Marnie
¿Has visto Marnie la ladrona? ¿No? Luego te cuento. Así por encima, es por los viejos que estoy aquí. ¿Y tú? ¿No dices nada? Anda, no te vayas con remilgos. No estamos en este lugar precisamente por buena conducta. Porque somos menores, que si no estaríamos en chirona. Aquí el horizonte son muros, puertas de seguridad que si te descuidas te aplastan las narices, y yo quiero otra cosa. Me ahogo, me falta el aire. Pero tengo un plan. ¿Quieres que te lo cuente? Verás, es que no pienso pasar aquí tantos meses. No te lo tomes a chunga, que no es broma. Que no tía, de qué vas, que no estoy zumbá. Deja ya de sonreír. No me mires así, por favor. Si la cara es el espejo del alma, la que pones ahora es de incrédula.
Llevo varios días diciéndome que te tengo que hablar. Te
he observando y me he hecho una idea de ti. Que no, no es propiamente que te
haya estado espiando para luego soplárselo a esos que nos vigilan, no. Eso no
va conmigo. Ni de pequeña fui con el chivatazo a nadie. Cuidado, que se acerca
la vigilanta que siempre va más estirada que el palo de una escoba. Que pase de
largo. Luego seguimos hablando. ¿Sabes?, dicen que es tortillera, que ha sobado
a algunas chicas. La llaman Martirio. ¿Piensas que es por eso lo de las gafas
oscuras? Yo más bien creo que debe ser por lo que nos martiriza a nosotras.
Cuentan que lleva un ojo de cristal con el que parece que ve más que con el
sano. Corre la historia que se lo hizo una interna con un pincho harta de
sentirse espiada por la cerradura. Pero quién sabe si era tuerta de nacimiento
o por otra causa. Es curioso que aquí, a los que vigilan y castigan, les llaman
monitores y educadores. Menuda calaña. Algunos hasta se lo toman en serio.
Quieren que salgamos de aquí siendo otras, como si fuera posible cambiar
nuestro pasado y nacer de nuevo. Nadie cambia si no quiere.
¿Tú has ido al psicólogo alguna vez? Cuando yo tenía doce
años me llevaron unas cuantas veces porque andaba descontrolada. Mi madre me
dejaba encerrada en casa y yo me escapaba por la ventana. Ella hacía turnos en
el hotel y mi padre se pasaba todo el santo día trabajando. Y cuando salía, no
venía directo a casa, no, se paraba en las tabernas a tomar unos vinos. Pero no
era malo, se metía en la cama y se ponía enseguida a roncar. A ella nunca le pegó.
Ella sí, era peleona y le insultaba. Se quejaba del sueldo y le decía que era
un calzonazos, que no tenía agallas para pedir aumento. Y yo, cuando me quedaba
sola, con una inquietud que me reconcomía, me arrancaba los cabellos uno a uno.
Mira, llevo peluca para que no se note. ¿Te da asco mi calva? ¿No te habías
dado cuenta que era una peluca? Lo peor, con todo, no fue lo del cabello.
También me arranqué las cejas. ¿Ves ahora lo bien perfiladas que están? Llevo
un maquillaje tatuado. Dirás qué le falta a ésta, a ver si también lleva una
pata de palo. Pero casi, porque en una de mis escapadas me rompí la pierna y
anduve con muletas un tiempo.
Así que un día, el psicólogo va y me hace dibujar.
Hice una gran carota que parecía de carnaval y que ocupaba todo el folio con un
boquete tan inmenso que se veía parte de la lengua y la campanilla al fondo y
con unos dientes tan grandes y afilados como una sierra. Con mucha corrección,
el tío va y me pregunta si la cara era de algún conocido mío. Le dije que era
de mi madre y se le torció el gesto. Me preguntó también más cosas, algunas muy
raras, como si yo fuera un animal a cuál querría parecerme. Un león o un
rinoceronte, dije de inmediato pero con desgana, que no fuera a creer que era
un pez que mordía el anzuelo fácilmente. Si me lo preguntara ahora diría que un
tigre. Tenía ganas de salir de allí y dejar de hacer gansadas.
No arrugues el morro ni subas esa ceja incrédula. ¿Tú puedes
ser otra? Pues a veces a mí me gustaría desdoblarme y ser otra persona, llevar
la vida de otro. Hay quien se conforma con ser la sombra de alguien o una
especie de doble de cine. Yo no. Necesito acción, no puedo pararme. Viviría con
gusto la vida de otros con tal que sea distinta a la mía. Llevo quince años en
este cuerpo y no creas que me gusta. Fíjate, la directora, el otro día me pidió
que describiera cómo era. Me quedé muda. No sabía qué decir. Ella intentaba
echarme un cable, vamos que me dio facilidades, por ejemplo me preguntó cómo me
veía -»horrible», pensé-, qué cualidades tenía -»qué será eso»-, en fin,
monsergas de ese tipo. Con decirte que sólo me venían cosas malas a la cabeza.
Y no va a hablar una mal de sí misma a los demás.
Mi madre, ¡puaj!, no se merece ni que gaste saliva hablando
de ella. La muy cabrona denunció que había robado la moto, que amenacé a su
dueño con una navaja, le herí y luego la malvendí a un compinche. Y eso que no
sabe la de coches que he conducido y sin tener ni pijotera idea sólo por
divertirme un rato.
¿Puedes creer que mi madre llevaba dos años sabiendo la
clase de vida que yo llevaba, trapicheando y mangando? Sí, era como Mamie la
ladrona, ¿has visto la peli? Es súper. Mi madre hacía la vista gorda, no se
quería enterar, no le convenía todavía. Esperó hasta encontrar el mejor
momento. Lo tenía todo calculado para sacárseme de encima y que no le fuera con
el cuento a mi padre. Porque yo lo sabía todo, bueno casi todo de ella. Fui la
que les descubrí en la cafetería tan acaramelados y luego un día de novillos me
los encontré en el dormitorio y el tío ese, su amante de ahora, se la estaba
trajinando. Y no veas cómo gemía y se contorsionaba la muy zorra. Así de
pronto, todo le vino rodado para encerrarme aquí, decirle a mi padre que yo soy
así por no haberme atizado más, que había salido torcida como un arbolillo sin
tutor... y de paso aprovechar, cuando ya tenía engatusado y bien liado al
descerebrado de turno, para decir que lo suyo entre mi padre y ella se había
terminado. La jugada era perfecta. Mató dos pájaros de un tiro.
Si te parece, nos sentamos ahí, en ese banco, con el
sol de cara y de espaldas a la pared, que así controlamos que no haya nadie
detrás escuchando. Como te iba diciendo, mi padre, cornudo y apaleado, quedó
con pinta de alunado, sin reaccionar. De golpe le cayeron veinte años encima.
Caminaba con la cabeza gacha, tocándose el pecho con el mentón.
Quizá no te lo crearás, pero te eché el ojo por un
extraño pálpito. Algo en mi interior me dijo que no eras como las demás, que
comprenderías y podríamos echarnos una mano la una a la otra. No, no pienses
mal, yo no soy como la Martirio. Tampoco me parezco a mi madre. Entiendo que
estés asombrada. Te preguntarás que por qué te pego el rollo. Te lo he dicho,
por una corazonada.
Déjame que adivine lo tuyo... ¿Por qué te remueves en
el asiento? A ti no te van el cotilleo ni los remilgos. Tienes las cosas
claras. Me das confianza. No vayas a creer que lo digo para hacerte la pelota.
Pienso que andas metida en algo turbio, como todos aquí. Aún no sé bien qué es.
Sólo es cuestión de tiempo, acabarás díciéndomelo, ya verás, entonces sabré de
ti tanto como tú de mí.
¿Qué piensas ahora? Sí, yo también creo lo mismo. Las personas
actuamos de modo extraño a veces. Fíjate, sin ir más lejos, mi madre también
era como la madre de Mamie ¿Que no has visto la película dices? Cuando la veas
comprenderás por qué he hecho lo que he hecho y soy como soy. Alquilaremos la
peli y la veremos juntas comiendo palomitas. El pasado nos llega a atar más
fuerte que las cadenas. Tal vez a ti se te ocurra algo más que a mí viendo la
peli juntas, ya me dirás.
Bueno, pues te sigo contando. ¿No hay nadie cerca? Cuando
pasó lo de mi padre, me sentí muy mal, con mucha rabia, hubiera matado a mi
madre de estar allí en ese momento, pero ya había dejado a mi padre plantado dos
semanas antes. Porque a mí no me pasó por la cabeza que él pudiera terminar de
esa manera. Sí, estaba alicaído. La separación fue como un mazazo. Pero yo
creía que con el tiempo se iría recomponiendo. Ese día, es curioso, justamente
había estado más animado que los anteriores. Pasamos la tarde sentados en el
sofá viendo una película que daban en la tele de esas de cine negro. No me
hagas decir cuál era, no puedo recordarlo. A Marnie también le pasaba. De su
mente se borraron los recuerdos más dolorosos, y el olvido le permitió seguir
adelante. Yo saldré adelante recordando, me digo, no quiero olvidar. Tengo la
impresión que mi padre hasta disfrutó con la película. Cansada de estar en casa
la larga tarde de un domingo, le dije que me iba a dar una vuelta con los amigos.
Si no me hubiera ido... En mala hora me vinieron ganas de salir.
Cuando llegué, pasada la media noche, no estaba en casa.
Le busqué por todo. No le encontré. Desde que mi madre se fue, él siempre que
salía dejaba alguna nota. Pues ni rastro de nota. Qué raro, me dije. La puerta
del baño estaba cerrada, pero por la rendija se veía luz. Llamé. «¿Estás ahí,
papá?». Nada. Silencio. Llamé de nuevo. Esperé. Al final entreabrí la puerta.
La espuma de afeitar y la maquinilla estaban encima del lavabo. Quedaban restos
de jabón en la brocha y en la maquinilla. Él siempre se afeitaba así, decía que
tenía la barba muy dura para la máquina eléctrica. Y eso que por Navidades mamá
le había regalado una que ni siquiera llegó a estrenar. Se me ocurrió subir al
trastero de la azotea, donde guardaba sus herramientas. Era el único lugar que
quedaba por ver. Casi me doy con sus piernas que se balanceaban suavemente.
Llevaba puestos los zapatos de los domingos relucientes como recién estrenados,
incluso se había cambiado la camisa, y tenía desabrochados los dos botones
superiores. La lengua, grande como la de una ternera, estaba toda negra, la
cabeza, ladeada hacia un hombro como Jesús en la cruz. ¿Cuánto tiempo llevaría allí
colgando de la cuerda y oscilando sus piernas como un péndulo? Sentí pena y
mucha rabia. No pude llorar. Cuando llamé por teléfono todo mi cuerpo temblaba como
la gelatina.
Por todo eso y lo de mi madre, necesito salir de aquí.
Mi cabeza está monda, no me queda ni un cabello y no quiero consumir mis días
entre estas paredes. Por las noches oigo la voz de mi padre. Y yo le digo, dame
un poco de tiempo, papá, para hacer eso. Ahora te cuento mi plan, escucha.
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