Querido Cipión, ¿quién nos iba a decir a nosotros, canes del Siglo de Oro, que los gobernantes pedirían opinión a sus súbditos sobre los asuntos del gobierno? Referendum lo llaman en el siglo XXI. Los súbditos de la pérfida Albión han decidido en uno de estos referendos desligarse de la política europea. Para hablar con mayor precisión, el Reino Unido no ha abandonado Europa, sus vínculos económicos y políticos con el resto de países del Continente son seculares y muy fuertes. El pueblo británico sí ha decidido abandonar la Unión Europea. Esta diferencia no es solo cuestión de matiz, sino que está en la raíz del malestar de los británicos y otros pueblos con el orden de cosas en la Unión Europea. Los partidarios de la Unión podéis aportar todos los argumentos economicistas y todos los números que queráis, pero solo con la economía no se puede explicar el Brexit.
En 1973, los británicos veían ventajoso unirse a un Mercado Único que les daba grandes oportunidades económicas y de integración en un área comercial de gran potencial. En aquel contexto de crisis del petróleo, estancamiento de la industria tradicional y comienzo de las privatizaciones y el desempleo masivo, la mayor coordinación con los aliados europeos parecía un buen negocio. Desde entonces la Unión ha cambiado tremendamente. El Tratado de Maastrich de 1992 fue un radical, al crear más organismos de integración, políticas comunes de obligado cumplimiento, sentar las bases para un sistema monetario único y abrir la entrada para nuevos socios de la Europa ex-soviética con grandes carencias económicas. Esta expansión hacia el Este se materializó en los años 2000 con la ampliación hasta 28 miembros. Y lo peor de todo, una creciente burocracia impersonal y lejana para poder sostener todo este entramado. Este sistema burocrático resulta muy extraño para los británicos y no ha habido referendos previos para consultar al pueblo.
A diferencia del sistema de gobierno de la UE, el sistema parlamentario británico se basa en la cercanía del diputado a sus votantes, dado que las circunscripciones son muy pequeñas y solo se elige un diputado por circunscripción. Así que el Parlamento Europeo está muy lejos de la cultura política británica. Además, el parlamentarismo inglés se basa tradicionalmente en el control de los gobernantes y de los impuestos. El Parlamento inglés ha sido el freno a los abusos de los gobernantes. Mucho antes de la Revolución Francesa, el Tribunal Supremo de Inglaterra, compuesto por parlamentarios, estableció la doctrina de que el rey no podía ejercer una soberanía ilimitada, sino que la monarquía era un estamento de gobierno encomendado a una persona con un poder limitado por y de acuerdo a las leyes terrenales. Y reclamando la soberanía del parlamento elegido sentenció a muerte a Carlos I. En la UE solo podemos participar en la elección de un Parlamento sin funciones legislativas importantes, y el gobierno lo ejerce una Comisión elegida por los Estados. Así que de entrada, para el británico medio, un Gobierno todopoderoso establecido en Bruselas suena muy mal y el ciudadano se siente impotente, incapaz de controlar las decisiones de ese Gobierno no elegido. Es decir, que se percibe que las instituciones no son democráticas.
Y si pensamos en aspectos económicos, el Reino Unido ha soportado un gran peso de la ampliación si tenemos en cuenta su contribución neta al presupuesto cada vez más abultado, nuevamente sin el debido control parlamentario. Ahora, como en los 70s, vivimos en una época de gran incertidumbre económica debido a la Gran Recesión, la deslocalización de la industria, las grandes migraciones o el avance de nuevas tecnologías, cuyo impacto no alcanzamos a comprender demasiado bien. En Europa asistimos a la muerte lenta de un modelo social y económico agotado, pero no vemos nacer una alternativa convincente. Y la UE simboliza para Gran Bretaña y para muchos otros ciudadanos el modelo fracasado. Antes, los ciudadanos eran conscientes de la falta de democracia en la UE, pero lo aceptaban porque proporcionaba altas cotas de bienestar. Había un consenso tácito entre los gobernantes y gobernados. Pero ahora se ha roto ese consentimiento. La UE no proporciona ese bienestar, solo recortes, imposiciones, nuevos impuestos, descontrol de fronteras e inoperancia en la toma de decisiones. Así que no será raro ver en el futuro a otros países pidiendo cambios o irse de la UE.
Por todo ello, ni el Reino Unido encaja en la UE ni la Unión es hoy una solución para los problemas de los ciudadanos. Y visto así, salir de ese aparato gigante medio averiado y mal gobernado por una casta de burócratas no parece tan mala idea.
En 1973, los británicos veían ventajoso unirse a un Mercado Único que les daba grandes oportunidades económicas y de integración en un área comercial de gran potencial. En aquel contexto de crisis del petróleo, estancamiento de la industria tradicional y comienzo de las privatizaciones y el desempleo masivo, la mayor coordinación con los aliados europeos parecía un buen negocio. Desde entonces la Unión ha cambiado tremendamente. El Tratado de Maastrich de 1992 fue un radical, al crear más organismos de integración, políticas comunes de obligado cumplimiento, sentar las bases para un sistema monetario único y abrir la entrada para nuevos socios de la Europa ex-soviética con grandes carencias económicas. Esta expansión hacia el Este se materializó en los años 2000 con la ampliación hasta 28 miembros. Y lo peor de todo, una creciente burocracia impersonal y lejana para poder sostener todo este entramado. Este sistema burocrático resulta muy extraño para los británicos y no ha habido referendos previos para consultar al pueblo.
A diferencia del sistema de gobierno de la UE, el sistema parlamentario británico se basa en la cercanía del diputado a sus votantes, dado que las circunscripciones son muy pequeñas y solo se elige un diputado por circunscripción. Así que el Parlamento Europeo está muy lejos de la cultura política británica. Además, el parlamentarismo inglés se basa tradicionalmente en el control de los gobernantes y de los impuestos. El Parlamento inglés ha sido el freno a los abusos de los gobernantes. Mucho antes de la Revolución Francesa, el Tribunal Supremo de Inglaterra, compuesto por parlamentarios, estableció la doctrina de que el rey no podía ejercer una soberanía ilimitada, sino que la monarquía era un estamento de gobierno encomendado a una persona con un poder limitado por y de acuerdo a las leyes terrenales. Y reclamando la soberanía del parlamento elegido sentenció a muerte a Carlos I. En la UE solo podemos participar en la elección de un Parlamento sin funciones legislativas importantes, y el gobierno lo ejerce una Comisión elegida por los Estados. Así que de entrada, para el británico medio, un Gobierno todopoderoso establecido en Bruselas suena muy mal y el ciudadano se siente impotente, incapaz de controlar las decisiones de ese Gobierno no elegido. Es decir, que se percibe que las instituciones no son democráticas.
Y si pensamos en aspectos económicos, el Reino Unido ha soportado un gran peso de la ampliación si tenemos en cuenta su contribución neta al presupuesto cada vez más abultado, nuevamente sin el debido control parlamentario. Ahora, como en los 70s, vivimos en una época de gran incertidumbre económica debido a la Gran Recesión, la deslocalización de la industria, las grandes migraciones o el avance de nuevas tecnologías, cuyo impacto no alcanzamos a comprender demasiado bien. En Europa asistimos a la muerte lenta de un modelo social y económico agotado, pero no vemos nacer una alternativa convincente. Y la UE simboliza para Gran Bretaña y para muchos otros ciudadanos el modelo fracasado. Antes, los ciudadanos eran conscientes de la falta de democracia en la UE, pero lo aceptaban porque proporcionaba altas cotas de bienestar. Había un consenso tácito entre los gobernantes y gobernados. Pero ahora se ha roto ese consentimiento. La UE no proporciona ese bienestar, solo recortes, imposiciones, nuevos impuestos, descontrol de fronteras e inoperancia en la toma de decisiones. Así que no será raro ver en el futuro a otros países pidiendo cambios o irse de la UE.
Por todo ello, ni el Reino Unido encaja en la UE ni la Unión es hoy una solución para los problemas de los ciudadanos. Y visto así, salir de ese aparato gigante medio averiado y mal gobernado por una casta de burócratas no parece tan mala idea.
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