasaron más de setenta días donde se acostaban pensando que pronto lo harían juntos de nuevo y abrazaban la almohada tratando de reencontrarse con el olor de su cuerpo. A pesar de que mantenían el contacto, también, a través de alguna plataforma de mensajes instantáneos, los emojis no calmaban la sed de los huesos. A ella le gustaba mandar los dibujitos de uno en uno, porque el muñequito salía más grande y parecía un beso más fuerte. Otras veces los agrupaba de siete en siete. El número de la suerte.

"Y si te, si te, si te sirve de algo,

que note, note, note que has llegado,

que note que estarás siempre a mi lado,

yo mientras seguiré aquí sentado

como no..."

Salió a la calle y, mientras tanto, un cúmulo de sentimientos arduos, flagrantes, vertiginosos e incandescentes volvieron a resurgir eufóricamente. Parecía que los días donde sólo veía el cielo desde su ventana comenzaban a llegar a su fin. Las calles volvían a estar transitadas y le resultaba extraño pisar la acera en pantalones cortos y camiseta sin mangas. La mayoría de personas llevaban mascarilla y guardaban las distancias de seguridad, otros se pasaban por el forro las medidas de seguridad y se aglutinaban casi de forma compulsiva. Después de tanto tiempo sin tener vida social de forma real, la escasez de contacto físico y la invasión de la soledad entre cuatro paredes, el acercamiento se hacía casi por obligatoriedad de afecto.

Se dio cuenta en ese momento que sus pisadas no caían firmemente en el suelo. Llegaban a su fin los aplausos a las ocho, las noches de insomnio... volvía el frenesí de Madrid, los relojes sin tiempo, los transportes infinitos, los paseos del domingo, las tardes al sol, los madrugones, las puertas del metro que se te cierran en la cara, llegar a casa exhausta y caer en la cama más floja que un puñado de pelusa tras un largo día de trabajo... Lo único que le pareció reconfortante en aquellos días es que el cielo se apreciaba más claro y más azul. En ese tiempo, se habían restablecido colores, aromas y sonidos que hacía tiempo que no parecían más que un recuerdo añil e irreal. Eso no quería que se acabase.

Pero ya habría momento de pensar en eso más tarde...

Mientras tanto, caminaba...

"Y ahora que te veo noto

que me estoy separando del suelo, del suelo.

Y flotando entre la gente

inconsciente voy hasta tu encuentro, tu encuentro."

Sintió un temblor en su cuerpo que se agudizaba más y más conforme iba llegando al lugar de destino. Observaba a su alrededor, incrédula, como si el tiempo transcurrido oscilase entre un segundo o una vida entera. No lo tenía claro. Durante aquellos días llegó a perder la noción del tiempo y del espacio. Y parecía estar despertando de un denso letargo, de esos que sueñas que estás despierto y no te puedes mover.

Ya podía ver, cada vez más cerca, el ventanal de su salón. Aquel que tantas veces había echado de menos ver desde dentro. Un cruce, unos pasos... un semáforo que tardaba en dar la luz verde...

Respira. Tranquila. 

¡No! ¿Cómo era posible guardar la calma? También estaba erótica perdida.

Llegó al portal, buscó los números que debía marcar en el telefonillo. Sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. Un pitido. Puerta abierta. Primer obstáculo superado. Segundo timbrazo...

Abrió la puerta y se escurrió lo más pronto que pudo hacia dentro del portal. Mirando a todas partes como si estuviera escapando de un crimen que acababa de cometer. Y no había nadie. Subió las escaleras de dos en dos. Rápido pero procurando no hacer ruido. Con el pulso acelerado, como si le estuviera persiguiendo la policía. Esta vez no eran nueve las plantas que tenía que subir, pero parecieron eternas.

Encontró la puerta del piso entreabierta. Mientras se desabrochaba los zapatos para pasar dentro lo observó por el quicio. El escondía, tras una barba pordiosera, una sonrisa. Y, como quien no quiere la cosa, logró que terminase de perder el compás de la sístole y la diástole. Otros segundos eternos mostraron el atrevimiento de su torpeza para desvestir sus pies. Pero lo logró.

Cruzó el umbral de la puerta, avanzó hacia él con cuidado y entonces... se fundieron en un abrazo infinito. Se besaron como nadie en este mundo lo había hecho y se desparramaron entre caricias amontonadas, sonrisas descontroladas. La ropa en un montón desordenado y el deseo flotando en el aire... y lo demás... ¿Qué más dará?

"Lentamente mi planeta se hace etéreo,

viajo a un mundo en el que

no existe otra cosa que no sea su-su-su-su-su...

su-su-su-su-su-su cuerpo.

Si te, si te, si te sirve de algo,

que note, note, note que has llegado,

que note que estarás siempre a mi lado,

yo mientras seguiré aquí sentado

como no....

Que note que estarás siempre a mi lado,

yo mientras seguiré aquí sentado

como...

su-su-su-su-su...

su-su-su-su-su-suspenso...

suspenso...

su-su-su-su-su...

su-su-su-su-su-su cuerpo...

su cuerpo..."

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