Hace no mucho que vengo leyendo sobre lo idealizada que está la maternidad, la cuasi obligación que tienen las mujeres actuales de ser madres, las dificultades para serlo manteniendo su desarrollo profesional y personal como mujeres. Coincido incluso con la autodenominación de malasmadres y buenoshijos con la que esta corriente intenta “desmitificar la maternidad y romper el mito de la madre perfecta”.
Si la mujer de hoy viene a reivindicar que la maternidad no debe ser un sacrificio abnegado que la obligue a renunciar a grandes proyectos de vida, o pequeños lujos, como leer un libro en la playa, ir al cine a ver una película (excluidas las de animación), o cenar con meridiana tranquilidad en un restaurante con su pareja, los padres tenemos igualmente derecho a reclamar el papel que nos corresponde como tales.
Engendrar un hijo no te convierte automáticamente en padre —probablemente en madre tampoco—. Como al psicólogo Alberto Soler , me enerva que me recuerden la suerte que ha tenido mi esposa de tener un marido, como muchos de los de ahora, que la ayuda con la casa y también con los hijos. No creo que se trate de un nuevo modelo de paternidad; más bien, es lo que ha de ser la paternidad y que hasta ahora no ha sido: el ejercicio responsable y colaborativo de una obligación libremente escogida por ambos progenitores. Yo no ayudo a la madre de mis hijos ni concibo su dedicación a los hijos como una ayuda prestada a mí; únicamente no ejerzo lo que la biología no me permite.
Pero no, no la ayudo, tan solo ejerzo la paternidad como la entiendo, porque entre mis deberes como padre también están cambiar pañales, preparar biberones, pasear con los niños, cocinarles la cena, llevarlos al médico, al tiempo que educas y enseñas a aprender y a asumir responsabilidades, aunque la rectitud que a veces se recrimina nos lleve a ser también malospadres con nuestros buenoshijos.
Ser padre es amar incondicionalmente, pero no con sumisión a la dictadura que tratan de imponer algunos hijos, a lo largo de sucesivas etapas de vida. Y aunque el modelo de crianza y de educación es responsabilidad sola, exclusiva, indelegable y obligadamente corresponsable del padre y de la madre, no siempre se logra el éxito y, aun en esos casos, el fracaso puede no ser achacable a ellos.
Ser padre conlleva entender que, si la maternidad está idealizada, la paternidad, además, se encuentra en un segundo plano, al menos en el caso de los que somos plenamente conscientes de que nuestro papel dentro de la familia es el mismo que ejerce la madre, con los mismos derechos y obligaciones.
Ser padre es compartir tu tiempo, reorganizar tus prioridades, reconstruir tus estructuras vitales, replantearte tus convicciones, acompañar a crecer. Ser padre empieza por comprender lo que significa ser madre y solo hay una cosa más grande que ser padre y madre, serlo nuevamente.
Si la mujer de hoy viene a reivindicar que la maternidad no debe ser un sacrificio abnegado que la obligue a renunciar a grandes proyectos de vida, o pequeños lujos, como leer un libro en la playa, ir al cine a ver una película (excluidas las de animación), o cenar con meridiana tranquilidad en un restaurante con su pareja, los padres tenemos igualmente derecho a reclamar el papel que nos corresponde como tales.
Engendrar un hijo no te convierte automáticamente en padre —probablemente en madre tampoco—. Como al psicólogo Alberto Soler , me enerva que me recuerden la suerte que ha tenido mi esposa de tener un marido, como muchos de los de ahora, que la ayuda con la casa y también con los hijos. No creo que se trate de un nuevo modelo de paternidad; más bien, es lo que ha de ser la paternidad y que hasta ahora no ha sido: el ejercicio responsable y colaborativo de una obligación libremente escogida por ambos progenitores. Yo no ayudo a la madre de mis hijos ni concibo su dedicación a los hijos como una ayuda prestada a mí; únicamente no ejerzo lo que la biología no me permite.
Pero no, no la ayudo, tan solo ejerzo la paternidad como la entiendo, porque entre mis deberes como padre también están cambiar pañales, preparar biberones, pasear con los niños, cocinarles la cena, llevarlos al médico, al tiempo que educas y enseñas a aprender y a asumir responsabilidades, aunque la rectitud que a veces se recrimina nos lleve a ser también malospadres con nuestros buenoshijos.
Ser padre es amar incondicionalmente, pero no con sumisión a la dictadura que tratan de imponer algunos hijos, a lo largo de sucesivas etapas de vida. Y aunque el modelo de crianza y de educación es responsabilidad sola, exclusiva, indelegable y obligadamente corresponsable del padre y de la madre, no siempre se logra el éxito y, aun en esos casos, el fracaso puede no ser achacable a ellos.
Ser padre conlleva entender que, si la maternidad está idealizada, la paternidad, además, se encuentra en un segundo plano, al menos en el caso de los que somos plenamente conscientes de que nuestro papel dentro de la familia es el mismo que ejerce la madre, con los mismos derechos y obligaciones.
Ser padre es compartir tu tiempo, reorganizar tus prioridades, reconstruir tus estructuras vitales, replantearte tus convicciones, acompañar a crecer. Ser padre empieza por comprender lo que significa ser madre y solo hay una cosa más grande que ser padre y madre, serlo nuevamente.
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Gracias :)