A mi barrio, por Virginia Polonio

En todas las azoteas
lo cotidiano juega a ser equilibrista.
Desde lo alto
mis ojos se beben el barrio.
No sé si es su luz la que me bebe a mí.

Su historia es sencilla:
El gris antes se llamaba “tierra”.
Brotaron blancos edificios
como florece el recuerdo
en fotografías antiguas.

Su voz es solo eco.
Palabras de quien dijo:
“En la gran ciudad el amor es imposible”
“A veces el vino se derrama en mitad de la tarde”
“La suerte se rompe si te miras siete años en un espejo”.

El barrio es solo un niño.
Que lleva un parque guardado en los ojos,
que construyó su fe ladrillo a ladrillo,
que acaba el verano pisando la pena,
que se enciende y se apaga en noches de fiesta.

El barrio es un hombre
que lleva la infancia saltando en el pecho,
que tiene en los labios un trozo de Historia,
que  sabe que todo es mejor a fuego lento,
que camina siempre al borde de la memoria.

El barrio es una mujer
que siembra azul por la mañana,
que arrastra en las calles vida y pensamiento,
que sabe que la poesía trae más poesía,
que fue madre de sí misma antes de ir al colegio.

El barrio somos los que todas las noches
guardamos con llave esta fórmula secreta:
“El  hogar lo hacen los que viven.
El hogar no se acaba
al otro lado de la puerta”

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