Cascos históricos para residentes, por Cipión

Amigo Berganza, en ningún momento de mi perra existencia dudé que terminarías defendiendo a ultranza una planificación de los cascos históricos centrada en el visitante foráneo y en el demoledor turismo de desgaste y cámara de fotos. Por supuesto, el turista es importante para el desarrollo económico de los pueblos de nuestra España, pero… ¿acaso no son los centros históricos de las ciudades, precisamente, la historia viva de sus ciudadanos?
El turismo de masas está muy bien para localidades costeras que han apostado por ofrecer una amplia y exclusiva oferta de chiringuito, mojito y discoteca nocturna con olor a alcanfor rancio. Pero los cascos históricos de las ciudades deben preservarse de la usurpación del turista que, en el mejor de los casos, recorrerá sus calles de manera automática, se alojará en algún establecimiento de escasa raigambre en la ciudad, creado ex profeso para satisfacer al forastero y comprará una figurita de barro elaborada “artesanalmente” por empresas que posiblemente ni siquiera conozcan el lugar donde las venden. Habrá quien haga turismo responsable, se empape del lugar que visita y consiga descifrar los intríngulis del casco histórico que recorre, pero, Berganza ingenuo, ¿a cuántos conoces así?
Los cascos históricos son patrimonio del lugar donde se ubican. Son sus ciudadanos quienes deben escoger cómo se gestiona su memoria y quienes deben situarse en el centro de cualquier política de conservación. Desplazar al residente y sustituir políticas sociales por turísticas solo puede terminar por romper el propio centro, deshumanizarlo y arrebatarle cualquier ápice del romanticismo que quede dentro.
¿Acaso ves en el entorno de la Mezquita algo diferente a una sección más dentro del parque temático de la Judería de Córdoba? ¿Qué queda de su tradicional modo de vida? ¿Dónde viven los artesanos que venden sus souvenirs en las tiendecitas de la calle Deanes? En ningún sitio, Berganza. Ni existen artesanos ni las tiendas de recuerdos pertenecen a los habitantes del centro. Todas se reparten entre las dos empresas que manejan el cotarro del recuerdo: botijo de boca chata y gitanilla con el dobladillo arrugado por un mal pespunte.
¿Qué pasó con la casa de Juana la de los Jeringos, en la calle Torrijos? Yo te lo digo, amigo cánido: se convirtió en hotel. Como todos los edificios que la rodean: la terciarización de los cascos históricos conlleva la despoblación de los mismos, la pérdida de la identidad propia del barrio, su sustitución por intereses económicos externos y, consecuentemente, la gentrificación de los cascos históricos.
Los cascos históricos son del pueblo, de la gente que lleva en sus entrañas las raíces del lugar. Una ciudad no es nada sin su memoria histórica, y eso no se puede sustituir por el turismo, por muchos euros que traigan en la maleta sus defensores… Pensemos, pues, en actuaciones que devuelvan a los cascos su vitalidad, su desarrollo y su conciencia, pero sin perder sus verdaderas tradiciones. Y por supuesto, centrando su mirada en sus habitantes. Los de siempre.
El turismo, no te lo discuto, es un gran atractivo económico para los pueblos, y una tentación demasiado golosa para sus dirigentes. Pero las zonas nobles de nuestra historia deben quedar al recaudo de aquellos a quienes les pertenecen. Si acaso, algún turista de esos que, más que turista, se llama viajero y busca antes una conversación que un selfie en la iglesia del pueblo.
El turista de gorrito, calcetines con sandalias y cámara al cuello, mejor para Benidorn, que para eso dieron el pelotazo en los años 60. Lo que pasa, amigo Berganza, es que a ti te gusta mucho ponerte ese gorro de turista y salir a ladrar por los pueblos vecinos cada vez que ves salir el sol un sábado por la mañana. ¡Qué te gusta a ti llamar la atención en plan turista en un casco histórico…!

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