Si pudiera ser una ola, por Paco Espejo

La vida sólo puede ser entendida mirando hacia atrás, aunque deba ser vivida mirando hacia adelante –o sea, hacia algo que no existe. Algo así decía el filósofo danés Kierkegaard.
Manuel Rui es angoleño, quizás esta no sea la mejor introducción a una obra pero a mí me parece la más acertada, dado que con esta escueta información podemos ya imaginar que nos adentramos en paisajes o ciudades con cierto aroma a misterio y misticismo. Masáis danzando y leones cazando, cuando no hambrunas, sequias y terribles conflictos que asolan el continente.
Pero este autor no ceja en su empeño de desmontar ese mito, recordándonos que existe otra cara de África donde la cotidianeidad y el humor tienen su hogar; para ello, en casi la totalidad de su obra nos ofrece un retrato diferente de la Angola post colonial, siempre acompañada por un ácido punto de ironía. Leer cualquier obra suya supone un momento refrescante en el que la carcajada aparece por sí misma, gracias a una prosa hilada finamente bajo la que subyace una crítica mordaz a todo el proceso de construcción de un nuevo país, empeñándose en la defensa del carácter multirracial y plural de la cultura angoleña, pasando por los desvíos ideológicos de los dirigentes políticos que no cumplieron ideales revolucionarios y llevaron a la región a una cruenta guerra civil con intervención cubana incluida, después de 1975.
Puede resultar curioso, o al menos a mí me pasó, que cuando se lee alguna de sus obras y la forma tan humorística y colorida en que están escritas, es difícil imaginar que su autor fue Ministro de Información, el primer representante de Angola ante la ONU y hasta autor del himno de su país, entre otros muchos cargos púbicos que ha ocupado en la joven nación.
En su haber literario cuenta con multitud de publicaciones, defendiéndose tanto en la poesía como en el teatro, pero siendo en la prosa donde más prodiga. Por lo tanto me gustaría recomendarles su obra “Si pudiera ser una ola”; se trata una guasa con un marcado carácter antiburocrático que comienza con el encuentro de dos vecinos y el cerdo de uno de estos en el ascensor de su casa.
Con esta premisa nos adentraremos en la vida cotidiana de una familia angoleña y cómo se enfrentan a la crianza de un cerdito, lo que nos deja  cuestiones tales como si un cerdo es una cosa o revelaciones del orden de que el ronquido de los cerdos se soluciona con música (conste que no lo he comprobado para darle veracidad). Entremetidas en todo este relato se sienten la crueldad de la guerra y la dureza de la vida en el país, pero nos muestra todo esto sin caer en un relato seco y brutal sino que lo envuelve en la enternecedora historia del cerdito y los dos entrañables niños que lo cuidan.
Es por tanto que tal y como afirmaba Kierkegaard se nos demuestra que el pasado es nuestro mejor maestro y el futuro es una incertidumbre, por lo que, tal y como a los protagonistas de este libro, no nos queda más que disfrutar del presente e intentar engordar el cerdo que nos alimentara en el futuro.

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