Las bellas extranjeras, por Ofelia Ara

Uno de los fenómenos más universales y profundamente humanos que existe es la risa, pero eso no quiere decir que también sea universal la causa que la provoca, pues depende de cada cultura. De hecho, el humor es la última barrera para el conocimiento del conjunto que engloba aquella: costumbres, creencias, arte, moral, etc; si se llegan a entender sus chistes, contemplados como lo más abreviado y humorístico, se puede decir que se ha llegado a un conocimiento hondo.
En antropología, se dice que el humor favorece las relaciones sociales pero, del mismo modo, reafirma sus desigualdades y sus estereotipos, tanto raciales como de género. La risa puede ser agresiva; el humor representa a un colectivo que agrede a otro y que lo hace mediante la burla. La risa desafía al control social, desafía a las autoridades, es subversiva, como lo es el carnaval. La risa es liberadora, ahuyenta el miedo, aleja la amenaza, echa a la muerte de nuestro lado. Puede ejercitarse hacia dentro, en grupo, puede ser necia o inteligente, amarga o malévola, integradora o excluyente.
Reír es relajante aunque en ciertos ambientes se desprecia porque se considera burdo, demasiado vulgar y popular. Así, se dice que la vida y el arte hay que tomarlos tan en serio que no podemos reír con ellos sin parecer poco inteligentes. Por eso es tan refrescante encontrar un libro con el que se puede contradecir esa opinión pues, desde las primeras hojas, resulta divertidísimo e ingenioso y se lee de un tirón.
Mircea Cartarescu, escritor rumano, escribe en “Las bellas extranjeras” tres relatos autobiográficos en los que el hilo conductor es su existencia como escritor, interrogándose sobre el sentido de su oficio y, sobre todo, a quién le interesa. Aunque pudiera parecer atractivo solo a futuros escritores, los relatos son tan hilarantes y, a menudo, tan absurdos, que atrapan a cualquiera que sepa disfrutar de alguien que, con inteligencia, sabe del ridículo que hacemos a menudo las personas y, en particular, él mismo. “Ántrax” es el primer relato, una crónica de un supuesto ataque terrorista al que es sometido donde, con humildad ante su absurdo, pone delante de los ojos del mundo la paranoia que sufrimos desde los atentados de Nueva York. En apenas treinta y dos páginas da repaso a los miedos contemporáneos y a la burocracia post-comunista de su país, encarnada en la policía de Bucarest, siendo el personaje de Mircea, el escritor, una especie de anti-héroe, abrumado por las circunstancias, asustado e hipocondríaco, pero con una gran conciencia cívica.
El siguiente relato, “Las bellas extranjeras”, que da nombre al libro, es el eje central de su sentir como escritor y también como rumano, es decir, proscrito por su pertenencia a dos colectivos cuya apreciación por parte de los otros es, cuando menos, negativa. Las bellas extranjeras son un grupo de escritores rumanos invitados a Francia para dar charlas sobre la literatura en general y la suya en particular. Ya el título da idea de cómo se sienten en el viaje, preparado por franceses como algo exótico y cuya trascendencia va a ser nula. El racismo de una sociedad supuestamente abierta bajo la letra de su himno, las intrigas entre colegas, las envidias si alguno tiene traductor y otro no, pues esto puede suponer vivir con cierta dignidad, en fin, las divertidas peripecias de un grupo algo alocado y muy necesitado de dinero a los que llevan y traen por toda Francia a cambio de unos cheques de viaje que pueden suponer dos meses de trabajo en Rumanía. Es una crónica muy divertida, hecha con ironía y perspicacia, evidenciando la frecuente fatuidad del mundo cultural y la incomprensión a la que estamos sometidos y que, a nuestra vez, sometemos a otros, por ser de otro país y de otra cultura. No es el primer ejemplo de una absurda crónica literaria; Jorge Ibargüengoitía relata algo similar y aún más divertido en “Revolución en el jardín”, a cuenta de un viaje suyo a La Habana, que merece también la pena leer.
Y termina el libro con “El viaje del hambre”, una vuelta a las penurias de su juventud, a su tremenda necesidad de dinero pero también a la ingenua certeza, ya perdida, de un futuro como escritor con mucho que decir y que sueña que le aguardan éxitos inimaginables.
El verano es el tiempo de la molicie, de los días de luz y calor interminables; las horas lentas se llenan con la espera de la noche liberadora, con un punto de nervioso aburrimiento. Se agradece encontrar, para llenarlas, un libro que tiene dos lecturas, una veraniega, ágil y muy divertida, y otra profunda y más irónica, que se podrá leer y apreciar cuando vengan tiempos meteorológicos más propicios.

“Las Bellas Extranjeras”
Mircea Cartarescu
Editorial Impedimenta

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