Contra el Brexit, por Cipión

Querido Berganza, no sabes cuánto dolor me ha provocado el resultado del referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Es una lástima, por legítima que sea la decisión, que los británicos hayan desoído el Stronger Together de la campaña contra la salida de la UE y que sí atendieron en el anterior referéndum de 1979. En realidad, cánido amigo, no estoy seguro de que el resultado esté tan justificado como nos quieres hacer ver, pues el 48 % de los británicos no ha apoyado la decisión final. De ahí, la reacción inicial de los arrepentidos votantes pidiendo un segundo referéndum que permitiera el Breturn, la interrupción de un proceso de desconexión que aún no ha comenzado.
Si queremos buscar responsables, no hay más que ver las cabezas que ya han rodado: la primera la del entonces primer ministro David Cameron, que ha abocado a su país a una situación de la que en su día sacó rédito electoral y le permitió lograr una mayoría absoluta que nadie en el partido tory esperaba; la segunda la de Boris Johnson, el ex alcalde de Londres y uno de los más firmes defensores del Brexit, que ha tenido su pequeña recompensa con la cartera de Exteriores; la tercera la de Nigel Farage, el dirigente del populista UKIP, que se ha pirado para no tener que hacer frente a las nefastas consecuencias de la salida de la UE. Por no hablar de la que tiene montada Corbyn en el Partido Laborista. Sin embargo, el marrón es para Theresa May, la flamante primera ministra, the Brexit Iron Lady, que curiosamente hizo campaña a favor de la permanencia y ahora le toca gestionar un desbarajuste de tomo y lomo, para lo que ha minado su gobierno de eurófobos.
Dice que la causa está en la tradición parlamentarista de los británicos, pero las consecuencias no son solo políticas, sino también económicas y sociales y van a afectar a todos los miembros de la UE y a nuestro país en particular. Para empezar ya se ha encendido la mecha de la eurofobia y se oyen voces que claman un Nexit en los Países Bajos, un Frexit en Francia, un Oexit en Austria. En el propio Reino Unido, que tras el Brexit está tan desunido como antes de 1707, el voto ha sido muy heterogéneo, y en Irlanda del Norte y Escocia la opción más votada ha sido la permanencia, lo que ha enardecido los deseos de un segundo referéndum de independencia en Escocia y el deseo del Ulster de volver a formar parte de Irlanda, todo ello con el objetivo de seguir vinculados a este proyecto político, económico y social que es la UE y que ha proporcionado a toda Europa el mayor período de paz y prosperidad en toda la historia del viejo continente. Por el contrario, el abandono de la UE implicaría cierto aislamiento y una pérdida de influencia política en la escena internacional, claro que en la mentalidad ombliguista de los británicos, quienes estamos aislados somos The Continent.
En términos económicos, ya se han observado caídas en las bolsas y la depreciación de la libra, pues el Reino Unido tendrá que volver a firmar acuerdos comerciales de manera individual con los distintos países de la UE, a los que se dirige el 44 % de sus exportaciones y de los cuales dependen más de tres millones de empleos. Además, dejaría de percibir anualmente 24.000 millones de libras en inversiones, a lo que se le suma la previsible mudanza a otros países de empresas instaladas en la City y que proporcionan 100.000 empleos. Los productos que el Reino Unido importa de España se encarecerán debido a los aranceles y al no existir libre circulación de personas, el sector turístico se verá afectado considerablemente, en tanto que el 1,3 % del PIB español depende directamente del turismo británico.
Desde el punto de vista social, todo parece indicar que el Reino Unido se volverá más inseguro y desprotegido frente a las amenazas terroristas globales, como la más reciente de Niza. Por otro lado, se ha utilizado la inmigración como arma electoral, sobre todo por parte del UKIP, pese a que la inmensa mayoría de los residentes comunitarios aportan a las arcas británicas más impuestos de lo que reciben en subsidios y servicios sociales. Por su parte, los ciudadanos británicos no lo tendrán fácil para viajar, estudiar o trabajar en países de la UE sin permisos especiales de trabajo o residencia. Se acabaron las becas Erasmus y los más de 500.000 jubilados británicos que residen en España no tendrán acceso a nuestra sanidad, al empleo, a las ayudas sociales y al resto de servicios públicos.
Y, para terminar, querido Berganza, nuestro ministro de Asuntos Exteriores en funciones ha vuelto a abrir el melón de la cosoberanía de Gibraltar, que va a ser una de las zonas más castigadas por una decisión a todas luces desacertada.

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