Bancos, por Ángel Márquez

En las épocas de crisis y en catástrofes climatológicas, que últimamente nos acompañan en demasía, surgen muchas ONG con la intención de contrarrestar la destrucción de estos hechos y mitigar en lo posible el dolor y el daño a las personas que se encuentran en esta ruleta. Desde este planteamiento, debido a la crisis, en los bancos se ha producido un fenómeno antes no visto, o por lo menos no tan acentuado: las colas interminables.
Algunos bancos, con la crisis, han perdido varios milloncetes, encontrados y doblados estos con la ayuda del gobierno. Para paliar la crisis, han recurrido a cerrar ventanillas, personal e ilusiones. Antes de la crisis, uno entraba a un banco y era una persona y un cliente; ahora entramos y de clientes hemos pasado a ser una carga. Lo máximo a que aspiramos al entrar a un banco es ser un número.
Desde estas letras, para minorar los minutos y horas que estas colas de personas soportan frente a los mostradores de los bancos, propongo que se cree una ONG de banqueros jubilados. Igual que existen personas que dedican una parte de su tiempo de una manera desinteresada y altruista a cuidar enfermos, ayudar en comedores sociales y, en definitiva, apoyar a las personas más necesitadas, los trabajadores jubilados de los bancos –no sé si es correcto denominarles banqueros jubilados– deberían formar una ONG con la intención de ayudar a sus compañeros activos para que estas escandalosas colas se aminoren y para que este oficio, que antes era un trabajo de envidia, ahora con la crisis, y aunque sigan llevando corbata, cada vez se parece más a las galeras por la reducción diaria de personal.
Antes los bancos te regalaban vajillas, relojes, cafeteras, cuberterías, etc... Hoy día, el mejor regalo y la mayor sorpresa que un banco nos puede dar es que cuando entramos en él no haya colas o estas sean diminutas o a punto de desaparecer.
Estos hombres altruistas con su trabajo desinteresado y generoso conseguirían de inmediato tres objetivos: que los bancos ganasen unos pocos más de milloncetes, que a los trabajadores de los bancos el nudo del trabajo no les apretase la corbata, y que los clientes, al entrar en las oficinas bancarias, se sintieran libres de blasfemar y decir tacos por lo bajini.
Otra opción sería que los bancos propusiesen campeonatos y juegos de mesa para que ese tiempo de cola y espera pasase agradable y corto; y no creo que realizar estos juegos en los bancos llegue a ser una competencia desleal a los casinos, centros de jubilados o a Distrito Comic. Creo que estas colas vienen para largo, incluso creo que seguirán aunque el diminutivo de los milloncetes desaparezca. Solamente nos queda encontrar la esperanza y esperar, esperar y esperar… ¿Quién es el último?
Post-data: Gracias a Dios y a la Mare Nuestra, por suerte, en algunos bancos y oficinas no siguen esta tendencia y entramos a ellos como personas, nos atienden como personas, y salimos como entramos, sin el apellido del número.

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