Cavafis y las redes sociales, por Santos Muñoz Luna

Cuanto puedas*

Aunque no puedas hacer tu vida como quieras
inténtalo al menos
cuanto puedas: no la envilezcas
en el trato desmedido con la gente,
en el tráfago desmedido y los discursos.

No la envilezcas a fuerza de trasegarla
errando de continuo y exponiéndola
a la estupidez cotidiana
de las relaciones y el comercio
hasta volverse una extraña inoportuna.

Cuando hace casi treinta años leí a Cavafis por primera vez –piso de estudiantes de los de entonces, dieta de estudiante, vicios de estudiante y búsqueda, como el poeta, de los arrabales, la noche y la desgracia– no reparé en el poema que veis más arriba. Durante años sí recordé bien y visité algunos de los grandes poemas eróticos de este autor griego o su relectura cultísima y desbordante de los clásicos de Grecia y Roma. Los años de estudiante de entonces no sospechaban el mundo interconectado que hoy disfrutamos o padecemos, como debía ser. Las llamadas redes sociales que hoy nos seducen tanto por su brillo, eficiencia y riesgo tienen demasiadas virtudes para que les dediquemos alguna línea en este cuento. No hablamos de marcas concretas, pero compartir fotos con todo aquel que quiera verlas, opinar sesuda y lacónicamente sobre acontecimientos que ocurren en los lugares más íntimos del planeta o hacer seguimiento de ídolos guerreros o deportivos, se ha convertido en una ocupación que resta tiempo a nuestra soledad personal, familiar y social. A nuestra bendita soledad. Antes escuchábamos en radio o prensa opiniones de expertos, atendíamos a los vecinos que tomaban el fresco en la puerta, verdadero origen de las redes sociales, hablábamos con los que nos acompañaban ante el café, la cerveza o la tila... Hoy, con la democratización universal de la opinión estamos expuestos, nos exponemos porque queremos, al peregrino correctivo de los que conocemos, pero también al de los que desconocemos. Cuando teníamos intimidad comíamos con cierta conversación, soportábamos errores políticos, no mirábamos como lelos la ridiculez de los otros y éramos capaces de disfrutar, pensar y observar solo para nosotros mismos.
Pero, ¿qué nos quiere decir Cavafis en este poema? Realmente hacemos trampa relacionándolo con las redes, pero creemos que una reflexión hecha hace más de cien años tiene perfecta ocupación en nuestro tiempo. Es lo que tienen ciertos artistas y sus ideas universales, visionarias. Como dice el poeta, exponer nuestra vida al trasiego de los demás, a sus miradas, a sus viciadas opiniones, puede hacer que el inmenso misterio que somos capaces contener se convierta en cristal y se rompa perdiendo su gracia. Los imperativos “inténtalo” y “no la envilezcas” marcan el sentido de todo el texto. El destinatario lógicamente es el desdoblado yo del propio poeta, pero cualquiera que se acerque a los versos puede entender que también a él o a ella se dirige la interpelación del sabio alejandrino. Intenta hacer de tu vida algo digno, no te desesperes porque sea gris y sobre todo no la subastes para que la envilezcan opiniones ajenas. Inténtalo en todo caso y ocasión y date cuenta de que tu vida no es mejor porque la expongas en relación con las demás, sino porque merece la pena en sí misma. La estática vida de Cavafis, de oscuro funcionario, poco viajero, poco sociable, está en la base de esta recomendación. Vivió en Alejandría la mayor parte de su vida y apenas salió de su burbuja ocasionalmente. Solo para acercarse a sus libros, a su querida cultura griega. A lo mejor los bárbaros que esperaba el poeta en otro de sus grandes poemas son nuestras generaciones perdidas en el exceso de información y comunicación que no saben sentarse a repasar las puertas y ventanas del edificio que construyen.
Entiendo que nos equivocamos seguramente con esta interpretación tan lejana de la intención del poema de Cavafis, como si lo hubiésemos puesto en relación con los programas televisivos que perpetran los dudosos valores del “mi perra vida debe conocerla todo el mundo”. Volver a leer este texto me ha puesto de frente a ciertos comportamientos asumidos que damos por descontados en nuestro tiempo. Sin embargo exponer nuestra genialidad o nuestra estupidez a un auditorio tan ampliamente desconocido puede provocarnos pronunciados altibajos en la paz mental, en la autoestima, como la llamamos ahora. Dejemos algo para la intimidad, para los que nos conocen, que nos entenderán mejor y serán capaces de respetarnos.
Queremos interpretar, y estamos en nuestro derecho, el pensamiento de alguien de hace ciento diez años con la percepción, la cultura y la realidad que hoy tenemos. Este poema no habla de redes sociales, faltaba más, como tampoco habla de la sobreexposición social. Habla de aprovechar la vida, la vida vivida como compañera de uno mismo. Dejemos que Cavafis, desde su tugurio funcionarial en Alejandría, una ciudad llena de libros por cierto, se convierta así, por nuestro capricho, en un poeta visionario en el gran sentido de la palabra: el que ve más lejos, más allá de su tiempo, el que piensa en mil novecientos diez con opiniones de dos mil veinte. Escuchemos a los artistas, escuchemos a los poetas.

*Traducción de Pedro Bádenas. Alianza 2018.
 

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