El cuento de la criada, por Ofelia Ara

La dueña de la mano que elige un libro al azar, para hablar de él en una revista, cree con ingenuidad que su mano es inocente, que el estante de libros para compartir no tiene orden alguno, más allá del fortuito que surge del momento en que lo coloca, tras leerlo, y de la limpieza muy, muy ocasional que hace.
Mientras los dedos tabletean sobre los estantes, al estilo pianístico, ronronea en su cabeza el actual rugido feminista, exagerando un poco, y, por otra parte, la inquietud que la exposición de su postura social, política, personal, le produce, no por miedo al vecino, tan expuesto o más, sino por la sensación de que cada vez que pulsa una tecla del portátil, hay alguien detrás que le ofrece algo que supuestamente desea. En definitiva, el miedo al control de la propia existencia por parte de otros. Bueno, pues así tocó hablar de “El cuento de la criada”, de Margaret Atwood, elegido sin intención, solo por el placer de su lectura, pero oportuno en su concepto.
Escrito en 1984, Atwood escribe una fantasía algo premonitoria sobre una dictadura teocrática que se origina por un magnicidio frustrado, que sirve como excusa para establecer el estado de excepción, suspender la constitución (por cierto, la estadounidense, pues sucede allí), cerrar periódicos y establecer censura. Todo esto bien solicitado por la población en general, pues cualquier precaución es poca y el castigo debe ser grande, como sabemos por nuestros propios deseos. Como cualquier dictadura, la locura viene después, las mujeres pierden el trabajo, les cancelan sus cuentas bancarias y dejan de tener propiedades. No se les permite leer ni escribir. Ya lo anticipa la escritora en el prólogo (el prólogo debería ser un epílogo, aconsejo saltarlo para no perder del todo la sorpresa en la lectura), el control de las mujeres y sus descendientes ha sido la piedra de toque de todo régimen represivo del planeta. Ojo, represivo, no se ciñe solo a dictatorial.
En todo futuro catastrófico, y esperemos que onírico, no puede faltar el escenario de un desastre ecológico, que viene a pintar en este libro el horror final necesario para la anécdota más llamativa de la historia, que es el uso de mujeres fértiles para la procreación de las clases dirigentes ante la infertilidad generalizada de la población. Por supuesto, amparado por la cita bíblica adecuada, que justifica moralmente el uso de su cuerpo y justifica su situación de esclavitud.
Ser criada es ser sumisa, obediente, pulcra. Es esperar día a día convenientemente lavada, cepillada, alimentada, silenciando los pensamientos como si no existieran. El tiempo para una criada pasa lentamente sin leer ni escribir, sin apenas hablar, si acaso para dar respuestas estereotipadas de carácter religioso, todo por miedo al destierro a zonas de muerte segura por toxicidad o por miedo a las ejecuciones públicas por delitos no definidos. La criada no tiene nombre, por tanto, no tiene identidad.
Pero bajo esa vida ordenada, recatada y provechosa, late el corazón de las personas que hubo antes, con su deseo de transgresión y de libertad, no solo de las criadas, sino también de los poderosos. Y, como suele pasar, el orden y el recato son para los dominados, no para la clase dominadora, en este caso solo hombres, que acomodan sus necesidades de esparcimiento con la misma desfachatez con la que acomodan sus necesidades de mantenimiento de su estirpe, destinando otras mujeres para su diversión.
El cuento de la criada” no ofrece en realidad nada nuevo, salvo si tenemos en cuenta el año en que se escribió, lo que le confiere una visión anticipada a problemas éticos que se están planteando en la actualidad, como es la gestación subrogada. La escritora, como en otros libros suyos, define al individuo coaccionado por la influencia social, llevado en este libro al extremo. En cualquier dictadura, no solo están sometidos los perdedores; los ganadores gozan de privilegios, pero son privilegios inciertos e inseguros. Todo el mundo tiene miedo y la mejor forma de sobreponerse a él es asimilándose al opresor. Así, el plan resulta perfecto: en una sociedad dominada, no hay nada mejor que conseguir que los dominados defiendan la moralidad de la opresión. El controlado agradece que lo controlen, sea en bien de su seguridad (incluso vial), sea para saber la ubicación de un posible asesino. La mujer oprimida justifica, bajo parámetros patriarcales, los ataques a otras mujeres, acusándolas de provocación. Y un largo etcétera.
Este es un libro redondo, para disfrutarlo, para pensar en los derechos individuales, en los de todos, y en nuestro futuro como especie. Futuro a corto plazo, desde luego, porque, ¿quién está seguro de que a largo plazo lo tendremos?

“El cuento de la criada”
Margaret Atwood
Editorial Salamandra

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