Critica que algo queda. Sin bozal, por Leonor Rodríguez "La Camacha"

Esta vez, queridos lectores, voy a referirme a algo tan popular y arraigado en nuestra sociedad que no cambia con el devenir de los tiempos, esto es, la crítica insana o calumnia, entendida como acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño. En la cultura popular, la palabra “crítica” tiene un sentido negativo, si bien su etimología griega la dotaba de otro significado como discernir, analizar o separar.
Centrándome ahora en la insana crítica o calumnia, los motivos que pueden inducir a ella son tan diversos como desconocidos. Como ejemplo está la crítica malintencionada, elaborada y dispuesta a arrasar lo que se encuentre en el camino, motivada por factores como la envidia o los celos o en el oculto deseo de poseer o ser el “otro”, cuya única finalidad es ocasionar descrédito ajeno.
En el plano de la política, con bastante frecuencia se acude a esta “técnica” para desprestigiar a un rival político. Inventar noticias deliberadamente para engañar no es algo nuevo. Pero la llegada de las redes sociales ha hecho que las historias reales y las ficticias se puedan presentar de una manera tan similar que a veces es difícil discernir entre ellas. Si bien es cierto que internet y su inmediatez han permitido el intercambio de conocimiento a una escala inimaginable, también ha fundamentado lo que el ensayista Jonathan Swift escribió en 1710: “La falsedad vuela y la verdad viene cojeando tras ella”. Y es que, como dice el refrán: ¡cuando el río suena, agua lleva!
Calumnia es algo que yo misma sentí en mis propias carnes cuando fui condenada un 8 de diciembre de 1572 a 200 latigazos fruto de la imaginación exacerbada de 22 vecinos de mi Montilla natal que tuvieron a mal, y por motivos ajenos a mi persona, magnificar las imputaciones que contra mí los Padres Jesuitas llevaron ante el Tribunal Inquisitorial de Córdoba.
Os voy a dar un consejo que os servirá para cultivar vuestro interior y como norma de convivencia en la sociedad en que vivimos. El filósofo griego Sócrates, un día, se encontró con un conocido quien le dijo: “– Maestro ¿Sabes lo que escuché acerca de uno de tus discípulos? – A lo que Sócrates contesta: Antes de decirme nada, quisiera que pasaras la prueba de los tres filtros a lo que vas a decirme. Primero EL FILTRO DE LA VERDAD. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?No, realmente sólo escuché sobre eso y…. Está bien, dijo Sócrates, entonces realmente no sabes si es cierto o no. Ahora permíteme aplicar el segundo filtro, EL FILTRO DE LA BONDAD. ¿Es algo bueno lo que vas a decir de mi discípulo?No, por el contrario….Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto… Pero podría querer escucharlo porque queda un filtro: EL FILTRO DE LA UTILIDAD. ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi discípulo?No, la verdad que no…. Bien, concluyó Sócrates, si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno e incluso no es útil, ¿para qué querría saberlo?
Una vez dicho esto, termino mi reflexión con otro refrán: ¡Es bueno que hablen de ti, aunque sea mal! Lo digo porque de no ser por las acusaciones exageradas que propiciaron mi procesamiento y penitencia por hechicera e invocadora de demonios, Cervantes no se hubiera fijado en mi persona ni hubiera subido la nota de mis hazañas hechiceras tal y como relata en una de sus novelas ejemplares, sublimando mis poderes y atribuyéndome practicas tan maravillosas y fantásticas. ¡Ya me hubiera gustado a mí saber hacer todas esas artes que atribuidas me fueron!

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