Más anime, por Virginia Polonio


En los años 70 un joven llamado Meteoro aparcó su coche en todas las televisiones de España. Su sueño, ser piloto de carreras, venía de la mano de una efeméride: llegaba a las pantallas de nuestro país la primera emisión de una serie de animación japonesa o anime. A partir de este acontecimiento esta parte de la industria artística y cultural japonesa ha calado en nuestra sociedad de manera que ha creado un movimiento que ha llevado a los jóvenes y no tan jóvenes a organizar los llamados salones manga y a caracterizarse de sus personajes de anime favoritos en una moda denominada cosplay.
Personalmente, este género me ha calado tanto que ha logrado mantenerme fuera del conjunto de series que ha mantenido en vilo a una gran parte de la población como Juego de Tronos o Chernobyl o de los estrenos cinematográficos. No estoy afirmando que un tipo de creación audiovisual tenga más calidad o interés que otra sino que hoy vengo a defender con palabras el potencial del anime y la oportunidad que le debería dar el público tanto en la pequeña como en la gran pantalla.
Son escasas las obras de animación japonesa que traspasan las puertas de los cines aunque la mayoría de ellas, independientemente de la temática, poseen el siguiente objetivo: despertar en el espectador un torbellino de emociones.
¿Y qué armas utiliza para ello? Como ejemplo hago alusión a los mensajes que transmiten algunas películas de este género como pueden ser las obras de Studio Ghibli. Este estudio japonés de animación ha creado cerca de una veintena de películas y la mayoría de ellas contienen argumentos que giran en torno a aspectos muy relevantes en la actualidad como la lucha por el medio ambiente o el empoderamiento de la figura de la mujer.
Sin embargo, un elemento que realza la sensibilidad que albergan algunas de estas obras, ya sea en serie o en película, son sus bandas sonoras, piezas que encajan perfectamente con el tipo de anime, con cada escena y cada plano y que se transforman en unos magníficos potenciadores de las intenciones que el autor quiere transmitir a los espectadores. En este sentido recomiendo especialmente las BSO de Rurouni Kenshin compuesta por Noriyuki Asakura, la banda sonora de Attack On Titan obra de Hiroyuki Sawano y la de la película de Ghibli El Viaje de Chihiro de Joe Hishaishi. Otra factor que destacaría es la amplia gama de temáticas que podemos encontrar dentro del anime pues existen más de 20 términos que los clasifican dependiendo del público al que van dirigidos, de la temática y del estilo de dibujo.
Me entristece que existan personas que por desconocimiento le atribuyan al anime las características de las animaciones que solo van destinadas al público infantil, con argumento vago y personajes planos. En el anime existen gran cantidad de obras de calidad como puede ser Perfect Blue de Satoshi Kon, un thriller psicológico del que se afirma que ha bebido la célebre película Origen.
En definitiva, los espectadores de todas las edades deberían darle una oportunidad a este género cinematográfico donde los creadores japoneses son transmisores de su cultura, liberadores de la imaginación que no muestran en la sociedad encorsetada en la que viven y estupendos malabaristas de los sentimientos.

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