Manual de instrucciones, por Victor Barranco

Manual de instrucciones, por Víctor Barranco - DISTRITO CÓMICS 

Alea iacta est

La tarde se abría plácida como otras tantas de aquel verano suave y tranquilo. Tardes que se sucedían con el mismo carácter impertérrito de los gobiernos que rodeaban el valle. Durante una larga etapa –corta, si la comparamos con el devenir de la Historia-, la prosperidad había sumido a las cuatro grandes civilizaciones en una pompa de serenidad, un remanso de paz que a todos daba cierto gusto; pero que a nadie permitía erigirse como dueño y señor del mundo –aquel mundo, a fin y al cabo-.
En aquella sosegada etapa, las diferentes culturas habían sido capaces de sobreponerse a los contratiempos iniciales, en los que los contactos entre ellas eran casi nulos y las temporadas de sequía hacían imposible la recolección de los campos. Poco a poco, la vergüenza inicial desapareció al ritmo que crecían los poblados, se reproducían los caminos y se multiplicaba la eficiencia de los recursos. Empezaron a proliferar excedencias de materias primas.
El intercambio de recursos, el comercio marítimo y las primeras ciudades pintaron de júbilo el particular Renacimiento del valle, en un ciclo en el que ni siquiera los saqueos esporádicos de aquel personaje sacado de otro tiempo parecían mermar los ánimos de los avanzados gobernantes. Crecimiento global sostenible, lo llamarían algunos…
Los últimos movimientos, sin embargo, adivinaban tiempos convulsos. La avaricia, fuente inagotable de problemas pero, a la vez, única vía para alcanzar el éxito en el mundo –aquel mundo, a fin y al cabo- hacía su aparición inevitable, como ineludible es la muerte que a todos nos ha de sentenciar, incluidos también tres de los cuatro gobiernos del valle. Sin embargo, la rendición no es una opción y la muerte, siquiera circunstancial, cotiza a un precio demasiado elevado para tomarse la guerra a la ligera. En definitiva, solo podía quedar uno.
La batalla final que se tornaba inminente ponía en entredicho los avances, la cultura y el desarrollo de la civilización; a la propia civilización en sí misma, si se me permite la hipérbole. Y todo comenzó con una simple refriega en mitad del campo, una disputa de caminos a priori sin importancia pero que, en aquel tiempo de cambios y desatinos, comenzaban a ser estratégicamente vitales. La inicial escasez de recursos ya no era un problema; ahora se peleaba por conquistar terreno. El territorio virgen que aún quedaba en el valle era un codicioso regalo para quien tuviera el valor de alcanzarlo, y la única manera de seguir prosperando. Aquel crecimiento global que, ahora sí, comenzaba a ser insostenible.
El comercio se truncó de repente, surgieron leves y breves alianzas para intentar desbancar al más aventajado, con un éxito parcial que solo consiguió alargar la contienda y, colateralmente, el sufrimiento de aquella civilización que tiempo atrás arrojó la toalla del progreso y la victoria quedando atrapada en mitad de una batalla que parecía no ir con ella. La victoria final tendría forma de sobresaliente para el más listo, de 10 en Historia.
Sin embargo, ni en el sabor dulce de los primeros redobles del triunfo puede la victoria darse por sentada. Y así, iniciadas las celebraciones y sus consecuentes humillaciones contrapuestas, ruido de tormenta. Terremoto al borde del valle y cuatro o cinco réplicas provocados por dos grandes meteoritos que puso en atención a las cuatro culturas en liza.
Sucedió el único contratiempo que podía evitar esa anticipada y celebrada victoria. Era un 7. Quizá en ese mundo –aquel mundo, a fin de cuentas- sus habitantes ya han aprendido que el progreso descontrolado puede truncarse con una simple tirada de dados del azar…

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