Hay veces en las que la absoluta falta de preparación tiene réditos insospechados, y no, no hablo del nivel de nuestro alumnado.
Los viajes se han convertido en prolongaciones de algunas neuras humanas. Son una parte fundamental del expositor ante el mundo de nuestra presunta felicidad, por lo tanto, no deben faltar los alardes de control sobre lo que va a pasar.
La total ausencia de planificación me llevó a un sitio mágico, a caballo entre Salamanca y Cáceres: la Sierra de Francia y la comarca de la Vera.
Así llegué al Puerto de Béjar y a la Posada Rural Musical. Invité anteriormente a todos a conocer las Posadas Reales de Castilla León. Esta es un sitio especial. Una antigua fábrica de chocolate, entreverada en la naturaleza, de solo cinco habitaciones, y con el ínclito Félix impregnando sus piedras de pasión por lo que hace. Desayunos dignos de una reverencia y charlas entre maderas nobles harán soñar al viajero.
Nadie va al Puerto de Béjar, porque casi nada ofrece, pero es una posta magnífica para hacer distintas rutas. Es el ónfalo de una zona que, para el que no la conozca, brilla por su verdor y por una naturaleza apabullante, siendo uno de los lugares con mayor pluviometría de España.
Punta del compás en nuestro centro, círculo marcado, y trazamos dos imaginarios radios.
Primero nos iremos a la Sierra de Francia. Adentrándonos desde Béjar, patria del mítico ciclista Laudelino Cubino, entramos en un camino que es un monumento a la travesía serpenteante entre encinares, alcornoques, tejos, madroños, lentiscos o enebros. Paradas obligatorias son Miranda del Castañar, Mogarraz y La Alberca. Esta última es la “capital” de los pueblos más bellos de España de la provincia charra, pero los otros dos son dos joyas a la altura.
Miranda suele ser la primera parada. Tranquila, sutil y auténtica.
No dejen de ir a Mogarraz. Los 388 rostros de algunos de sus vecinos, obra del artista local Florencio Maíllo, nos contemplan y nos evocan la dureza de una vida que ahora convertimos en exposición para deleite propio. En Mogarraz hay que comer en el restaurante Mirasierra. Es un escaparate a su serranía. Magníficas carnes, variedad y bodega oficial de unos de los mejores vinos, La Vieja Zorra, que da la singular uva de la zona, la rufete, fruto frágil, colgado de bancales pero de enorme potencial.
La Alberca es aceptada como el símbolo de una arquitectura popular levantada a base de piedras y geométricos entramados de madera. Destacan los dinteles cincelados con fechas de fundación de las casas, con inscripciones, signos y anagramas religiosos, que quieren ser profesión visible de fe. Y por supuesto, el sincretismo de lo judío, cristiano y musulmán reverbera por sus angostas calles. En lo perentorio, El pan negro de Mariluz ofrece unos exuberantes turrones por los que ávidos turistas capitalinos suspiran, ejerciendo soterrados empujones hacia cualquier despistado que pretenda poner en duda su universal derecho.
La ruta debe terminar regresando por las Batuecas. La carretera es digna de una vuelta ciclista, y el paisaje, de una parada con merienda.
Terminada esta ruta, y tras una buena cena con jamón, pimientos y vino de la región, al día siguiente encaminaría mis pasos hacia el sur. En el norte de Cáceres hay dos lugares inmensos: Plasencia y Hervás. La primera es digna de un día en ella. Hervás y su judería te transportan en el tiempo. Paren a comer en El Almirez: disfrutarán.
Entre estos dos lugares está la comarca de la Vera. Jaráiz, Jarandilla, Aldeanueva, Garganta la Olla o el investido Monasterio de Yuste, en el que nada del ascético retiro de Carlos V pregonan que es verdad, jalonan un espacio en el que hay mucho más que pimentón. Pozas, cascadas, sendas…un paraíso que queda eclipsado por el Valle del Jerte y el esnobismo de verlo florecer, un nuevo parque temático de los que transitan a golpe de foto instagramera.
Dos rutas, dos regalos para los sentidos.
Pero hay más. Candelario, otro enclave para perderse. Baños de Montemayor, con un primoroso balneario que reconfortará el alma del viajero (salus per aquam). Granadilla, increíble pueblo abandonado y amurallado. Y las Hurdes.
Cáceres y Salamanca, ambas ciudades patrimonio de la humanidad no son mencionadas. Imaginen la dimensión de lo propuesto.
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