Maestro de vida, por Ángel Márquez


Llegamos a Aguilar de la Frontera dentro de las horas ideales para beber vino. Entramos a las bodegas Toro Albalá recibiéndonos como siempre sus innumerables macetas, plantas y sus centenarios árboles, como si más que a una bodega entrásemos a un jardín botánico. La entrada, con el señorío que dan los adoquines de granito gastados por los años, nos invitaba a entrar en esta particular y familiar bodega de Toro Albalá. Junto a las plantas nos hacían compañía a derecha e izquierda piezas arqueológicas que nos hablaban de nuestros primeros antepasados.
Rafael Rodríguez, Josele y el que escribe nos adentramos en la exposición y tienda de esta singular bodega –como singular y exquisitos son sus vinos– y preguntamos por don Antonio Sánchez, dueño y alma de la bodega. Nos hicieron pasar a una sala original, que quien la ve por primera vez se lleva una sorpresa que se le queda grabada por un cierto tiempo. Me recuerda a una de esas clases de una universidad del siglo XIX con sus bancos y sus mesas. Puede servir muy bien esta sala para conferencias, catas y otros menesteres, pero a la vez podemos decir que es un pequeño museo y dentro de ella hay una magnifica biblioteca con la singularidad de que sus miles de volúmenes son todos sobre el tema del vino y su mundo. No creo que exista en ningún otro lugar una biblioteca monográfica con estos miles de ejemplares sobre el caldo que contiene esta bodega.
En el aula biblioteca vinícola, Antonio Sánchez y unos amigos tertulianos charlaban y bebían como todos los sábados en ese clima de amistad tan especial que el vino propicia. Eran los días centrales de la Navidad y como en la reunión había un “páter” jubilado y con una voz portentosa, heredada de su norte de España y labrada en su camino pastoral, nos encaminanos a cantar villancicos, algunos de ellos con letras nacidas en la misma reunión y arropados nuestros cantos por el instrumento del vino y el sonsonete de las copas. En este grato y acogedor ambiente, Josele Ramírez se animó a cantarnos con su voz desafiante a los años algunos villancicos, algunos de ellos llenos de sabor flamenco. No sé si nos lo merecíamos, pero cada vez que se acababa un villancico teníamos como premio el sabor del vino.
En ello estábamos cuando desde afuera se oyó un siseo de pies como de costaleros fatigados por su tiempo bajo el costal y por el peso del paso. Al momento, el siseo se transformó en la imponente presencia de don Rafael Castro Ortiz, “Rafalito Castro”. Le ayudaba en su pesaroso andar su hijo Juan Antonio. Frente a nosotros teníamos más de un siglo de persona. En la Navidad de 2019 Rafalito Castro tenía 102 años, y cuando estas letras se lean estará muy dentro de los 103. Se sentaron su hijo y él junto a nosotros y entraron a ser miembros de esta singular reunión. Las copas, otra vez, volvieron a llenar sus cuerpos y volvieron los villancicos, mezclados con historias que el páter nos contaba de su etapa de misionero en Brasil. Su voz, portentosa, ganaba cada vez más decibelios.
Con la presencia de don Rafael Castro, la tertulia, no me cabe duda, ganó años y amenidad. Rafalito Castro, al son de todos y al mismo ritmo, bebía y cantaba para disfrutar el momento y olvidarse de las matemáticas de los años.
Para mí, un espectáculo es algo que te sorprende y es grato. Viendo a don Rafael Castro estaba frente a un espectáculo. Delante de mí tenía un hombre con sus casi 103 años bebiendo y viviendo el vino, cantando villancicos y llevando el compás con los nudillos sobre la mesa. Una envidia sana, alegre y futura me entraba viendo todos estos años de vida. Bebía con elegancia y con una pasión casi adolescente nuestro vino. Como Rafalito Castro es asiduo asistente a estas reuniones, le pidieron que hiciera su mágico equilibrio circense con la copa. Después de varios intentos mis dudas se apagaron y de mis ojos salió un asombro al ver que don Rafael apoyaba la copa de vino solamente sobre su pulgar y lo bebía.
Con lo que mis ojos vieron solamente se me pasó un pensamiento por la cabeza: creo que sin el apoyo de la barra de una taberna, sin el apoyo de una mesa de un bar, y sin el apoyo de este vino universal, estos 102 años no los estaríamos disfrutando don Rafael Ortiz y nosotros.
Levantando la copa te digo, y te deseo, Rafael, salud por muchos años. Maestro de vida.

Comentarios