Dafne y sus pinceles, por Santos Muñoz Luna

Comala durmiendo la siesta. Ilustración de Leli Cantarero


Dafne Stillfeet apenas pudo viajar a lo largo de su vida. Cuando era más joven y sus amigos viajaban sin medida ni sosiego, porque su economía y sus trabajos le impedían disfrutar del tiempo libre necesario para acompañarlos; después porque escaló con dedicación por todas las ataduras del matrimonio y los hijos y no halló ocasión propicia para grandes migraciones familiares; finalmente, ya en su marchita madurez, con los vástagos lejos del nido y el marido agotado de enfermedades y amantes,  por cierta  conciencia ecológica y aversión a los destinos de masa.

Dafne nunca pudo decirnos a los que la conocimos en distintos momentos de su vida: “ahora entiendo la grandeza del Cristianismo, pues he visto la Plaza de San Pedro o la catedral de Chartres” o “el orden deambulatorio de Tokio muestra la superioridad racial de los japoneses”. En cambio nuestra amiga sí tuvo oportunidad de empeñarse a lo largo de más de cuarenta años, con voluntad perseverante, en leer y consultar los nombres y atributos de todos los lugares que sabía que no habrían de ver sus ojos: París, Berlín, La Capadocia, Buenos Aires, Calcuta, Praga… Mentaba estos topónimos como un catecismo y fue aprendiéndose la nomenclatura de sus calles, sus monumentos emblemáticos o sus rincones imprescindibles. Se terminó aficionando a las guías de viaje y posteriormente, eran definitivamente otros tiempos, su adicción a Google Maps desencadenó ocasionales desencuentros familiares, cierto abandono de los hijos y la definitiva congelación de la llama amorosa. Llegó un momento, cuando ya se sentía más segura e informada, en que empezó a escribir sobre todos aquellos destinos, tuvo incluso valor para recomendar sitios inevitables para comer o dormir, momentos del día en los que había de acudir a tal o cual espectáculo, centros de ocio o salas de baile serias.

Escribir recuerdos de ciudades que nunca había visitado se convirtió en su necesidad y en su sostén. Reescribió, como un Pierre Ménard viajero, guías y folletos turísticos de cualquier lugar al que le hubiera gustado ir y nunca pudo. Tanto gusto extraía de los pequeños trabajos de investigación a los que dedicaba casi todas sus horas, que empezó a compartir sus conocimientos en un blog para viajeros ilustrado profusamente con imágenes ajenas por las que nunca, por suerte, le reclamaron derechos (http://expedicionesyrecuerdos.blogist.com) que actualmente cuenta con más de trescientas entradas, casi un destino para cada día.

En cierta época de su vida, en la que se dio a las lecturas desordenadas, su leve inteligencia le hizo confundir algunos territorios de poca certeza geográfica con lugares de carne y hueso. No se interesaba por personajes, estilos o acciones. Solo por los lugares. Ahí se empezó a resquebrajar su celo descriptivo, pues confundía lo real y no visto con lo leído y solo imaginado. Así, junto a Florencia o Petra, nos encontramos en sus textos varias decenas de artículos con descripciones más o menos acertadas de Comala, Santa María, Vetusta, Yoknapatawpha, Guadaluz, Troya o Macondo.

Mostramos algunas líneas de un par de entradas de su blog viajero para que nuestros lectores puedan apreciar también la belleza de sus mentiras:

[de Comala y sus moscas.]

… Tal vez el silencio de Comala y su ambiente ciertamente hostil al viajero se deba a los ejércitos de moscas que la arrasan todos los veranos y al carácter luctuoso, como de ultratumba, de muchos de sus habitantes, que se sientan en los poyos o en ruinosas sillas de rafia en sus puertas cuando la tarde empieza a entregar sus frutos de sombra y frescor. Los hay también que se acodan en la barra de la única cantina y engullen mecánicamente los licores más fuertes. Tal vez la mejor época para visitar el pueblo sea noviembre, para el Día de Difuntos, pues entonces ya se han ido las moscas y los vecinos se muestran menos ariscos, más sociables… [09-XII-2009] 

[de Venecia sepultada.]

… La Venecia de Canaletto me parece más perfecta, menos maloliente, más limpia y menos agitada que la que me he encontrado en tantas visitas. Si el viajero requiere canales más cuidadosos, con menos incrustaciones crustáceas en sus palacios de piedra, quizá sea recomendable que visite mejor Amsterdam o San Petersburgo. Sin embargo contemplar desde cualquier ondulante góndola el campanile, visible desde tantos puntos de la ciudad, que parece que también baila,  o acceder a la Piazza de San Marcos a pie, transitando la firmeza de la isla y levantar sus palomas es una experiencia básica para cualquier visitante… [01-IV-2011]

No volví a saber de Dafne Stillfeet nunca más. La última entrada de su blog, septiembre de 2017, contaba un viaje tan verdadero como la vida de los otros, comprobable incluso por la prensa: pensionistas, naufragio, fiordos de Noruega… Tuvo tiempo de subir a las redes, antes del accidente fatal, su única crónica real y vivida en sus 70 años. Nos quedan su legado incompleto, la certeza de su mérito al describir de oídas casi el mundo entero, sus mentiras entrañables.

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