Es la primera vez en mi vida que traspaso el umbral de una mezquita otomana. Tras habernos descalzado, hemos entrado y ahora permanecemos sentados en la sala de oración (haram). Frente a mí, el mihrab y la quibla.
Una alfombra roja con cenefas de un gris azulón nos protege del suelo.
La luz de la mañana se cuela por las vidrieras, dotando al recinto de coloridos místicos.
Lámparas circulares de candelabros cuelgan de los altos techos abovedados casi tocando el suelo, casi flotando a ras del mismo.
Escribo en mi libreta de notas. Complicado plasmar lo que siento.
Quizás la definición más certera es la que corresponde a un soplo inmenso de paz interior. Me siento tranquilo, relajado. Esa extraña y maravillosa sensación de sentirse dentro de una burbuja, ajeno a todo lo que sucede en el exterior. La locura de ahí afuera, de esta laberíntica ciudad, está ausente
Pasan algunos minutos de las diez de la mañana y, en poco menos de dos horas, esta estancia se llenará de fieles que buscarán su paz y su consuelo encontrándose con su Dios.
Yo creo haber encontrado el mío.
Sehzade Camii (Mezquita de los Principes)
La locura habita aquí adentro.
Los comerciantes se agrupan por gremios y los compradores navegan de un lado a otro del inmenso bazar. El regateo es obligación, costumbres que se vuelven leyes.
Vendedores gritando al paso de turistas. Luminosos de colores reclamando atención. Artículos amontonados a ras de suelo. Callejuelas y más callejuelas, invitando al desconcierto, y todo ello bajo la atenta mirada de arcos decorados con centenarios azulejos de Iznik.
La parte nueva y la parte vieja. Quizás para el novel viajero en los techos esté alguna pista.
Sin rumbo definido seguimos navegando por el inmenso mar de tenderetes y artículos. Una tetería se convierte en nuestra isleta para reposar tanto ajetreo. Fotos aquí y allá, mercaderes que nos invitan a adentrarnos en su mundo, en sus negocios, en sus productos.
Seguimos navegando sin rumbo.
De pronto, una salida... Nos volvemos a equivocar y, tras un rato perdidos, volvemos dentro. Y dentro, en el desconcierto, tratamos de orientarnos. A veces la vida es así. Parece que funciona, que entendemos el laberinto, y poco después la entrada hecha salida. Como buenos viajeros hemos cumplido con la tradición de andar perdidos por uno de los bazares más grandes del mundo.
Kapali Carsi (Gran Bazar)
Istanbul. Finales de Invierno de 2012.
Una alfombra roja con cenefas de un gris azulón nos protege del suelo.
La luz de la mañana se cuela por las vidrieras, dotando al recinto de coloridos místicos.
Lámparas circulares de candelabros cuelgan de los altos techos abovedados casi tocando el suelo, casi flotando a ras del mismo.
Escribo en mi libreta de notas. Complicado plasmar lo que siento.
Quizás la definición más certera es la que corresponde a un soplo inmenso de paz interior. Me siento tranquilo, relajado. Esa extraña y maravillosa sensación de sentirse dentro de una burbuja, ajeno a todo lo que sucede en el exterior. La locura de ahí afuera, de esta laberíntica ciudad, está ausente
Pasan algunos minutos de las diez de la mañana y, en poco menos de dos horas, esta estancia se llenará de fieles que buscarán su paz y su consuelo encontrándose con su Dios.
Yo creo haber encontrado el mío.
Sehzade Camii (Mezquita de los Principes)
La locura habita aquí adentro.
Los comerciantes se agrupan por gremios y los compradores navegan de un lado a otro del inmenso bazar. El regateo es obligación, costumbres que se vuelven leyes.
Vendedores gritando al paso de turistas. Luminosos de colores reclamando atención. Artículos amontonados a ras de suelo. Callejuelas y más callejuelas, invitando al desconcierto, y todo ello bajo la atenta mirada de arcos decorados con centenarios azulejos de Iznik.
La parte nueva y la parte vieja. Quizás para el novel viajero en los techos esté alguna pista.
Sin rumbo definido seguimos navegando por el inmenso mar de tenderetes y artículos. Una tetería se convierte en nuestra isleta para reposar tanto ajetreo. Fotos aquí y allá, mercaderes que nos invitan a adentrarnos en su mundo, en sus negocios, en sus productos.
Seguimos navegando sin rumbo.
De pronto, una salida... Nos volvemos a equivocar y, tras un rato perdidos, volvemos dentro. Y dentro, en el desconcierto, tratamos de orientarnos. A veces la vida es así. Parece que funciona, que entendemos el laberinto, y poco después la entrada hecha salida. Como buenos viajeros hemos cumplido con la tradición de andar perdidos por uno de los bazares más grandes del mundo.
Kapali Carsi (Gran Bazar)
Istanbul. Finales de Invierno de 2012.
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