¡Populismos!, por Cipión

Amigo Berganza, la gente está más que harta y cansada de ser ninguneada, tratada como meros números, tenida en cuenta solo cuando se acercan elecciones, engañada posteriormente y, encima, tomada por tonta.
El sistema democrático occidental cada vez es más sistemático en sus defectos y menos democrático en lo que respecta a respetar y escuchar a sus ciudadanos. Cada vez se escora más hacia las élites, hacia los mercados, hacia la globalización mal entendida, hacia la laxitud con los poderosos corruptos y la criminalización de los pobrecitos robagallinas, hacia la explotación del trabajador y el privilegio del consejero y ejecutivo.
En un mundo donde tanto los pobres como los ricos cada vez lo son más y donde la mayor parte de los ciudadanos no encuentra apoyo ni respuesta a sus problemas entre las élites políticas y empresariales, capaces solo de pedir sacrificios y recortes para incrementar sus privilegios y cuentas corrientes y de, no conformes con ello, insaciables, no tener  rubor alguno en robar a manos llenas, que ya vendrán parlamentos, gobiernos o sistemas judiciales para salvarlos, ¿no crees, querido Berganza, que es desgraciadamente lógico que aparezcan “salvadores” que se adueñen de la indignación de la gente con sus mensajes populistas?
Desafortunadamente, son los únicos que prometen soluciones, que se salen de la retahíla habitual de quienes nos llevan gobernando décadas, sean de un color o de otro, anquilosados y apoltronados en sus sillones, incapaces de reaccionar ante las grandes multinacionales y las élites económicas y sociales.
El sistema político tradicional ha perdido casi toda su credibilidad. No supo ni quiso prevenir, ver llegar o atajar  la crisis. Consintieron en socializarla, en lugar de castigar a los culpables, y hacer recaer las consecuencias sobre la ciudadanía en su conjunto. Transformaron una crisis económica y financiera en otra crisis aún mayor política, social y de valores.
No quiero decirte con todo esto, Berganza, que esté de acuerdo con los mensajes populistas ni con quienes los abanderan. Tan solo que encuentro comprensible y razonable que, ante el hartazgo y la indignación, la gente reaccione; a veces, incluso, dejándose arrastrar por extremismos.
Por desgracia y por nuestra escasa memoria colectiva, la historia tiende a repetirse en más ocasiones de las que debiera. Ojalá no sea ésta una de ellas, tal y como ya pasara hace un siglo. En las manos de nuestros políticos está, pero también en las de empresarios y multinacionales de cortas miras que solo ven, como el borrico, la zanahoria que les hace andar, sin darse cuenta de los riesgos de un sistema excesivamente elitista e insolidario. Si ellos no reaccionan y ponen unas dosis razonables de autorregulación y credibilidad, otros vendrán con sus proclamas para regalar los oídos de quienes están hartos con las palabras que quieren escuchar.
Que luego cumplan lo prometido o radicalicen sus acciones estará por ver. Lo que queda claro es que la paciencia humana, individual y colectiva, tiene unos límites que, a día de hoy, cada vez parecen más superados.

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