En la corte de la Reina Virgen, por David Lara @cartesius78

Tengo la suerte de jugar mucho, con muchas personas y a muchos juegos, pero sobre todo soy afortunado porque algunas de esas partidas marcan un recuerdo en mi memoria para la posteridad. Son las denominadas partidas épicas, aquellas que podré recordar a mis nietos cual abuelo Cebolleta. Si bien cualquier chorrijuego puede alcanzar ese estatus lúdico con una sola tirada de dados, son los títulos con cierto empaque los que copan estos álbumes de recuerdos. Y el juego que me regaló mi última partida épica fue Virgin Queen.
Virgin Queen es un wargame que nos transporta a la Europa del siglo XVI en plena guerra de religión entre el catolicismo y el protestantismo que décadas antes había desencadenado Martín Lutero en Wittenberg. Los jugadores controlan las principales potencias de aquella época: Felipe II en España, Isabel I (la Reina Virgen) en Inglaterra, Solimán el Magnífico en el Imperio Otomano, Francia, el Sacro Imperio Romano y los protestantes holandeses y hugonotes. Es un juego asimétrico donde cada facción pelea por sus propios intereses para alcanzar la hegemonía. Guerras, revueltas, piratería, bodas reales, espionaje, mecenazgos y el Nuevo Mundo son los ingredientes de un cóctel aderezado con toneladas de diplomacia para convencer al resto de jugadores de que eres su mejor aliado frente a vuestro peor enemigo común.
Pero para ser un semillero de partidas épicas no basta con un extravagante mapa renacentista y tirar un puñado de caprichosos dados. El mojo de Virgin Queen es su aplastante sabor histórico que rezuma en cada una de las cartas de del juego, en cada rincón de su mapa de la época y en las reglas históricas que articulan el juego. Virgin Queen es un juego que se disfruta antes, durante y después de la partida. Antes porque los jugadores calientan motores negociando sus intenciones en el preludio de la partida. Después porque tras muchas intensas horas los jugadores pasan un rato largo recordando jugadas, éxitos, pifias y puñaladas que marcaron el devenir de la partida. El durante no hace falta explicarlo en un juego que te absorbe de comienzo a fin, te toque jugar o no.
Ahora bien, Virgin Queen no es un juego apto para todos los públicos. Exige un compromiso, implicación y predisposición importantes a sus jugadores. Su densidad de reglas y excepciones aconseja tener algún tutor en la mesa que las domine. La duración es larga (entre seis y ocho horas), requiere dedicarle un día entero y en un sitio bien acondicionado para poder negociar en secreto. No todos los jugadores tienen estómago para aceptar que en este tipo de juegos es habitual sufrir traiciones, puñaladas, y el acoso de varios oponentes conchabados para derribar al jugador mejor posicionado. Las tiradas de dados, a veces determinantes, pueden ser muy frustrantes; nadie manda sus naves a luchar contra los elementos. Y tener cierto conocimiento del periodo histórico no es imprescindible pero sí muy recomendable para poder disfrutar de la experiencia de juego.
Superadas estas barreras, una partida a Virgin Queen puede satisfacer con creces los paladares lúdicos más exigentes. Son juegos que rara vez ven mesa más de una vez al año pero, cuando se alinean los astros, su recuerdo es más duradero que el de cualquier eclipse lunar sangriento. Afortunadamente Virgin Queen es sólo un ejemplo entre los muchos juegos que propician estas partidas épicas. Sólo es cuestión de que los jugadores escojan el que mejor se adapte al marco histórico de su gusto. En resumen, os recomiendo vivir la experiencia que aportan este tipo de juegos épicos.
¡Dios salve a la Reina (Virgen)!

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