La imagen de tu vida (Javier Gomá), por Ofelia Ara

Decía Alberto Cortez,
¿Qué vale más, inquietud de mi existencia,
cuando llegue el final y quede inerte?
¿el arte, por fijar mi trascendencia,
o el eterno misterio de la muerte?


La trascendencia de nuestra vida, la perduración humana, inquieta desde el momento en que el hombre toma conciencia de sí mismo y de su muerte. Pero no es hasta la modernidad cuando el hombre desea la supervivencia de su yo individual. Las dos modalidades de perduración conocidas son el arte y la imagen de una vida. Pero una cuestión esencial es saber qué hay en este mundo que sea digno de permanecer y de salvarse de la acción corrosiva del tiempo.
La conciencia de la muerte no apaga el deseo de inmortalidad. Para Javier Gomá lo que merece verdaderamente perdurar es la perfección, tanto la perfección moral, a la que llama ejemplaridad, como la perfección de las obras de arte. A partir de esta premisa, articula tres ensayos sobre la idea de “la imagen de la vida”, que es el modelo de perfección a seguir y, a la vez, el deseo de dejar algo digno de perpetuarse. Así, el primero habla de la gloria, que es la imagen de una vida sublime. El conjunto de las personas está formado por su forma de amar, de ser feliz, de tener éxito, sus fracasos y sus anhelos, pero en realidad no tenemos una idea del total hasta que esa persona muere. En el momento de la muerte sale la verdad que estaba encerrada.  Utilizando a los héroes griegos, como Aquiles, Gomá habla de esa gloria mencionada. Aquiles debe elegir entre tener una vida eterna pero discreta o morir joven y alcanzar la gloria. Y elige la gloria, que además es lo único que le permite llegar a ser individual, puesto que ser individual es superior a ser eterno. Esto es lo que hacemos todos; abandonamos nuestra infancia, nuestra seguridad, en busca de la individualidad y en busca de la reafirmación de nuestra personalidad, de nosotros como entidad, pagando el precio de aprender que nuestra condición es mortal.
De alcanzar la gloria, que es la imagen de nuestra vida, la elección íntima con la que nos comportamos como héroes, pasa el escritor a las imágenes de la vida de los otros. Así, en el segundo ensayo entra Cervantes en escena, sirviendo como reflexión sobre el significado último de una persona que trasciende su biografía. El Quijote es la obra de arte “ejemplar”, pues Alonso Quijano quiere convertir su locura en ejemplaridad y esto deviene en una narración sobre la ejemplaridad moderna pues habla de la libertad individual.
Termina el libro con “Inconsolable”, un monólogo dramático sobre la muerte del padre. El padre como el elemento que moldea los estratos más profundos de nuestra conciencia, como el último animal mitológico que, además, nos permite ver el mundo antes de que nuestros ojos sean capaces de interpretarlo. Dice Gomá que, al no tener experiencia, el niño utiliza su imaginación para una primera organización de ese mundo, y es la visión del padre la que nos abre al exterior, a ese mundo desconocido, apenas entrevisto. Son los padres la imagen de nuestra vida, nuestro ejemplo, a los que nunca veremos con objetividad y con cuya muerte tomamos conciencia de que somos una entidad temporal y que necesitamos sentir que trascendemos, que perduramos. En definitiva, que somos inmortales. Su muerte marca un antes y un después, pero están en nuestro ser íntimo para siempre.

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