“Eso son lenguas muertas”, “eso no sirve para nada”, “¿todavía se estudia eso en los institutos?...” Estos son los comentarios más agraciados a los que un estudiante de la rama de Humanidades o un profesor de Latín y Griego se enfrentan con cierta asiduidad en su quehacer diario, y la verdad, no les falta razón a quienes los hacen. El desprecio hacia las Humanidades no sólo en nuestro País sino también en el resto de países de la U.E. ha sido cada vez mayor, comenzando su decadencia prácticamente desde mediados del siglo XIX. El motivo fundamental que alegan es su utilidad, utilidad que sí encuentran, sin embargo, en la ciencia, la tecnología, la economía... No hace falta recordar la famosa anécdota del egabrense ministro franquista José Solís, el de “más deporte y menos latín...” Pero, ¿quién es el gurú que sabe lo que es útil y lo que es no útil? ¿Quién es el vate que sabe para qué sirve o no sirve algo? Ni el mismo Tiresias nos alumbraría. Estas materias están desfasadas, anquilosadas, entorpecen la cadena de montaje y no generan dinero. No queda tiempo para lo humano en esta sociedad.
Las Lenguas Clásicas tienen un valor per se del que carecen las lenguas modernas: permiten adentrarnos en las entrañas de nuestra lengua materna y de cualquier otra lengua moderna romance (e incluso de algunas no romances) favoreciendo su entendimiento y su aprendizaje. El Griego y el Latín, su estudio y su conocimiento, permiten mejorar la expresión, la compresión, la estructuración del discurso, el léxico de una lengua, et cetera. En definitiva, contribuyen en gran medida al desarrollo de la competencia lingüística, entre otras. Dominar las estructuras sintácticas de las Lenguas Clásicas implica dominar las del español, francés, italiano... e incluso las del inglés, lengua no romance, pero de la que aproximadamente el 65% de sus palabras tiene origen latino (aún mayor incluyendo el lenguaje científico). Fijémonos cuán evidente es el parecido de la lengua latina (o del griego clásico) y la inglesa a la hora escribir una oración subordinada sustantiva como: “yo quiero que él compre un anillo”.
- Ego volo eum (sujeto del infinitivo) emere (infinitivo verbo) anulum (complemento del infinitivo)
- I want him (sujeto del infinitivo) to buy (infinitivo verbo) a ring (complemento del infinitivo)
El inglés mantiene la misma estructura que el latín, no así el español que exige incluir el nexo “que”.
El ejercicio mental que se tiene que realizar para poder verter un texto latino o griego a una lengua moderna implica una mejora en el desarrollo de nuestra capacidad de compresión, de relación e interpretación, a la vez que favorece nuestro pensamiento crítico. No es lo mismo, por ejemplo, leer un texto de Platón o un discurso de Demóstenes en griego clásico que una traducción ya dada. Las versiones de un texto grecolatino pueden ser más o menos acertadas pero nunca se entenderán en su totalidad, pues se pierden algunos matices por el camino. El aprendizaje de ambas materias permite acceder a un saber único al alcance sólo de quienes dominan las Lenguas Clásicas. Traducir implica: ordenar y entender una determinada estructura en la que entra en juego el caso (categoría que no posee el español), adaptar la estructura original a otra similar en lengua moderna y dar con el significado exacto de los términos para conformar el sentido completo del texto, teniendo en cuenta, además, su contexto social, político y cultural. Si se me permite la comparación, las Lenguas Clásicas son similares a un complejo puzle en el que deben encajar todas las piezas; es, por tanto, un ejercicio mental sublime.
Las Lenguas Clásicas tienen un valor per se del que carecen las lenguas modernas: permiten adentrarnos en las entrañas de nuestra lengua materna y de cualquier otra lengua moderna romance (e incluso de algunas no romances) favoreciendo su entendimiento y su aprendizaje. El Griego y el Latín, su estudio y su conocimiento, permiten mejorar la expresión, la compresión, la estructuración del discurso, el léxico de una lengua, et cetera. En definitiva, contribuyen en gran medida al desarrollo de la competencia lingüística, entre otras. Dominar las estructuras sintácticas de las Lenguas Clásicas implica dominar las del español, francés, italiano... e incluso las del inglés, lengua no romance, pero de la que aproximadamente el 65% de sus palabras tiene origen latino (aún mayor incluyendo el lenguaje científico). Fijémonos cuán evidente es el parecido de la lengua latina (o del griego clásico) y la inglesa a la hora escribir una oración subordinada sustantiva como: “yo quiero que él compre un anillo”.
- Ego volo eum (sujeto del infinitivo) emere (infinitivo verbo) anulum (complemento del infinitivo)
- I want him (sujeto del infinitivo) to buy (infinitivo verbo) a ring (complemento del infinitivo)
El inglés mantiene la misma estructura que el latín, no así el español que exige incluir el nexo “que”.
El ejercicio mental que se tiene que realizar para poder verter un texto latino o griego a una lengua moderna implica una mejora en el desarrollo de nuestra capacidad de compresión, de relación e interpretación, a la vez que favorece nuestro pensamiento crítico. No es lo mismo, por ejemplo, leer un texto de Platón o un discurso de Demóstenes en griego clásico que una traducción ya dada. Las versiones de un texto grecolatino pueden ser más o menos acertadas pero nunca se entenderán en su totalidad, pues se pierden algunos matices por el camino. El aprendizaje de ambas materias permite acceder a un saber único al alcance sólo de quienes dominan las Lenguas Clásicas. Traducir implica: ordenar y entender una determinada estructura en la que entra en juego el caso (categoría que no posee el español), adaptar la estructura original a otra similar en lengua moderna y dar con el significado exacto de los términos para conformar el sentido completo del texto, teniendo en cuenta, además, su contexto social, político y cultural. Si se me permite la comparación, las Lenguas Clásicas son similares a un complejo puzle en el que deben encajar todas las piezas; es, por tanto, un ejercicio mental sublime.
Además de ello, el hecho de conocer ambas lenguas, no necesariamente a altos niveles, las convierte en dos materias interdisciplinares imprescindibles, que contribuyen a optimizar el estudio y aprendizaje de otros saberes. Griegos como Arquímedes, Herón de Alejandría o Ctesibio van a escribir sobre manivelas, palancas, bombas, sifones... inventando instrumentos como el tornillo hidráulico, la polea, la clepsidra... Aristóteles, Pitágoras, Tales, Empédocles o Hipócrates con sus teorías hicieron enormes aportes a la ciencia, filosofía, matemáticas, medicina... Los romanos, por su parte, mejorarán y desarrollarán las técnicas de construcción que aún hoy día continúan: calzadas, puentes, acueductos, obras hidráulicas e incluso calefacción en el suelo destacando, además, en el ámbito de la política, la oratoria y el derecho. Por tanto, en la Antigüedad clásica comenzó la explicación racional del mundo, dejando a un lado las leyendas y hazañas de héroes para pasar a un nuevo mundo en el que los hombres son dueños de sus acciones y de su propio destino.
Sin embargo, a pesar de ello no podemos alejar la leyenda y la mitología grecorromana de nosotros. La literatura clásica es el vehículo transmisor de saberes, pasiones, leyendas, descripciones etnográficas, historias y de un largo etcétera que forman parte de nuestra cultura: todos deberíamos conocer los devaneos de Zeus, a quien no le importa metamorfosearse para conseguir su objetivo, los amoríos de Afrodita, el rapto de Perséfone, los trabajos de Hércules, el oráculo de Apolo... Además, con cierta asiduidad se hace uso de expresiones como “esto es una odisea”, “ese es mi talón de Aquiles”, “has abierto la caja de Pandora”, “eso son cantos de sirena”, “el complejo de Edipo...” Y ¿realmente sabemos lo que ocultan estas expresiones, o nos limitamos a emplearlas contextualizándolas según las hemos asimilado? ¡Qué más da! La Poesía, la Filosofía, la Pintura, la Música... no interesan. Esas disciplinas distraen, entorpecen, son un lastre y no tienen cabida en nuestro sistema educativo.
Al menos, será justo reconocerles a las Lenguas Clásicas una utilidad universal. El alfabeto latino es el sistema de escritura empleado por millones de personas; el alfabeto griego, por su parte, además de persistir en griego moderno, es muy utilizado en el ámbito científico, matemático, técnico, botánico... En muchas y diversas lenguas se utilizan los mismos términos procedentes del griego para designar un mismo concepto. Por ejemplo, del término σῶμα (soma) tenemos en español, entre otras palabras, “cromosoma,” y en inglés, francés o alemán “chromosome”. Además, el latín y el griego clásico son eternos y no tienen dueño, nos pertenecen a todos: per capita, sine die, motu proprio, grosso modo, curriculum vitae, mutatis mutandis, eureka, habeas corpus... son algunas de las expresiones que podemos encontrar en diferentes lenguas y que pueden poner a más de uno en un aprieto por su incorrecto uso o mala pronunciación: es muy extendido confundir quid (pronunciado “cuid”), que hace referencia a la esencia o al porqué de algo, con un kit de montaje o de primeros auxilios; o añadirle preposición al latinismo grosso modo: a grosso modo, de grosso modo; o decir “idem de lo mismo”, es decir, “lo mismo de lo mismo”. Un término muy curioso en español es “quisqui”, que procede de una errónea pronunciación del latinismo quisque (cada uno o cualquiera). Otro error muy común es la confusión entre huevos y uebos: es hacer algo “por uebos”, es decir, por necesidad, del étimo opus, y no “por huevos”. ¡Pero si hasta la palabra siesta procede del latín! Una pista, está relacionada etimológicamente con bisiesto.
Discernido lo útil de lo no útil, las Lenguas Clásicas no pueden quedar atrás, constituyen una parte importante junto con el resto de disciplinas en la formación de nuestros jóvenes. Dejémonos ya de lenguas muertas y similares bagatelas y consideremos, de una vez por todas, el valor que cada disciplina tiene en sí misma para la educación.
Plurimas gratias, πολὺ εὐχαριστῶ.
Sin embargo, a pesar de ello no podemos alejar la leyenda y la mitología grecorromana de nosotros. La literatura clásica es el vehículo transmisor de saberes, pasiones, leyendas, descripciones etnográficas, historias y de un largo etcétera que forman parte de nuestra cultura: todos deberíamos conocer los devaneos de Zeus, a quien no le importa metamorfosearse para conseguir su objetivo, los amoríos de Afrodita, el rapto de Perséfone, los trabajos de Hércules, el oráculo de Apolo... Además, con cierta asiduidad se hace uso de expresiones como “esto es una odisea”, “ese es mi talón de Aquiles”, “has abierto la caja de Pandora”, “eso son cantos de sirena”, “el complejo de Edipo...” Y ¿realmente sabemos lo que ocultan estas expresiones, o nos limitamos a emplearlas contextualizándolas según las hemos asimilado? ¡Qué más da! La Poesía, la Filosofía, la Pintura, la Música... no interesan. Esas disciplinas distraen, entorpecen, son un lastre y no tienen cabida en nuestro sistema educativo.
Al menos, será justo reconocerles a las Lenguas Clásicas una utilidad universal. El alfabeto latino es el sistema de escritura empleado por millones de personas; el alfabeto griego, por su parte, además de persistir en griego moderno, es muy utilizado en el ámbito científico, matemático, técnico, botánico... En muchas y diversas lenguas se utilizan los mismos términos procedentes del griego para designar un mismo concepto. Por ejemplo, del término σῶμα (soma) tenemos en español, entre otras palabras, “cromosoma,” y en inglés, francés o alemán “chromosome”. Además, el latín y el griego clásico son eternos y no tienen dueño, nos pertenecen a todos: per capita, sine die, motu proprio, grosso modo, curriculum vitae, mutatis mutandis, eureka, habeas corpus... son algunas de las expresiones que podemos encontrar en diferentes lenguas y que pueden poner a más de uno en un aprieto por su incorrecto uso o mala pronunciación: es muy extendido confundir quid (pronunciado “cuid”), que hace referencia a la esencia o al porqué de algo, con un kit de montaje o de primeros auxilios; o añadirle preposición al latinismo grosso modo: a grosso modo, de grosso modo; o decir “idem de lo mismo”, es decir, “lo mismo de lo mismo”. Un término muy curioso en español es “quisqui”, que procede de una errónea pronunciación del latinismo quisque (cada uno o cualquiera). Otro error muy común es la confusión entre huevos y uebos: es hacer algo “por uebos”, es decir, por necesidad, del étimo opus, y no “por huevos”. ¡Pero si hasta la palabra siesta procede del latín! Una pista, está relacionada etimológicamente con bisiesto.
Discernido lo útil de lo no útil, las Lenguas Clásicas no pueden quedar atrás, constituyen una parte importante junto con el resto de disciplinas en la formación de nuestros jóvenes. Dejémonos ya de lenguas muertas y similares bagatelas y consideremos, de una vez por todas, el valor que cada disciplina tiene en sí misma para la educación.
Plurimas gratias, πολὺ εὐχαριστῶ.
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